Capítulo 6

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Djeric Lexer parece una estatua de hielo, pero sus ojos dan la impresión de estar estudiándola desde muchos ángulos. Suni decide hacer lo mismo.

Ayer le pareció mayor, quizá por su postura tensa o su forma de hablar, pero viéndolo bajo la sombra del magnolio en actitud relajada, Suni comprende que no debe de tener más de veinte años. Tal vez ayude verlo con ropa menos recargada.

Lleva un chaleco abierto marrón que se mueve con la brisa, una camisa blanca cuyos antebrazos están decorados con trenzas de cuero, pantalones ajustados de terciopelo y botas marrones que alcanzan sus rodillas. En su cinturón, destaca un bolso de cuero negro.

«Debe de ser alguien mortalmente aburrido. Seguro que se detiene en todos los espejos, y pasa los días siendo atendido por ayudas de cámara. Aburrido, superficial y estirado», concluye Suni su evaluación.

Podía imaginarse a Mare viviendo en un flamante castillo, rodeada de sirvientes y de personas diciéndole qué hacer en cada momento. Un escalofrío de espanto recorre a Suni ante esa imagen.

—Tu padre me contó en la cena que los napas solo se pueden emplear en lugares concretos. —Djeric señala el napa que Suni sostiene en sus manos—. Creo que este jardín no es uno de esos lugares.

—¿Intentas decirme algo? —pregunta Suni con una punzada de irritación.

—Solo confío en que no vayas a salir volando después de lo ocurrido anoche.

«Y encima es un lameculos de mi padre. Puaj».

Suni acciona el napa y éste se queda flotando a unos treinta centímetros del suelo.

—Te aconsejo que metas tu refinada nariz en asuntos que te incumban, delka.

Djeric abandona la sombra del magnolio para acercarse a ella. Suni descubre que le saca más de una cabeza. También debe de reconocer que no es desagradable a la vista. Tiene un rostro que podría observar por horas sin cansarse, porque es un intrigante juego de contrastes.

Su nariz recta y esculpida está marcada por una suave cicatriz en su lateral. Tiene una fina piel de alabastro y unos labios rectos de un rosa pálido, en contraposición con una mandíbula ligeramente cuadrada y una prominente nuez. Sus ojos, de un turquesa profundo, están enmarcados por pestañas espesas y cejas finas, varios tonos más oscuros que su pelo; un pelo que parece vivo, como rayos de luna en movimiento, etéreo y salvaje.

—Pronto seremos familia: me incumbe.

Suni inspira, ha estado conteniendo el aliento sin darse cuenta.

—Creo que tanta ropa no te deja pensar con claridad —replica la chica—. Que mi hermana se case contigo no te convierte en mi padre. Piérdete.

Cuando Suni hace el amago de subir al napa, Djeric estira un brazo bloqueando su camino.

—No pretendo ser tu padre, (el Gran Dios no me desee semejante castigo), solo que seas más respetuosa con el tuyo, y evitar que regreses con otra multa esta noche.

—Vuelve a tu cueva y déjame en paz.

Suni se gira para esquivar su brazo, pero Djeric se adelanta.

—Tienes muy claro que los delkas no somos más civilizados que una comunidad de simios. —Sus ojos centellean, pese a la serenidad de su voz—. Dice mucho de ti que saques esas conclusiones de unos países en los que jamás has estado. ¿Juzgas todo con la misma rapidez?

—He conocido a varios delkas.

—En tal caso, supongo que ya nos conoces a todos —su tono rezuma un sarcasmo ácido.

—Cuanto más te conozco a ti peor pienso de vosotros.

—No me conoces en absoluto. —Niega con la cabeza despacio—. Yo también he escuchado muchas historias sobre los iora. Al menos tuve el detalle de no creerlas hasta verlo con mis propios ojos.

—¿Qué historias? ¿Sobre el respeto a todos los poderes de sangre? —Suni extiende su mano derecha para ir alzando dedo a dedo—. ¿Nuestras impresionantes ciudades? ¿Nuestra avanzada tecnología? ¿La libertad de la que gozamos mujeres y hombres por igual? ¿Nuestra sociedad de bienestar y respeto? Puedes creerlas. Es más, podéis imitarlas también. No os cobraremos patente.

Suni trata de esquivarlo, pero los brazos del joven son tan largos como su determinación en molestarla.

—Me asombra lo distintas que sois Mare y tú.

—No te haces una idea —Suni retrocede un par de pasos, inquieta por la cercanía del muchacho—. Yo ni por toda la fortuna del mundo me casaría con uno de vosotros.

—Y todos nosotros damos gracias al Gran Dios por tu decisión. Ahora, por favor, desactiva el napa.

Suni cierra sus puños con fuerza.

—Si te falla el oído, lee mis labios: piér-de-te.

Los ojos de Djeric se convierten en finas rendijas.

—Eres una criatura muy maleducada. ¿Te comportas así con todo el mundo o solo con tu familia?

—¿Qué sabes tú de mi familia, delka?

—Lo suficiente como para compadecerlos por tener que aguantarte. —Sus ojos brillan duros, glaciales—. Desactiva el napa. —Ella le devuelve una mirada desafiante—. ¿Prefieres que avise a tu padre?

La boca de Suni se entreabre incrédula; siente ganas de insultarlo, pero se le ocurre algo mejor.

—Está bien —dice entre dientes—, vamos a hablar con mi padre. ¿Me dejas agarrar mi napa de una vez?

Djeric baja el brazo, pero permanece alerta, como si no confiara en ella. Suni desactiva el napa, las alas metálicas se ocultan quedando como un simple óvalo plateado. En lugar de guardarlo en la mochila, va con él en brazos hasta llegar a las puertas de cristal de la cocina. Suni se detiene y realiza una burlona reverencia.

—Tú primero, por favor.

Djeric le dirige una mirada especulativa antes de obedecer. Las puertas se abren y, cuando él las traspasa, Suni ordena:

—Avi: desconecta los sensores de movimiento de la cocina.

Las puertas se cierran a espaldas de Djeric; él observa confuso y toca los cristales como buscando la forma de abrirla.

—No se abrirá —dice Suni dulcemente—. Avi solo obedece a los habitantes de la casa, qué pena para ti que ella no te considere un miembro de la familia, ¿eh? —El desconcierto en la cara de Djeric es reemplazado por un enojo cada vez más obvio—. Siempre puedes llamar a mi padre para que te ayude a abrir la puerta.

Suni esboza una sonrisa cargada de mofa, le guiña un ojo y se despide con su mano libre.

***

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Choque: Alas Encadenadas #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora