Gracias a Yuuji

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El pitido de su celular le advirtió de un nuevo mensaje. Megumi, debajo de la colcha, encendió la pantalla y, al asegurarse de que había sido enviado por Nobara como todos los demás, deslizó la notificación para cerrarla y sumarla al montón de mensajes por leer. Entró a su galería de fotos, pasando de largo por las de sus shikigamis, y se detuvo en una selfie donde aparecían él y Nobara, abrazados, con dos sonrisas definiendo la diferencia entre sus bocas y sus rostros cubiertos de un facial de avena. Continuó acariciando el lomo de su perro divino, el cual dormía, hasta que fue despertado por unos golpes llamando urgentemente a la puerta.

—No contestas mis mensajes desde la mañana y apenas me saludaste en el desayuno —Nobara le reclamó parándose con firmeza frente a él—. Fushiguro, ¿me estás ignorando?

Tras oír su voz, y verla poner un pie en la entrada, el shikigami saltó fuera de la cama y corrió hacia ella para tumbarla en el suelo y lamerle la cara.

—¡Kuro!

Megumi movió los dedos para desaparecer al lobo.

—Por eso soy de gatos —Nobara murmuró, adolorida, sintiendo la mano de él enroscarse a su muñeca y tirar de ella—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué me evitas?

—No es eso, solo estoy ocupado.

—¿Ocupado? —Nobara frunció el ceño—. Eres un pésimo mentiroso, si no me quieres ver, dímelo. No te entiendo.

Los ojos de Nobara se cristalizaron. Ella, con el rostro rojo y el pliegue de la frente remarcado, volteó sacudiendo su cabello castaño y salió azotando la puerta. Yuuji, que había dejado la entrada abierta, presenció el hecho desde su habitación y corrió a buscar a Megumi.

—¿Se pelearon otra vez? —le preguntó—. ¿Y ahora por qué?

—Itadori, no te metas.

Yuuji supo que era momento de salvar una relación ajena... otra vez.

—Fushiguro, necesito que vayamos al centro comercial —le dijo con la mirada puesta en la pantalla de su celular.

Megumi giró hacia él percatándose de lo rápido que movía sus dedos para pulsar unas teclas.

—¿Me juntarás con Kugisaki de nuevo? —preguntó, entrecerrando los ojos.

—¿Qué comes que adivinas? —Yuuji respondió con una sonrisa—. Vamos, no pueden estar enojados todo el tiempo. Sé que la quieres ver.

Megumi suspiró.

—Es cierto.

—¿Entonces? ¡Arréglense! —Yuuji exclamó—. ¿Qué les impide estar juntos?

Estaba claro que Yuuji no tenía idea de nada... todavía.

Megumi no le dijo nada más, solo se dejó arrastrar por él a la florería más cercana y esperaron a Nobara en Roppongi Hills, donde alguna vez inició todo el juego. Ella apareció entre el mar de personas, paralizando a las que transitaban cerca, llamando la atención por su distintivo caminar y estilo de vestir, que mejoró con el añadido de unas gafas de sol.

—¿Dónde están las ofertas, Itadori? ¿Trajiste la tarjeta del profe Gojo? —Se las quitó perdiéndose en los ojos de Megumi, al advertir su presencia—. ¿Fushiguro...?

Él comprimió los labios y quedó estático, sin saber cómo proceder. Yuuji le movió los brazos para que extendiera el ramo de rosas hacia Nobara. Ella no lo tomó.

—¿Qué significa esto? —preguntó, todavía confundida, pero pronto su mueca se transformó en sonrisa—. ¿Es tu manera de pedirme disculpas?

Megumi permaneció en silencio, apretando los tallos entre las manos, con la misma mirada ilegible de siempre. Había aprendido la Técnica de las Diez Sombras, a exorcizar maldiciones y a expandir su dominio incompleto, mas no a luchar en contra de lo que estaba sintiendo y que creía que, según palabras malentendidas de su mentor, no debía ser. Normalemente, presumía ser una persona racional, lo cual demostraba en batalla por vencer gracias a su lógica en lugar de a su fuerza física, pero en ese momento estaba dividido entre sus sentimientos y su razón, sin decidir qué camino elegir.

Se suponía que solo sería un juego, temporal e intrascendente, totalmente absurdo. Pero un juego sin reglas definidas, cualquier rumbo podía tomar.

Juego absurdo┊FushiKugiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora