La puerta del ascensor se abrió y el hombre del traje salió, seguido por Elena. Caminaron por el pasillo hasta llegar a una habitación con el número 1508. El hombre del traje sacó una tarjeta de su bolsillo y la pasó por la ranura de la puerta. La puerta se abrió y el hombre del traje entró, invitando a Elena a hacer lo mismo.
Elena entró con cautela, mirando a su alrededor. La habitación era amplia y elegante, con una cama king size, un sofá, un escritorio, un televisor y un minibar. Había una ventana grande que daba a la ciudad, iluminada por las luces nocturnas.
El hombre del traje cerró la puerta y se quitó la gabardina. Colgó la gabardina y la pistola en el perchero y se sentó en el sofá. Encendió el televisor y cambió de canal hasta encontrar uno de noticias.
Elena se quedó de pie junto a la puerta, sin saber qué hacer. Se sentía incómoda y asustada. No sabía qué quería ese hombre de ella, ni por qué la había traído a esa habitación.
-Siéntate -le dijo el hombre del traje-. No te haré nada.
Elena no le creyó. Se quedó quieta, sin moverse.
-Por favor -insistió el hombre del traje-. Solo quiero hablar contigo.
Elena dudó, pero finalmente se acercó al sofá y se sentó en el otro extremo, lo más lejos posible del hombre del traje.
-Gracias -dijo el hombre del traje-. Ahora, déjame presentarme. Me llamo Alejandro. Alejandro Rossi.
Elena lo miró con sorpresa. Reconoció ese nombre. Era el nombre de uno de los hombres más poderosos y temidos de la ciudad. Era el líder de la mafia italiana, conocida como La Familia. Era el responsable de muchos crímenes, como extorsión, contrabando, tráfico de drogas y armas, asesinato y más. Era un hombre buscado por la policía y por sus enemigos. Era un hombre al que nadie se atrevía a desafiar.
-¿Tú eres Alejandro Rossi? -preguntó Elena con incredulidad.
-Sí -respondió Alejandro con tranquilidad-. ¿Me conoces?
-Solo he oído hablar de ti -dijo Elena con nerviosismo-. Eres el jefe de la mafia.
-Así es -dijo Alejandro con orgullo-. Soy el jefe de La Familia. Y tú eres Elena García, una mesera que trabaja en el restaurante La Piazza.
Elena se sorprendió al escuchar su nombre.
-¿Cómo sabes mi nombre? -preguntó Elena con miedo.
-Lo sé todo sobre ti -dijo Alejandro con una sonrisa-. Sé dónde vives, dónde trabajas, quiénes son tus padres, tu novio, tus amigos... Sé todo lo que haces, lo que piensas, lo que sientes...
Elena sintió pánico. ¿Cómo era posible que ese hombre supiera tanto sobre ella? ¿Qué quería de ella?
-¿Por qué sabes todo eso? -preguntó Elena con angustia.
-Porque te he estado observando -dijo Alejandro con sinceridad-. Porque me gustas.
Elena no podía creer lo que escuchaba. ¿Alejandro Rossi, el jefe de la mafia, le gustaba ella? ¿Una simple mesera? ¿Qué sentido tenía eso?
-¿Qué? -preguntó Elena sin entender.
-Es verdad -dijo Alejandro con firmeza-. Me gustas desde la primera vez que te vi. Fue hace tres meses, en el restaurante donde trabajas. Fui a cenar con unos socios y te vi servir las mesas. Me llamaste la atención por tu belleza, tu simpatía, tu dulzura... No pude apartar los ojos de ti toda la noche. Desde entonces, no he dejado de pensar en ti. Te he seguido discretamente, te he investigado, te he admirado... Te he deseado.
Elena se quedó sin palabras. No sabía cómo reaccionar ante esa confesión. Se sentía halagada, pero también asustada. No sabía si Alejandro le estaba diciendo la verdad, o si solo era una mentira para manipularla. No sabía si debía sentirse atraída por él, o si debía rechazarlo. No sabía qué hacer.
-¿Y qué quieres de mí? -preguntó Elena con voz temblorosa.
-Quiero que seas mía -dijo Alejandro con pasión-. Quiero que seas mi mujer.
Elena se quedó boquiabierta. ¿Su mujer? ¿Estaba loco? ¿Cómo podía pedirle eso?
-¿Tu mujer? -repitió Elena con incredulidad.
-Sí -dijo Alejandro con determinación-. Quiero que te cases conmigo.
Elena no podía creer lo que escuchaba. ¿Casarse con él? ¿Con el jefe de la mafia? ¿Con un asesino? ¿Con un hombre que apenas conocía? ¿Estaba loco?
-No puedo -dijo Elena con horror.
-¿Por qué no? -preguntó Alejandro con impaciencia.
-Por muchas razones -dijo Elena con desesperación-. Porque no te conozco, porque no te amo, porque tengo novio, porque no quiero ser parte de tu mundo, porque...
-No me importa nada de eso -la interrumpió Alejandro con rudeza-. Lo único que me importa es que me gustas, y que te quiero para mí. No me importa tu novio, ni tu familia, ni tu trabajo, ni tu vida. Te los puedo quitar todo, si es necesario. Te puedo dar todo lo que quieras, si aceptas. Pero no te dejaré ir, nunca. Eres mía, y nadie más te tendrá.
Elena se sintió atrapada. No tenía escapatoria. Alejandro era un hombre poderoso y peligroso, que podía hacerle daño a ella y a sus seres queridos. No tenía opción de elegir. Tenía que aceptar su propuesta, o sufrir las consecuencias.
-No me hagas esto -suplicó Elena con lágrimas en los ojos.
-No tengo otra opción -dijo Alejandro con frialdad-. Es esto, o la muerte.
Elena se quedó sin aliento. Alejandro acababa de amenazarla de muerte. No le quedaba ninguna duda de que era capaz de cumplir su amenaza. Había visto cómo había matado a dos hombres sin pestañear. Sabía que no tenía escrúpulos ni compasión. Sabía que no tenía salida.
-Está bien -dijo Elena con resignación-. Me casaré contigo.
Alejandro sonrió con satisfacción. Había conseguido lo que quería. Había logrado que Elena aceptara ser su mujer.
-Muy bien -dijo Alejandro con alegría-. Me alegro de que hayas tomado la decisión correcta. No te arrepentirás. Te haré feliz, te lo prometo.
Dicho esto, se acercó a Elena y la besó en los labios. Elena se quedó quieta, sin corresponder al beso. Sentía asco y miedo. Sentía que acababa de vender su alma al diablo.
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La fuga de la reina
RomanceElena es una joven mesera que sueña con una vida mejor. Su sueño se convierte en una pesadilla cuando es secuestrada por Alejandro Rossi, el jefe de la mafia italiana, que se ha enamorado de ella. Alejandro la fuerza a casarse con él, sin importarle...