Pero tú, pero yo.

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Harry Fell es un chico normal. O lo más normal que se puede ser considerando su impresionante naturaleza. 

Cursó con demasiada facilidad y bastante éxito sus años escolares y cuando ingresó a la universidad con la que soñó, fue feliz. 

Aprender todo lo que el campo de medicina abarca es un reto constante que lo mantenía con un libro en las manos la mayoría del tiempo. Tampoco es que fuera un ermitaño, no. Harry, de hecho, era bastante social. Tenía muchos conocidos y dos amigos. 

Aunque era confuso. Louis y Dafne eran maravillosos, pero Harry no lograba conectar completamente. No cuando son muchas cosas las que hay que ocultar. 

No es como si pudiera decirles que nació de su papá y su tío es Jesús. 

Pero no se queja, lo que tiene es maravilloso, podría ser más, pero está bien. 

—Tú eres ese chico Fell, ¿no? —la voz es profunda y lo hace alzar la vista de inmediato. —Harry, ¿verdad?

Lo reconoce inmediatamente. —Sí, hola. 

— ¿Ahora eres médico? 

—Sí, técnicamente. 

— ¿Técnicamente? Es sí o no. —Adam siempre ha hablado como si diera órdenes. 

Harry se aclara la garganta. —Soy residente. 

— ¿Aquí? ¿Por qué no lo hiciste en Inglaterra? —el rubio se recuesta un poco sobre el mostrador donde Harry hacía sus apuntes. 

—Gané una pasantía en la universidad de Marsella y pues... —Harry no entiende por qué tiene la necesidad de explicarse. — ¿Qué haces en el hospital?

—Estábamos de vacaciones y Miriam se ha doblado un tobillo. —murmura casi aburrido. —Están verificando que no esté fracturado. 

—Ya. —el móvil vibra dentro del bolsillo de su casaca negra. —Bien, espero que se encuentre bien. 

Adam no era un presencia constante en su vida, pero tampoco era un total desconocido. Lo había visto, al menos, una docena de veces en la casa de la tía Anathema. Seguía empeñado en aprender todas las locas teorías del universo, aprender más sobre las líneas ley y según la tía Ana, se estaba dedicando a la brujería. 

Esa primera vez que lo vio pasó sin pena ni gloria. 

—Hola, Harry. —el brinco casi le provoca botar su móvil. 

—Hola, otra vez. —saluda una vez recuperado. — ¿Sigues en el hospital? ¿Es grave?

Adam lleva una gigante remera blanca y encima un abultado chaleco corinto. —No es grave y no es por ella. —y extiende la mano. —Dejaste esto el otro día. 

Harry recibe su personalizado lapicero con brillantina y que dice su nombre en cursiva letra. —Oh, gracias. No debiste. 

—Quise hacerlo. —asegura sin más, viéndole fijamente. 

Hay un centenar de tareas que hacer. Llenar un millar de formularios y revisar otra docena de pacientes. —Igualmente, muchas gracias.

— ¿Te gustaría ir a cenar?

— ¿Eh?

—Conmigo, por supuesto. —Adam es muy alto. Harry mide más de un metro ochenta y aún así tiene que alzar un poco el rostro para hablar con él. —Podría ser hoy, de hecho, prefiero que sea hoy. 

Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora