체리 2: Cerezas, pipas y charlas 체리

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A pesar de que hacía un buen día, Joshua solo podía ver cosas malas.

Había estado toda la mañana sentado en un caballo, cargando con una bolsa azul a la espalda, llena de ropa y con el sol en la cabeza. Y todo, para poder ir a Hahoe.

Habían salido de Hanseong, la capital, lo antes posible por si ocurría algo más. Los tres tenían miedo de lo que pudiera pasar, pero se daban ánimos y fuerzas entre ellos para poder superar el mal bache.

El hecho de que delegarán a Joshua era un milagro, a pesar de ser en un pueblo tan pequeño e insignificante como lo era Hahoe. No estaba tal alejado de la capital, pero tardaron dos días en llegar, y cuando lo hicieron, se dieron cuenta de que estaban realmente cansados.

Pero lo peor del viaje aún estaba por llegar, y ese era el momento en el que entraron por las puertas del pequeño pueblo.

Lo malo de los pueblos pequeños, es que todos se conocen, los rumores corren rápido y los prejuicios son como la pólvora. Además de las miradas, aquello era lo peor.

El padre de Joshua era de occidente, y por ende, el tenía ciertas costumbres que los coreanos no. Una de ellas, era el pelo. Joshua llevaba el pelo corto, que a diferencia del resto de coreanos, lo llevaban largo, suelto o atado en un moño.

Recibieron miradas por parte de las mujeres que paseaban por las calles, y muecas por parte de los hombres.

Su nueva casa estaba ubicada cerca del centro, pero sin llamar la atención. Cuando la vio, le dio algo de nostalgia y su pecho se oprimió de golpe. Se había mudado tantas veces que ya había olvidado la casa en la que se crio.

- Prepararé comida.- simplemente dijo Cheol, bajándose del caballo y atándolo en el patio trasero.

- Quiero ver toda la casa.- admitió Chan.- Es bonita.

Joshua se sentó en la pyeong sang que había en el patio delantero y dejo los zapatos a un lado. Soltó un suspiro cansado y cerro los ojos.

Trataría de relajarse, comenzar de cero con su vida y no mirar a tras. Su vida había cambiado mucho y muchas veces, aún no se acostumbraba a dar tantos bandazos. Estaba curioso por ver lo que el futuro tenía deparado para él.

Aquel día se fue a dormir temprano después de comer y ordenar la nueva casa, porque al día siguiente tenía que asistir a la nueva oficina de investigación, que estaba en Hahoe.

/////

Era una linda mañana, y estaba de muy buen humor, por lo que decidió cargar una cesta de las cerezas que recogió el día pasado y comenzó a bajar el camino que daba al pueblo.

No solía bajar mucho, solo lo justo y necesario. Solía ir a comprar comida, o a dar comida a la gente, muy de vez en cuando.

Pero no era bienvenido en ese pueblo, o al menos no se sintió así los primeros años que estuvo allí. Sabía que tenía un aspecto extraño, fuera de lo tradicional, y que en los pueblos, la mente era mucho más cerrada, pero se sintió muy mal.

A pesar de ello, había salido adelante y se llevaba bien con casi todas las mujeres del pueblo. Estas amaban sus cerezas porque eran las únicas en kilómetros. También tenía algunos amigos hombre, pero estos solían pasar más de él.

No era costumbre que un joven viviera solo en lo alto de un pueblo perdido, y soltero. Sin familia ni compañía. Era por eso que seguía siendo algo mal visto allí.

Aun así, siempre bajaba al pueblo con una sonrisa amable y daba las cerezas que había cosechado aquella semana. Las mujeres las compraban a montones y por un buen precio, y como se quedaban con ganas de más, al día siguiente solían subir por el camino hasta su casa y le pedían más.

Cerezas // JihanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora