A Suni le cuesta despegar sus ojos de Djeric. Como él conduce, confía en que no se esté dando cuenta. Después del desayuno, que acabó siendo un monólogo de Oto Lexer sobre las competiciones del Laberinto, Djeric apareció en el recibidor con una ropa distinta a todo lo que ha visto en él: chaqueta con capucha, pantalones cómodos, zapatos anchos con cordones: todo de negro. Ni sombrero, ni chaleco, ni bordados. Tan sencillo que casi le cuesta reconocerlo.
—Me estás desgastando de tanto mirarme, mishmi. ¿Hay algo que quieras decirme?
—Pareces... distinto.
«Más enigmático, peligroso, guapo». Suni aprieta los puños dentro de los bolsillos de la gabardina blanca que Elsta le prestó. Odia pensar algo positivo de él.
—¿Distinto a qué?
—A ti —Djeric ríe con suavidad—. ¿Qué es tan gracioso?
—Tú. Desde el principio crees que me conoces, pero sabes muy poco de mí.
Suni observa cómo maneja con destreza el volante de madera tallada, sus manos están cubiertas por guantes de cuero negro.
—Así que esas ropas pomposas y esos modales estirados ¿eran un disfraz?
—En absoluto.
Suni pone los ojos en blanco y baja la ventanilla con una manivela, los asientos de cuero aún exudan un leve aroma a curtido y la marean un poco. También le sirve para dejar de mirar a Djeric y poder ignorarlo el resto del trayecto.
—Decídete Suni —continúa Djeric—, ¿somos unos primitivos recién salidos de cuevas o unos señoritos pomposos? Comprenderás que ambos conceptos son muy diferentes.
—Yo creo que esa mezcla os define bien a los ílgaros —responde Suni observando los edificios con travesaños de madera, en busca de alguno lo bastante alto como para perderse entre las nubes—, diría que a todos los delkas.
Djeric sacude la cabeza de un lado a otro, es absurdo hablar con alguien que ya ha decidido cómo son las cosas. Djeric no quiere continuar por un camino que los va a enfrentar, su objetivo es encontrar uno que los una. Piensa en ello, mientras el sonido de las ruedas crujiendo sobre los adoquines se une al tintineo de las cadenas que Suni lleva en la cintura.
Al cabo de unos minutos, Suni se pone unas gafas de sol, pese a los nubarrones que llenan el cielo. La chica toquetea las gafas por todas partes, como si buscara algo. Djeric cede a su curiosidad y le pregunta qué hace.
—Intento ver algo. ¿Acaso estas gafas no tienen ninguna función? ¿Para qué sirven?
—Quizá te sorprenda la respuesta: para protegerte del sol.
—¿Ya está?
—¿Qué intentas ver?
—La ropa que está en descuento hoy. Los lugares turísticos imprescindibles. El mapa de la ciudad. Donde estoy y a dónde me dirijo. Ese tipo de cosas.
—¿Veis todo eso en unas gafas? —A Djeric le da vueltas la cabeza al imaginarlo.
—Galáctico, ¿verdad? Ioral es lo más —suspira Suni con frustración quitándose las gafas.
—Cuanto antes dejes de lamentarte por lo perdido antes disfrutarás de lo ganado.
Suni vuelve su cara hacia él con expresión de perplejidad. En ese momento, Djeric aparca en una calle bulliciosa repleta de gente, vehículos, bares y tiendas.
—¿Qué se supone que he ganado, delka? Porque si te refieres a ti es que tienes un ego más grande que tu estupidez.
Los dos se quedan mirándose mientras el aire parece detenido entre sus cuerpos. Djeric vuelve a experimentar unas irresistibles ganas de estrangularla. ¿Cómo va a conquistarla si la mitad del tiempo que pasa con ella desea matarla?
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Choque: Alas Encadenadas #PGP2024
Fantasy🥉3er lugar en Fantasía y Ciencia Ficción Contest 2024 *** Un compromiso matrimonial por poderes de sangre que no puede romperse sin terribles consecuencias. Djeric Lexer desembarca en Ioral con una misión: recoger a su futura esposa, y ya de paso...