Crowley recuerda a la perfección la primera vez que Harry conoció el océano.
Había cumplido tres años y compraron mucho bloqueador solar. Esa fue también la primera vez que su hijo se subía a un tren y no paró de hablar de lo mucho que le había gustado hasta que llegaron a la estación en el vecindario de Brighton.
Recuerda haber visto sus ojos brillar y casi salirse de sus cuencas cuando estuvo frente a aquella diminuta inmensidad. Harry solo atinaba a sonreír y por primera vez, desde que aprendió a hablar, guardó silencio.
Crowley también recuerda cuando los pequeños pies de su hijo se hundieron en la suave arena por primera vez. El sonido de la risa de Harry llenando sus oídos cuando la espumosa agua le hizo cosquillas y la emoción del pequeño en querer comprender que era aquello.
— ¡No quiero ir! —chilla Harry por millonésima vez desde su lugar, en la parte de atrás, del Bentley. — ¡Estará lleno de personas! ¡Y habrá mucho calor!
Crowley se pregunta dónde quedó su dulce, perfecto y hermoso niño que adoraba con el alma salir a pasear. —Eres el primer niño que conozco que no le gusta ir a la playa. —reclama Aziraphale mientras se cruza de brazos.
— ¡Ya no soy un niño! —chilla de nuevo.
—Oh por favor, que tengas un par de pelos debajo del brazo no te hace un hombre. —Crowley exclama sin apartar los ojos del camino.
— ¡Papá! —vuelve a llorar mientras se coloca sus gigantes orejeras que probablemente le dejarán sordo y se hunde más en el sofá.
Y es que Harry había llegado a los cardíacos quince años y aunque sea un ser único, de manera metafórica y literal, a la adolescencia no le importa mucho. Harry es tan flaco y amargado como el propio Crowley y tiene unas ganas de llevar la contraria tan grandes que es capaz de agotar la increíble paciencia del ángel Aziraphale.
El ángel se pregunta qué pasó con el niño de viperinos ojos que corría emocionado al verlo. Ahora tiene un larguirucho adolescente que rueda los ojos cada vez que le habla. Pero Aziraphale sabe que es una etapa, ha leído otra absurda cantidad de libros para entender qué sucedía en la cabeza de su retoño.
Crowley se rio mucho cuando Aziraphale llegó con un libro que explicaba que el inicio de la adolescencia era más que todo una etapa de pérdida y, eventualmente, de luto. Atrás quedaban los juguetes y peluches regados por toda la casa, incluso Harry pidió cambiar su cama de tortuga por una más madura.
Y el duelo por la pérdida de la infancia no fue tan dolorosa cuando los cambios físicos llegaron.
La redonda cara de Harry se afiló. Sus mejillas se convirtieron en pómulos definidos y las pecas perdieron color, al igual que su cabello. Ya no era el rojo furioso que tanto lo caracterizaba, ahora era un tono un poco más anaranjado y se enrollaba en bucles iguales a los de Aziraphale, aunque claro, Harry había decidido no cortarse el cabello.
Crowley notó la pérdida de su niño una mañana mientras le servía waffles a un amargado adolescente que comía sin despejar la vista de su moderno móvil. Gruñó un poco, su hijo tenía la costumbre de contarle el millar de sueños que había tenido por la noche y cuáles eran los planes para el día.
La tercera pérdida se da cuando Harry quiere ser tratado como un adulto cuando todavía no lo es, aunque también quería seguir recibiendo los fantásticos privilegios que tenía por ser un lindo niño. Aziraphale se mordía la mejilla cuando oía a Harry gritarle a Crowley que lo odiaba por no dejarle salir después de las nueve de la noche.
Aunque en medio de aquella tempestad de emocional, Aziraphale era capaz de notar que Harry seguía sin perder ese lazo espacial hacia Crowley. Tenía una rítmica forma de caminar, no como Crowley, pero llevaba algo de su esencia. Sin mencionar que Harry, siendo capaz de alterar sus ojos, seguía eligiendo los viperinos ojos de su progenitor.
El atuendo elegido para ese día va casi en combinación. Aziraphale usa un pantalón corto color beige y una floja camisa blanca, Crowley va igual, a diferencia que su pantalón corto es negro y su camisa es azul oscuro. Se aplican bloqueador solar, que es innecesario pero les gusta estarse manoseando, mientras Harry decide despertar y bajar del confiable Bentley.
— ¿De verdad crees que será buena idea? —pregunta Crowley mientras esparce bloqueador sobre las hermosas mejillas sonrojadas de su ángel.
—Esto de odiarnos... es un etapa. —asegura Aziraphale. —Ya verás que nada como un buen viaje familiar para que podamos recuperar energías y seguir enfrentándonos a él.
—No es un dragón como para que nos enfrentemos... —sisea Crowley mientras las manos del ángel esparcen la crema en la parte expuesta de su cuello.
—Sabes a lo que me refiero. —a pesar de qué Aziraphale culpe a Crowley por la manía de Harry de rodar los ojos, el ángel rueda los ojos con bastante frecuencia también y ese momento es el segundo del día.
—Tengo algo para ti. —murmura Crowley una vez lograron bajar a Harry del Bentley e inician la marcha hacia su restaurante playero favorito.
Las mejillas del ángel se iluminan y sus ojos brillan. — ¿Para mí? ¿En serio?
Las pálidas manos de Crowley le entregan un par de gafas oscuras, cuadradas y con diminutos detalles dorados en un costado. —Ya sabes, para ser el cuadro perfecto.
Aziraphale las toma de inmediato y no duda en usarlas. Sonríe cuando nota su elegante reflejo en las gafas de su compañero y no evita en tirar suavemente y dejar un beso en su mejilla.
—Ahg. —se queja Harry, que venía detrás de ellos.
Crowley lo ignora. Su hijo también trae sus gafas oscuras y los tres parecen sacados de algún anuncio de una tienda de lentes de sol.
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Azira-papá.
FanfictionDespués de seis mil años de relación, detener el fin del mundo, salvar al maldito Arcángel Gabriel y ayudarlo a escaparse con su novio, suponen que no hay más aventuras que vivir. O tal vez sí, faltaba la mejor de todas.