Capítulo 1 Tus engaños

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Me siento en la cama, en aquella misma que tantos recuerdos guarda, siento correr las lágrimas por mis mejillas y me gustaría encontrar en donde he dejado guardada mi dignidad. ¿Qué tipo de castigo era este que me está dando la vida? ¿Qué es eso tan horrible que hice para merecer algo así?

Miré nuevamente las fotos que había dejado en el suelo, aquellas que me habían hecho perder la cordura, las únicas culpables de mis lágrimas. No, ¿por qué trato de volver a engañarme? La culpa no era de las fotos, ni del contenido de ellas, la culpa era completamente de él, sí, del mismo hombre que me había llevado a la luna sobre aquella cama.

Dalton Brumby, su nombre no deja de rondar mi cabeza, va acompañado de muchas preguntas sin respuesta, ¿tan poco le había logrado conocer en estos años? ¿Qué le había llevado a engañarme de ese modo?

Sutiles golpes en clave sonaron sobre la puerta, respiré profundo, tanto como mis pulmones me lo permitieron y contuve el aire, como si aquello me fuera a dar el valor para enfrentarme a la situación.

Con las piernas temblorosas me armé de valor para caminar hasta allí, tomé el pomo y lo giré...

Una sonrisa, aquella misma que me había hecho suspirar en tantas ocasiones, un hermoso ramo de rosas rojas, todo un galán, un caballero, aquello es lo que pensaría cualquier mujer. Elegante, en aquel traje que se necesitaría trabajar bastante, siendo una persona promedio para adquirirlo, cabello bien peinado y un perfume que jamás pide permiso para seducirte.

No me extraña que haya caído en cada una de sus mentiras, cualquier mujer que viera aquellos ojos brillantes mirarte como él lo hacía conmigo, juraría que es imposible que no sienta más que deseo.

Me mira como si fuera la rosa más hermosa del jardín, como si fuera la estrella más brillante del cielo, un oasis en medio de una sed intensa. ¿Cómo podía no creer en todo aquello que me decía luego de haberme hecho suya? ¿Cómo es que podría no creer en cada uno de los sueños que imaginamos antes de quedarnos dormidos? ¿¡Cómo podría no creer en sus caricias, en aquellas que me daba mientras iba quedándose dormido!?

¿¡Qué clase de ser humano podría mirar a unos ojos enamorados y decirle tales mentiras!? Dalton Brumby, él lo había hecho...

—¿Qué está pasando? —la sonrisa sobre sus labios se desvaneció y bajó el ramo de flores.

—Necesitamos tener una conversación, entra —le pedí tratando de mantener la compostura que hasta el momento había logrado mantener, la de una mujer adulta, una mujer de verdad.

Él entró, lo hizo mirando todos los alrededores, como si pudiera estar ocultando algo, o quizá pensaba que alguien más podría estar allí, pero no había nadie, nadie más que nosotros dos.

Dejó el ramo de flores sobre la mesa ratona frente al televisor, seguramente destrozaría cada una de esas flores cuando todo esto viera el final, pero quién sabe, todo dependería de sus palabras.

Se sentó sobre el sofá, pero yo no me quedé allí, porque una conversación como esta debía de tomarse en la habitación, en la que fue testigo de nuestros juramentos, de nuestras promesas llenas de amor, en la misma que había sido capaz de decirme mentiras mientras me miraba a los ojos.

Entré y me apresuré a levantar las fotografías del suelo, me quedé de espaldas, esperando escuchar el sonido de sus zapatos acercarse y entonces cuando lo hice, en la misma postura, me dispuse a hablar.

—¿Por qué no me dijiste que estabas casado? —pregunté presionando con fuerza las fotos a mi pecho, la voz me salió estrangulada, pero a estas alturas ni siquiera me importaba.

—¿De qué estás hablando, London? No sé de donde sacas esas tont...

—¡Deja de intentar mentirme! —me di la vuelta sintiendo mi rostro arder de la rabia, lo miré directo a los ojos, quería que me mintiera mirándome, quería saber si tenía el valor para hacerlo.

—London —murmuró mi nombre negando— No puedes creer en habladurías.

Le lancé las malditas fotos, porque ya no podía soportarlo, no quería hacerlo, no me merecía tener que pasar por algo como esto, no, porque yo siempre había sido una buena novia.

—¡No me merezco tus malditas mentiras! —me quejé con las lágrimas rodando, ya no podía contenerlas, me era imposible.

—Está bien, te seré sincero —contestó pasando las manos por su cabello.

Esperaba ver remordimiento, ver al hombre del cual me había enamorado, pero cambió, todo en él se volvió diferente, desde su aura hasta sus gestos, todo era diferente.

—Estoy casado desde hace muchos años, es la verdad, me casé con una mujer maravillosa que tiene muchas cualidades...

—Mentiroso, si tu mujer fuera tan maravillosa no le estarías haciendo esto —una sonrisa de burla se apoderó de mi rostro, pero pronto se mezcló con la tristeza.

En el instante que terminé de decir aquellas palabras pasó por mi mente que no podía verme más patética, aquella mujer que estaba en las fotos, que se veía jodidamente feliz a su lado, no tenía la culpa tampoco de mis desgracias, no era más que una víctima de toda la situación.

Me sentí avergonzada de aquellos celos que emergían de repente, me sentí una mala persona de haber pronunciado aquellas palabras, pero ya lo había hecho.

—La culpa no la tiene mi esposa, soy un hombre, no puedo contener mis deseos —sonrío con sorna— Vi tu delicioso cuerpo, eres una mujer mucho más joven, verte con esos vestidos ajustados al cuerpo cada día en el trabajo, tenía que tenerte de alguna manera.

La rabia se apoderó de cada extremidad de mi cuerpo, ¿Cómo tenía el valor de pronunciar unas palabras tan crueles? ¿Deseo? ¿Todo se trataba del maldito deseo?

—No eres el tipo de mujer que se acuesta con cualquier hombre, a pesar de que te veas como una completa zorra, así que jugué a ser el hombre de tus sueños, para poder disfrutarte y lo he hecho, te disfruté hasta el cansancio, hasta que últimamente tu palabrería y tus cursilerías terminaron por hastiarme —su rostro se desfiguró, se volvió una mueca de asco.

—No tienes corazón —susurré con las fuerzas que me quedaban.

—No estoy enamorado de ti, nunca podría enamorarme de una mujer como tú, eres tan predecible como el resto de mujeres, aburrida, es por eso que deseaba que lo supieras de una vez por todas, para dejar de verte —tomó su chaqueta que había puesto sobre la cama cuando la conversación apenas comenzaba a tomar forma y se dio la vuelta para marcharse, no sin antes voltear medio rostro para decir aquellas últimas palabras— No vuelvas a buscarme ni ponerte delante de mí en tu vida.

—¿Eso significa que...? —relamo mis labios.


—Por supuesto, estás despedida —sonrió y con el mismo gesto salió de mi vista.

Sed de venganza ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora