XXIV

48 2 0
                                    

Draco está en una jaula con barrotes de acero. Lleva sus vaqueros gastados y rajados, el pecho y los pies deliciosamente desnudos, y me mira fijamente. Tiene grabada en su hermoso rostro esa sonrisa suya de saber algo que los demás no saben, y sus ojos son de un gris intenso. En las manos lleva un cuenco de fresas. Se acerca con atlética elegancia al frente de la jaula, mirándome fijamente. Coge una fresa grande y madura y saca la mano por entre los barrotes.

—Come —me dice, sus labios acariciando cada sonido de la palabra.

Intento acercarme a él, pero estoy atada, una fuerza invisible me retiene sujetándome por la muñeca. Suéltame.

—Ven, come —dice, regalándome una de sus deliciosas sonrisas de medio lado.

Tiro y tiro... ¡suéltame! Quiero chillar y gritar, pero no me sale ningún sonido. Estoy muda. Draco estira un poco más el brazo y la fresa me roza los labios.

—Come, Gia.

Su boca pronuncia mi nombre de forma sensual.

Abro la boca y muerdo, la jaula desaparece y dejo de estar atada. Alargo la mano para acariciarlo, pasear los dedos por el vello de su pecho.

—Gia.

No... Gimo.

—Vamos, nena.

No... Quiero acariciarte.

—Despierta.

No. Por favor... Abro a regañadientes los ojos una décima de segundo. Estoy en la cama y alguien me besuquea la oreja.

—Despierta, nena —me susurra, y el efecto de su voz dulce se extiende como caramelo caliente por mis venas.

Es Draco. Dios... aún es de noche, y el recuerdo de mi sueño persiste, esconcertante y tentador, en mi cabeza.

—Ay, nooo... —protesto.

Quiero volver a su pecho, a mi sueño. ¿Por qué me despierta? Es de madrugada, o eso parece. Madre mía. ¿No querrá sexo ahora?

—Es hora de levantarse, nena. Voy a encender la lamparita —me dice en voz baja.

—No —protesto de nuevo.

—Quiero perseguir el amanecer contigo —dice besándome la cara, los párpados, la punta de la nariz, la boca, y entonces abro los ojos. La lamparita está encendida—. Buenos días, preciosa —murmura.

Protesto, y él sonríe.

—No eres muy madrugadora —susurra.

Deslumbrada por la luz, entreabro los ojos y veo a Draco inclinado sobre mí, sonriendo. Divertido. Divertido conmigo. ¡Vestido! De negro.

—Pensé que querías sexo —me quejo.

—Gia, yo siempre quiero sexo contigo. Reconforta saber que a ti te pasa lo mismo —dice con sequedad.

Lo miro mientras mis ojos se adaptan a la luz y aún lo veo risueño... menos mal.

—Pues claro que sí, solo que no tan tarde.

—No es tarde, es temprano. Vamos, levanta. Vamos a salir. Te tomo la palabra con lo del sexo.

—Estaba teniendo un sueño tan bonito —gimoteo.

—¿Con qué soñabas? —pregunta paciente.

—Contigo.

Me ruborizo.

—¿Qué hacía esta vez?

—Intentabas darme de comer fresas.

En sus labios se dibuja un conato de sonrisa.

Nunca he querido más - Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora