Suni siente que en cualquier momento va a hacerse añicos. Su cuerpo tiembla de tensión, el cuchillo vibra en su mano, la luz verde vuelve a intensificarse después del estallido anterior.
Una sombra se mueve en su periferia. Un encapuchado. Quizá el mismo que mantiene a Djeric y a Alon retorciéndose en el suelo. Si es él, ella también va a caer. No puede moverse. Ni siquiera puede gritar. Lo único que puede hacer es luchar por no desmoronarse.
El saiwo se acerca con pasos seguros. Hace gestos con las manos, los dedos moviéndose con precisión, como si intentara algo. Suni piensa que quizá esté tratando de hacer que suelte el cuchillo, si lo consigue tendrá que darle las gracias.
La chica siente un grito formarse en su garganta cuando el cuchillo vibra con una fuerza incontrolable. Otro haz verde explota en todas direcciones, como una tormenta de luz. Pero esta vez, alcanza al incauto saiwo que tanto se había acercado: cae al barro con un sonido sordo y viscoso.
A ella le gustaría poder alegrarse, pero la tensión continúa aumentando, sus dientes tan prietos que crujen. Lo peor es que su mano es incapaz de aflojarse ni una milésima, por más que ella lo intente. Suni sabe que si no suelta el cuchillo morirá.
De pronto, una mano grande rodea la suya y el color verde se mezcla con otro más frío, más azul. Y frío es la palabra precisa para lo que experimenta al contacto con esa mano. Un frío tan agradable como el que se siente cuando estás ardiendo de fiebre y te ponen un paño helado en la frente. Sus músculos se relajan, el brillo verde mengua a la vez que el azul se intensifica. La mano de la chica se abre fatigada, y la del joven se queda con el cuchillo.
—Djeric... —suspira aliviada mientras su espalda se acomoda en el pecho del muchacho.
—Nunca me cansaré de oírte pronunciar mi nombre, mishmi —murmura en su oreja.
Nota una suave presión en su cabeza, como si él la hubiera besado. Esa idea ridícula calienta las mejillas de la chica. También se da cuenta de que la tiene sujeta por la cintura, y casi todo su peso está apoyado en él. Pero no quiere apartarse, no está segura de poder sostenerse a sí misma en este momento.
Alon aparece soltando palabras duras y cortantes, mientras se acerca al cuerpo caído del saiwo y le da la vuelta con un puntapié.
De pronto, las sombras se alargan a su alrededor. Por lo menos diez encapuchados surgen por todas partes, rodeándolos. Suni jadea, aterrada. Están acabados.
—Tranquila, son Purificadores —susurra Djeric en su oído.
No se queda más tranquila. Suni observa a los recién llegados buscando alguna diferencia con los saiwos. Todos van encapuchados y enmascarados, y se mueven como sombras entre los cuerpos caídos. La muchacha imagina que la única diferencia real estará en sus poderes.
Siempre ha sabido que fuera de Ioral los poderes sensoriales y extrasensoriales están en guerra, pero saberlo y vivirlo son dos cosas muy distintas. «Están locos y ni siquiera se dan cuenta».
Ese pensamiento la impulsa a alzar la cabeza hacia el joven sobre el que está apoyada. Desde esa posición, tiene una vista perfecta de su nuez. Parece atento a los Purificadores, e incluso habla con ellos en ílgaro. Suni no sabe qué pensar de él. Lo peor de todo, es que tampoco sabe qué pensar de ella misma.
Se mira las manos, ya no pican y están exhaustas, todo su cuerpo lo está. Recuerda el color del cuchillo en sus manos, su favorito, el mismo tono de sus mechas perdidas... ¿Cómo un suceso tan horrible ha desencadenado algo tan hermoso? ¿Cómo algo tan hermoso casi la destruye?
Tiembla. Aunque hace rato que la lluvia es tan fina como un velo de niebla, sigue calando su piel, cabellos y ropas. Sin previo aviso, Djeric envuelve con su brazo la parte trasera de sus muslos y la levanta con facilidad.
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Choque: Alas Encadenadas #PGP2024
Fantasy🥉3er lugar en Fantasía y Ciencia Ficción Contest 2024 *** Un compromiso matrimonial por poderes de sangre que no puede romperse sin terribles consecuencias. Djeric Lexer desembarca en Ioral con una misión: recoger a su futura esposa, y ya de paso...