El cielo aquella mañana estaba de un limpio azul, no había ni una nube que tapara los potentes rayos de sol. Las flores del campo de cerezos bailaban con la suave brisa mañanera y el aire olía a cerezas.
El joven coreano salió de la pequeña casa que tenía a lo alto de la ladera, y cargando con una cesta de mimbre en el codo, subió hasta su campo de cerezas y comenzó a recoger aquellas que estaban más rojas.
Tenía una tranquila sonrisa en sus labios, el cantar de los pájaros, el sol caliente sobre su cabeza, el olor a flores, todo aquello le transmitía una paz que la ciudad había destrozado.
Jeonghan no se arrepentía de haberlo dejado todo para irse a vivir a un pueblo en medio de la nada.
Incluso si dejarlo todo atrás, implico perder parte de su felicidad
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Había dedicado noches en vela a ese caso, había renunciado a comer, a ver a sus familiares, había entrenado por horas para tener un buen físico, había doblado turnos...
¿Y así era como la vida le pagaba todo su esfuerzo?
Con los ojos abiertos como dos naranjas, miraba a su jefe estampar un sello en unos papeles.
- Debe de haber un error...- trato de decir, autoconvenciéndose.- No puede hacerme esto...
- Señor Hong.- le corto el hombre, con una voz gélida y una mirada matadora. Estaba claro que después de todo lo ocurrido estaba enfadado y deseando enviarlo lejos de allí.- No insista, la decisión ya está tomada. Agradezca que no le han cortado la cabeza aún.
Trago duro, porque sabía que en su situación habría sido la primera opción en la que pensaron. Aún no entendía muy bien como había pasado todo tan rápido.
- Pero... ¿por qué tan lejos? - pregunto extrañado.- ¿No puedo hacer trabajo comunitario?
- Si eso es lo que hacen para disciplinar a las personas en occidente, me perece ridículo.- declaro el hombre, dejando los papeles a un lado y colocándose un cabello rebelde tras la oreja.- Le repito, que se marche, es la mejor decisión que han podido tomar, porque ya sabe que...
- Me habrían matado de no ser por usted, lo sé.- repitió por tercera vez.- Aun así...
- Aun así, nada.- dijo hartado y con voz severa. El hombre se levantó del cojín en el que estaba sentado y enderezo la espalda, recto como un palo.
Sabía que aquello era un indicación para que el también se levantara. Así lo hizo, se enderezó e hizo una reverencia perfecta de noventa grados, que claramente enorgulleció a su jefe, y finalmente salió de la que era la oficina.
Entro a la sala principal, donde habían algunas mesas y enormes estanterías con papiros, libros, y miles de escritos antiguos. Las miradas de algunos de sus compañeros estaban sobre él, pero lo entendía perfectamente, porque a partir de ahora sería la comidilla de todo el departamento de investigación.
Comenzó a recoger sus cosas de la mesa que había ocupado hasta ese momento, y finalmente ato la tela con un nudo.
Era una tela de seda de color azul Prusia. Había sido de su madre antes de que la mataran, hace ya más de dieciocho años.
Trato de borrar ese recuerdo de su cabeza, pero más recuerdos de su vida le llegaron de golpe, como si fueran golpes de puño que no pudiera esquivar.
Recuerdos de su madre y él viviendo en Corea, recuerdos de cuando acusaron a su madre de casarse con un occidental, recuerdos de cuando mataron a sus padres por amarse, y recuerdos de las burlas que recibía por parte de los otros niños al tener rasgos diferentes.
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Cerezas // Jihan
Fiksi PenggemarHong Joshua es delegado a un pueblo por culpa de un error que cometió en su trabajo. A pesar de los prejuicios, su vida pasada, su dolor y su enfado, acepta irse y termina trabajando como investigador en Hahoe. Pero justamente es allí en donde se re...