El barco se desliza suave y sereno hacia la ciudad que promete cambiar la vida del joven Djeric Lexer. Sus botas oscuras con perlas incrustadas parece que apenas rozan la cubierta, a diferencia de los pisotones bruscos de Alon Sven que es incapaz de contener sus nervios, y su lengua.
—«Ioral: semillero del mal» es un dicho muy popular, mi terco amigo.
Como respuesta, Djeric pasa el dedo por un botón nacarado del puño de su casaca negra de brocado. La prenda se ajusta a su cuerpo destacando sus hombros anchos y su cintura estrecha, en contraste con la casaca granate con bordados negros de Alon, más ancha, perfilando un cuerpo más bajo y robusto.
—Su moral está igual que sus tierras: fragmentada —continúa Alon alzando el ala de su sombrero, por el que escapa una melena de rizos rubios—. Nunca comprenderé tu elección de casarte con una sanadora iora, cualquier sanadora delka es mejor. Sabe el Gran Dios que sí.
Djeric clava sus reflexivos ojos azules en los de su amigo, varios tonos más oscuros. Sabe que elegir una sanadora de su propia tierra y cultura habría sido una elección más cómoda, pero en Ioral las hay mucho más poderosas que en la mayoría de países delkas. Algo que Alon obvia con desdén.
Djeric se quita el sombrero para retirar el sudor de su frente y airear los finos mechones blancos de su rostro, su cabello desciende hasta sus hombros como una cascada de espuma brillante. Alon lo imita y usa el sombrero de abanico, dejando las pecas que salpican su cara expuestas al sol.
—Lejos de nuestra Ilgarar solo hay calor, ¿a quién le gusta el calor, Djer? Tanto sol quema la piel y el cerebro.
Llevan dos días navegando y la temperatura ha ido en aumento conforme se alejaban de los picos de hielo que rodean la mayor parte de su país. Las diminutas islas que forman Ioral están rodeadas por los picos de fuego, haciéndolas accesibles solo por mar.
—Lo peor de todo no es su moral ligera y su clima pesado —prosigue Alon quitándose la casaca—, no, no, mi inconsciente amigo, lo peor es que aceptan cualquier poder de sangre como si todos fueran válidos. Poderes que son extensiones de la naturaleza ¿iguales que aquellos que atentan contra ella? ¡Están locos, Djer! Locos. Cuando bajemos del barco podríamos toparnos con cualquiera de esos saiwos que leen mentes, o que se meten en los sueños de la gente y los obligan a matar o... ¡sabe el Gran Dios qué atrocidades!
La voz de Alon queda ahogada por la del capitán anunciando la llegada a Blazh, capital de Ioral, en pocas horas. Como Djeric y Alon ya tienen su equipaje preparado, prosiguen su paseo por cubierta hasta acomodarse en la barandilla de proa donde aceptan un par de cócteles afrutados de un camarero enjuto.
—¿Cuánto tiempo vas a estar encerrado en ese silencio tuyo? Hablar solo es cosa de perturbados.
—Mi querido agorero —suspira Djeric con voz resignada—, ¿de qué sirve que hable yo si tú solo deseas escucharte a ti?
—¿Qué placer hay en escucharme si nadie busca rebatir mis palabras?
—Me niego a intentarlo. —Djeric se acaricia el mentón bien afeitado—. Hay formas más divertidas de perder el tiempo.
—Vete al diablo —la voz de Alon es brusca, sus gestos amplios, pero en el fondo de sus ojos no hay atisbo de enfado.
—Según tú, voy de cabeza al infierno —Djeric sonríe con ironía—, supongo que me toparé con más de un diablo.
—Reza para que uno de ellos no sea tu prometida.
Djeric nota un leve pinchazo en su nuca, con disimulo, examina su entorno. La piel de Djeric es muy sensible a las miradas y a las intenciones de quienes lo observan, como también a los ambientes, es un poder de sangre que lleva en su familia muchas generaciones.
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Choque: Alas Encadenadas #PGP2024
Fantasy🥉3er lugar en Fantasía y Ciencia Ficción Contest 2024 *** Un compromiso matrimonial por poderes de sangre que no puede romperse sin terribles consecuencias. Djeric Lexer desembarca en Ioral con una misión: recoger a su futura esposa, y ya de paso...