Aleluya.

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Disfrutaban de aquella festividad por toda la magia que parecía llenar el ambiente. Pero sabían que, una vez más, los humanos se habían equivocado. El primogénito no nació un veinticinco de Diciembre, pero si los humanos eran felices con aquello, no había más que seguirles la corriente. 

Aún así, el ángel Aziraphale se esforzó el doble y se propuso que aquella fuera la mejor Nochebuena de todas. 

Cuando volvieron a casa, siendo casi expertos en cambiar pañales y alimentar al pequeño gran Harry, porque llegaron a la conclusión que ese sería un mejor nombre, todo lucía bañado con una  nueva luz. Su casa se había vuelto más pequeña, más cálida y más acogedora. 

Crowley se colocó frente al espejo y se quedo quieto por más de veinte minutos. Volvía a ser el mismo flaco y alargado demonio, sus ojos estaban de vuelta y se podría decir que era él otra vez. La única diferencia es que es un poco más pelirrojo que antes. Nada más. 

Si bien la casa estaba llena de felicidad, lo que más abundaba era la constante del cambio. Y el temor de equivocarse en su nueva profesión.

Decir que fue difícil, sería mentir. Pero decir que fue fácil, también lo sería.

Harry era un bebé como los que describieron en los cientos de libros que ambos leyeron. Se alimentaba cada dos horas, evacuaba dos veces al día, disfrutaba del baño nocturno y dormía más de dieciocho horas. 

Y al igual que el pequeño Harry, parecía que Crowley también necesitaba dormir dieciocho horas. Seguía padeciendo de hambre y dormitaba casi toda la tarde. Ambos suponen que el metafísico cuerpo de Crowley sigue en constante crecimiento y evolución, adaptándose al cambio. 

Por eso Aziraphale pasa la mayor parte de la mañana preparando esa bebida que encontró en uno de sus libros. Incluía uvas y trocitos de: manzana, melón, papaya y muchas ciruelas. No era difícil suponer que esa cantidad de nutrientes era lo mejor para el lactante Crowley y el pequeño Harry.

También preparó los sándwiches de chocolate que tanto le gustaban a su compañero y metió un pequeño pavo al horno, cruzando los dedos para que todo saliera milagrosamente bien. 

Anathema, loca de felicidad cuando fue su turno de conocer al hermoso bebé, le dio un obsequio más. Era un par de radios que les ayudará a estar totalmente pendientes de su bebé aunque estuvieran en habitaciones separadas. Y esa mañana fue de especial ayuda. 

Aziraphale estuvo al tanto del radio comunicador por si su bebé requería algo, o por sí Harry necesitaba un cambio. Pero ambos durmieron la mayoría del día y le dio tiempo suficiente de tenerlo todo listo para el almuerzo. 

Cerca de los dos de la tarde el aroma que invadía su casa era como se supone que debe oler Nochebuena. Crowley lleva un rato despierto, pero no había querido moverse porque su bebé Harry se había acomodado cerca de el, con las piernas enrolladas y los brazos juntos. Lucía tan relajado y feliz que hizo lo mejor que sabía hacer, observar a su hijo. 

Habían transcurrido más de diez larguísimos días y todavía no terminaba de convencerse. Y cree que nunca podrá, a pesar que tenga al pequeño viéndole de vuelta con sus marrones ojos, aunque lo escuche llorar cuando algo le incomode, o cuando duerme sobre su pecho después de alimentarse. 

A veces cree que nunca podrá aceptar que aquello realmente esté sucediendo. 

Harry se estira, abre los ojos lentamente y bosteza. —Hola, tú. —saluda Crowley. — ¿Quieres ir a ver a papá?

No es un experto, pero podría considerarse un buen cargador de bebés. Se asegura se sujetar firme su cabeza y apoyar la espalda de su bebé. También recuerda que los cambios de temperatura no pueden ser bruscos, así que siempre coloca una delgada manta para defender a su bebé del cruel cambio climático. 

— ¿Los desperté? —pregunta el ángel esperándoles al pie de la escalera.

—Huele delicioso, ángel. —Crowley casi puede oír su estómago crujir. — ¿Qué tanto has hecho?

— ¡Perfecto! Justo iba a indicarte que ya estaba listo el almuerzo. —quién sí parece un experto en cargar bebés era el ángel. Estira los brazos, lo toma con seguridad y lo recuesta en su pecho con total confianza. 

Y es bastante hábil en colocarle dentro del moisés también. Lo acomoda cerca de ambos y envía constantes miradas entre bocados para asegurarse que Harry siga en total calma. 

Es fantástico, casi increíble. Como sino lograrán terminar de procesar que aquello que nunca imaginaron y ahora amaban con el alma, no era real. 

¿Cómo podrían imaginarse siendo tres?

Esa especial noche usaron las navideñas pijamas que Aziraphale mandó a confeccionar. Encendieron la chimenea y se acurrucaron en el sofá, disfrutando del sonido que producía el fuego y que se confundía con azote de la nevada contra la ventana. Duraron ahí horas, hasta que Crowley notó que su hijo entraba en la fase más profunda del sueño y sugirió mejor subir.

—Ha sido un fantástico día de Nochebuena, ángel. —murmura Crowley una vez acomodado en su cálida cama.

—Quería compensarte un poquito... de los que has hecho por ambos. —contesta el ángel sin dejar de sonreír. 

—No tienes que compensarme nada. —aclara de vuelta Crowley mientras se acerca más al pecho de Aziraphale.

El rostro del demonio se enciende y lo esconde en el cuello del ángel que sonríe todavía más y regala lentas caricias en los rojizos rulos. —Descansa cariño, yo cuidaré de todos. 

 

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Posdata: así es cómo me los imagino. Un joven y fuerte Aziraphale, más como el del libro. Y al Crowley igual, fuerte, flaco y seguro. La imagen no me pertenece, la encontré en Pinterest hace ratos.

Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora