Primeros tres.

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La primera vez que Harry conoció la librería fue en su tercer mes de vida. Azirapapá estaba increíblemente emocionado y pasó dando vueltas por toda la casa durante toda la noche, haciendo y deshaciendo la pañalera, una que tenía pequeños patitos dibujados. 

Ya tenían un poco más de práctica en colocar al pequeño bebé dentro de la silla del coche, al fin de cuentas ya habían visitado dos veces al médico Black para que se asegurará que Harry seguía perfectamente sano y además, por sugerencia de Crowley, le pusieron las vacunas correspondientes. 

Lo cuál fue extraño porque no están tan seguros que tan necesarios sean pero prefiriendo estar en guardia, las regordetas piernas de Harry soportaron el ligero pinchazo. Sufrió la irritación un par de horas y luego fue como si nada hubiera pasado. 

—Nosotros no nos enfermamos, ¡nunca! —exclamó Aziraphale. 

—Claro, y tampoco nos reproducíamos. —masticó Crowley. 

—En todo caso... sí fuera innecesario, su cuerpo lo sacaría, ¿no? —preguntó curioso el médico. —Ahora si fuera lo contrario, lo estarían protegiendo de cualquier incomodidad. 

Después del breve episodio antivacunas del ángel, continuaron con su nueva realidad y finalmente decidieron que era hora que su bebé conociera la otra fantástica parte de su vida, la librería. Y aunque saben, porque lo leyeron también, que no recordará nada, igual tienen muchas ganas de salir. 

Uno de los más importantes cambio fue el modo de conducir de Crowley. No manipula semáforos y aunque intente acelerar solamente un poquito más de la norma, el mismísimo Bentley le frena. Así que ahora tardan casi hora y media en llegar al centro de Londres. 

Nina, Maggie y principalmente Muriel no lo entienden del todo, pero están emocionadas en saber que ahora ellos son papás. Y ellas procesan a máxima velocidad la impactante imagen del demonio Crowley, con su clásico traje negro, salir del Bentley y bajar con bastante práctica la negra silla de bebé.

Las mujeres están amontonadas contra la ventana y corren a prisa hacia la puerta cuando el ángel la empuja. — ¡Buenos días, señoritas!

— ¡Oh por favor, déjanos verlo! —chilla Maggie con demasiado entusiasmo. 

Aziraphale le da espacio a Crowley. Este, con su clásico andar, llega al centro de la habitación y sube el protector solar de la silla. —Damas, les presento a Harrison. 

—Solo Harry. —corrige Aziraphale, aunque no importa, las mujeres están enloquecidas viendo al hermoso bebé que también las ve con atención.

Harry pasó de brazo en brazo. Incluso en los de Muriel, quién en un principio se negaba a cargarlo por temor a hacerlo mal y lastimarlo. Nina y Aziraphale tuvieron la paciencia de explicarle cómo se hacía de manera correcta y Muriel sonrío muchísimo más de lo que solía hacerlo. 

Esa también fue la primera vez que Harry conoció el parque de St. James. Llevan guisantes congelados y un abrigador poncho de tartán que protege al bebé del frío que aún hay en Marzo. Harry se muestra atento a todo lo que sucede a su alrededor, aunque luego proceda a babearse un poco y buscar alimento. 

—Deberíamos volver a la librería. —pide Crowley cuando Harry comienza a inquietarse. 

— ¿Qué? ¿Por qué? —Aziraphale sigue lanzando los guisantes. —Estos patos son muy mañosos, prefieren el pan aunque-

—Vámonos a la librería, ahora. —le corta el demonio una vez Harry se prepara para el llanto.

—Crowley...

—No creerás que voy a alimentarlo en frente de todos. —sisea. —Ya es suficiente que nos juzguen por ser hombres, ¡ahora imagínate el escándalo sí me ven sacarme... —se detiene y respira profundo. —Vámonos.

Pero Harry no les da tiempo, ha comenzado a llorar y retorcerse y los juzgones ojos se multiplican. Crowley maldice y Aziraphale alza los dedos y milagrosamente les ha hecho invisible ante los juzgones. 

Crowley agradece el gesto con un gruñido y se desploma en suelo para realizar el ritual de alimentar a su hijo. No deja de ser raro, pero al menos ya no es incómodo como al principio. Aunque es muy bonito sentirse el centro de atención de aquellos viperinos ojos que lo miran con adoración. 

El ángel se sienta a su costado, deja un beso en la mejilla de su compañero y contempla con los suaves rayos de sol caen sobre su hijo e iluminan los rojizos mechones de cabello que resplandecen todavía más. 

Se quedan sentados ahí, a la orilla del lago, disfrutando de su más inesperado y fantástico milagro. 

Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora