Elena llegó a la casa segura junto con los policías. Era una casa modesta, pero acogedora, ubicada en un barrio tranquilo y discreto. Tenía una sala, una cocina, un baño y dos habitaciones. Estaba equipada con todo lo necesario para vivir cómodamente: muebles, electrodomésticos, ropa, comida, libros, juegos... También tenía un sistema de seguridad avanzado, con cámaras, alarmas y cerraduras electrónicas. Era una casa donde Elena podía sentirse segura y protegida.
Elena entró a la casa y se sintió aliviada. Se sentía como si hubiera llegado a un refugio, a un oasis, a un hogar.
El detective Martínez le mostró la casa y le explicó las normas.
-Esta es tu casa por el tiempo que sea necesario -le dijo con amabilidad-. Puedes hacer lo que quieras, siempre y cuando no salgas de la casa ni te comuniques con nadie sin nuestra autorización. Siempre habrá dos policías contigo, uno dentro de la casa y otro fuera. Ellos te cuidarán y te ayudarán en lo que necesites. Si tienes algún problema o alguna duda, solo tienes que decirnos.
-Gracias -dijo Elena con gratitud.
-De nada -dijo el detective Martínez con una sonrisa-. Es nuestro trabajo.
Dicho esto, el detective Martínez le entregó un teléfono celular.
-Este es tu teléfono -le dijo-. Tiene una línea especial, que solo puedes usar para llamarnos a nosotros o a tu familia. No puedes usarlo para llamar a nadie más, ni para navegar por internet, ni para enviar mensajes. Si lo haces, podrías poner en riesgo tu seguridad y la nuestra.
-Entiendo -dijo Elena con seriedad.
-Bien -dijo el detective Martínez-. Ahora, te dejo que te instales y que descanses. Si necesitas algo, solo tienes que avisarnos.
-Gracias -repitió Elena con sinceridad.
El detective Martínez asintió y se despidió de Elena. Luego salió de la casa y se reunió con los demás policías.
Elena se quedó sola en la casa, junto con el oficial García, que estaba dentro de la casa, y el oficial López, que estaba fuera de la casa. Se sintió extraña y nerviosa. No estaba acostumbrada a esa situación, ni a esa compañía. No sabía cómo actuar, ni qué decir.
Elena decidió ir a su habitación y dejar sus cosas. Escogió la habitación más grande y más bonita, que tenía una cama doble, un armario, una cómoda y una ventana. Era una habitación sencilla, pero acogedora.
Elena abrió su maleta y sacó su ropa y sus objetos personales. Los guardó en el armario y en la cómoda, ordenadamente. Luego se sentó en la cama y miró por la ventana. Vio un jardín verde y florido, con un árbol y un columpio. Vio un cielo azul y soleado, con algunas nubes blancas. Vio un paisaje tranquilo y bonito.
Elena se sintió más tranquila y más feliz. Se sentía como si hubiera llegado a un lugar donde podía empezar de nuevo, donde podía olvidar sus problemas, donde podía ser feliz.
Elena se recostó en la cama y cerró los ojos. Se quedó dormida al instante, cansada por todo lo que había pasado.
Elena durmió durante varias horas, sin soñar nada. Se despertó al oír el sonido del teléfono celular que le habían dado los policías. Lo cogió y vio que tenía una llamada entrante.
Era su madre.
Elena sintió una mezcla de alegría y de miedo al ver el nombre de su madre en la pantalla. Se alegraba de poder hablar con ella después de tanto tiempo, pero también temía lo que le diría.
Elena respiró hondo y contestó la llamada.
-Hola -dijo Elena con voz temblorosa.
-Hola -dijo su madre con voz llorosa-. ¿Elena? ¿Eres tú?
-Sí -dijo Elena con voz emocionada-. Soy yo.
-¡Oh, gracias a Dios! -exclamó su madre con voz aliviada-. ¡Gracias a Dios que estás viva!
Elena se echó a llorar al oír las palabras de su madre. Se sintió conmovida y agradecida por su preocupación y su amor.
-Mamá -dijo Elena con voz sollozante-. Mamá, te extraño.
-Yo también te extraño, hija -dijo su madre con voz cariñosa-. Yo también te extraño mucho.
-Mamá, lo siento -dijo Elena con voz culpable-. Lo siento por todo lo que te he hecho pasar.
-No, hija, no lo sientas -dijo su madre con voz comprensiva-. No es tu culpa. No has hecho nada malo. Eres una víctima, una sobreviviente, una heroína.
-No, mamá, no lo soy -dijo Elena con voz humilde-. No soy nada de eso. Solo soy una chica asustada y confundida.
-No, hija, no digas eso -dijo su madre con voz firme-. Eres una chica valiente y fuerte. Eres una chica que ha escapado de un monstruo. Eres una chica que ha luchado por su libertad. Eres una chica que me enorgullece.
-Mamá... -dijo Elena con voz agradecida.
-Hija... -dijo su madre con voz amorosa.
Las dos se quedaron en silencio por un momento, escuchando el latido de sus corazones. Se sentían unidas por un lazo invisible, que nadie podía romper. Se sentían felices de poder hablar, aunque fuera por un momento.
-Mamá, ¿cómo estás? -preguntó Elena con voz preocupada.
-Estoy bien, hija -respondió su madre con voz tranquila-. Estoy bien gracias a ti.
-¿Gracias a mí? -preguntó Elena con curiosidad.
-Sí, gracias a ti -repitió su madre con emoción-. Gracias a ti he recibido la mejor sorpresa de mi vida.
-¿Qué sorpresa? -preguntó Elena con intriga.
-La sorpresa que me has dado tú -dijo su madre con alegría-. La sorpresa que llevas dentro de ti.
-¿Qué? -preguntó Elena sin entender.
-Hija, estás embarazada -dijo su madre con felicidad-. Vas a ser madre. Vas a tener un bebé.
Elena se quedó sin palabras al escuchar esas palabras. No podía creer lo que escuchaba. ¿Embarazada? ¿Madre? ¿Bebé?
-No puede ser -dijo Elena con incredulidad.
-Sí puede ser -dijo su madre con certeza-. Sí es. Los policías me lo han dicho. Te han hecho una prueba de embarazo en el hospital, y ha salido positiva. Estás embarazada de dos meses.
Elena se llevó la mano al vientre y sintió un vacío. No sentía nada. No sentía al bebé. No sentía alegría. No sentía amor.
Solo sentía horror...
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La fuga de la reina
RomanceElena es una joven mesera que sueña con una vida mejor. Su sueño se convierte en una pesadilla cuando es secuestrada por Alejandro Rossi, el jefe de la mafia italiana, que se ha enamorado de ella. Alejandro la fuerza a casarse con él, sin importarle...