Capítulo 4

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Que quede claro

Anahí subió a toda prisa la escalera y se encerró en el despacho que le habían asignado el día anterior. Todavía no se creía cómo había sido capaz de decirle al teniente Galán que tenía pensamientos sexuales con ella. Se dejó caer en la silla tras el escritorio y observó la puerta, sin tener muy claro si temía que Alfonso apareciera tras ella o lo deseaba. Definitivamente, esta experiencia la estaba trastornando. Pasados cinco minutos entendió que él no iría en su búsqueda. Soltó el aliento que había estado reteniendo y se dispuso a desempeñar su trabajo y no pensar más en aquel hombre que la ponía tan nerviosa.

A lo largo de la mañana varios soldados habían entrado con la excusa de preguntar si necesitaba algo, pero con la clara intención de vigilarla. ¡Qué ocupado estaría su teniente para no hacerlo él mismo! pensó molesta, tanto con él por no haber ido, como con ella misma por pensar en Alfonso en esos términos, «su teniente» ...

Sobre el medio día vinieron a buscarla porque debía ir a cocinas. Se encaminó hacia allí y saludó educadamente a los soldados que se demoraban más tiempo del necesario esperando a que ella les sirviera el rancho. La mayoría eran agradables y muy atentos, le regalaban generosas raciones de piropos en absoluto groseros, que ella agradecía con una sonrisa y se cuidaba de no alimentar. Tan concentrada estaba en aligerar la cola que se formaba a su alrededor que no se dio cuenta de quién la observaba en la distancia. Alfonso, de brazos cruzados y apoyado en la pared del comedor contemplaba cómo se desenvolvía Anahí ante los moscones que no perdían oportunidad de comérsela con los ojos. Atento, para evitar que cualquiera de ellos se propasara y de paso sin que ella se diera cuenta, poder observarla a su antojo. Con el carácter que se gastaba y lo desenvuelta que parecía resultaba encantadora ahí de pie, cubierta con el delantal y el gorro, ocultando su precioso cabello, totalmente ruborizada al saberse el centro de atención. Quién lo diría después del comentario que le había soltado esa mañana. Pero qué le habría podido contestar él si era cierto, si desde que la bajó de aquel poste y la pegó a su cuerpo este cobró vida queriendo saborear cada centímetro de su piel... ¿Habría una persona más inadecuada para dar rienda suelta a su pasión que ella? Lo dudaba. En vista de que la cola no avanzaba y que, a todas luces, Anahí cada vez se sentía más incómoda, decidió intervenir. Con las innatas dotes de mando que poseía, redistribuyó a sus compañeros para que ella no tuviera que atender al 80% del cuartel y aligerar el trabajo de la joven. La vio respirar aliviada cuando sirvió al último de los soldados y entonces fue cuando reparó en él. Para ella fue una sorpresa tenerlo delante, mirándola con preocupación. Seguro que pensaba que era una floja y que no estaba acostumbrada a trabajar. Y quizá así fuera, nunca había tenido que ganar dinero para sus estudios o para sus gastos, su padre se ocupaba de ello a cambio de cumplir todas esas exigencias. Pero pese a la idea que pudiera tener Alfonso de ella, no se amedrentaba ante el trabajo duro y, en muchas ocasiones, habría preferido tener un empleo y administrar sus propios ingresos para tener un poco, solo un poco más de libertad.

—Es su hora de comer. Deje lo que está haciendo.

—No. Todavía no he terminado, falta gente por servir y debo ayudar a recoger en la cocina —se obstinó Anahí.

—Es una orden, señorita de la Prada. Haga el favor de obedecer por una vez sin oponer resistencia.

—Pero...

—Ahora —el tono de Alfonso no admitía réplica. De mala gana, Anahí se deshizo del mandil mientras lo fulminaba con la mirada y se encaminó a la cocina. Prefirió comer allí, sola, antes que hacerlo en el comedor y encontrarse de nuevo con el teniente mandón. Una vez hubo dado buena cuenta de una ensalada y un plato de pasta se retiró por la puerta de atrás dispuesta a hablar con el capitán Morales, sin que el teniente se enterara, para conseguir salir más pronto de la base. Golpeó dos veces la puerta y esperó a que el capitán le diera su permiso. En cuanto lo escuchó, tomó aire, abrió y se dispuso a desplegar todas sus dotes de convicción.

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora