Capítulo 2 Malditos hombres

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Desde aquel día en que vi por última vez a Dalton habían pasado tal vez unos tres meses, ese día había perdido todo lo que llevaba construyendo en los últimos cinco años, una relación estable con la cual había soñado todo, mi empleo, mi vida, incluso la monotonía de la cual en ocasiones me quejaba.

Me hundí en la depresión, me encerré en mi apartamento a ver series románticas, quizá eso fue un poco masoquista de mi parte, pero no había nada más que hacer ante tanto dolor.

Hoy estaba dispuesta a seguir en el mismo plan, películas, había elegido justamente las que tienen un final digno de llorar, incluso había puesto sobre la mesa ratona una caja de pañuelos descartables, estaba segura de que iba a necesitarlos cuando terminara o quizá ni siquiera llegaría hasta el final, tal vez no podría contener la tristeza.

El timbre sonó, con un pañuelo en mano y las lágrimas al ras me dispuse a ponerle pausa a la película que iba avanzando a pasos agigantados, para ver qué persona se había atrevido a interrumpir mi día.

Cuando abrí la puerta me encontré con una rubia preciosa, una leve sonrisa apareció en mis labios, la había extrañado en todo este tiempo, Samara es mi mejor amiga desde hace mucho tiempo, estudiamos juntas, solamente que ella escaló en la vida de una manera muy diferente.

Ella conoció a un millonario, un hombre mucho mayor, no voy a llamarla interesada porque me consta que ella se enamoró de él, solamente que hubo un pequeño detalle. Ese hombre no estaba buscando al amor de su vida, estaba buscando una esposa para que fuera la madre de sus hijos, una chica que se hiciera cargo de sus adolescentes hijos y aunque al principio las cosas fueron de maravilla, al cabo de unos años no lo soportó más.

Él fue un Dalton en la vida de Sam, perdió el encanto con el paso del tiempo, dejó los detalles, empezó a tratarla como una simple empleada y eso es algo que no puede permitir una persona que sabe lo que vale, así que pidió el divorcio.

El divorcio le dejó una buena cantidad de dinero y una mujer tan sabia como ella supo invertirlo, lo metió en acciones de una empresa, para su suerte todo eso fue dando frutos, de las ganancias que la empresa le daba logró ahorrar suficiente para emprender su propia empresa, fue escalando poco a poco, ahora mismo ella tiene tanto dinero como quizá Dalton lo tenga.

—Cariño, no puedo creer que estés en estas condiciones, no puede ser que ser mi amiga no te haya servido de nada, es decir, mírame, soy fabulosa y el divorcio no me hizo venirme abajo, así que no voy a permitir eso para ti tampoco —pestañeó con una mirada incrédula— ¿No me vas a dejar pasar?

—Estoy en medio de una terapia con mis películas románticas, no entiendo que es lo que haces aquí, es decir, no lo tomes a mal, quería verte después del viaje, pero no esperaba que todo esto me golpearía tan fuerte —solté un suspiro y me di la vuelta para empezar a caminar en dirección al sofá.

—¿Qué es todo esto? —la veo observar todo nuestro entorno con un gesto de asco y se aproxima al sofá para tomar un pañuelo— ¿Hace cuanto no limpias este sitio? Madre mía London, esto es un desastre, ¿esto es un pañuelo con tus mocos?

Lo soltó rápidamente y cayó al suelo, entonces regresó su mirada a mí, una de esas miradas que suelen darte las madres.

—London, hay que hacer un cambio radical en tu vida, lo primero es que no puedes estar más tiempo sin empleo, porque eso te hace mal, así que a partir de mañana te quiero en mi oficina —se cruzó de brazos— Por otra parte, esta noche hay una fiesta, es la inauguración de un sitio muy bueno, es un club de un amigo, eso se podrá muy bueno, habrá chicos guapos, es tu oportunidad perfecta.

—No quiero saber nada de chicos Sam, cada vez que me aproximo a uno siempre termina por irme mal, no quiero volver a saber del amor —sentencié segura de mis palabras.

—Entonces simplemente iremos a beber, a bailar y será una noche de mejores amigas —me rodeó entre sus brazos, la sentí olfatearme y me empujó sobre el sofá— Maldita sea London, necesitas de un baño, pero ya, no puedo ni siquiera darle un abrazo a mi mejor amiga a gusto de este modo.

—De acuerdo, será como tú digas —sonreí negando.

Me había hecho falta todo de ella, siempre sabe las palabras justas que debe de decir para sacarme una sonrisa, así que me fui a dar una ducha antes de que ella misma me metiera debajo del agua.

Cuando terminé de ducharme me senté sobre la cama, había evitado lo más posible entrar a esta parte del apartamento, no quería acordarme de Dalton, incluso aunque eso fuera casi imposible, porque gran parte de mi día él está en mi mente, no de una manera hermosa, sino con el resentimiento que poco a poco va en aumento.

De repente Sam entró en la habitación, me miró con una cara larga, luego rodeó los ojos y me tomó de la mano obligándome a levantarme.

—No me importa si esto te parece algo entrometido London, pero la realidad es que quiero ayudarte como tú lo hiciste cuando estaba mal, te puedes quedar unos días en mi casa, vamos a remodelar el apartamento de una manera en la que ya nada te recuerde a ese idiota.

—No creo que una simple remodelación haga que deje de recordarlo, esta habitación grita Dalton por todas partes, me voy a buscar otro sitio —me encogí de hombros.

—Está decidido entonces, vas a quedarte mientras en mi casa —sonrió— Mientras estabas en la ducha, mandé a traer unos vestidos para esta noche, anda, necesito que te animes.

...

La noche llegó, cuando estuve en aquel vestido ceñido al cuerpo, frente a aquella puerta con dos tipos enormes que la cuidaban, el arrepentimiento de haberle hecho caso a Sam me empezó a invadir, pero ya estaba allí.

Entramos, había demasiadas personas; sin embargo, el ambiente tenía buena pinta, no lo voy a negar. Pasamos a la pista de baile donde se podía ver a muchas personas disfrutando, Sam me guio mientras bailaba lentamente, íbamos en dirección a la barra de bebidas, cuando de repente alguien chocó contra mí poniéndose en medio de mí y Sam, la había perdido de vista por su culpa, genial.

Levanté la mirada con molestia, me topé con que era un chico muy guapo, alto, corpulento, un hombre, siempre debía de haber un hombre para arruinarlo todo. Alguien más nos empujó justo en el momento en que nuestras miradas se encontraron, su bebida cayó sobre mí, sentí el frío de su trago sobre el escote de mi vestido.


Todo esto era el mundo, el mundo que conspiraba en mi contra y los hombres, que siempre terminaban por arruinarlo todo.

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