Capítulo 27

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Solos tú y yo

Anahí siguió confusa a Alfonso fuera de la pista de aterrizaje.

—¿A dónde vamos? Yo no tendría que estar aquí, me esperan en Viena... tengo trabajo... una conferencia dentro de dos días....

Alfonso siguió caminando sin hacer caso a las protestas de Anahí, ni a la inútil resistencia que ofrecía, hasta que salieron de la base de Rota y llegaron junto a una enorme moto estacionada a unos metros de la puerta. La tomó de la cintura y la sentó sobre ella para posteriormente colarse entre sus piernas.

—Vamos a ver, señorita de la Prada —dijo mientras rodeaba la cintura de Anahí—, su trabajo no comienza hasta dentro de dos días y le aseguro que estará en Viena para la conferencia. ¿Le preocupa algo más o puedo secuestrarla ya?

—Me preocupa a dónde vamos, que no tengo ropa y, sobre todo, que todavía no hemos resuelto una cuestión fundamental, al menos para mí, capitán.

Alfonso acercó la cabeza al cuello de Anahí y comenzó a repartir besos desde su clavícula hasta el lóbulo de la oreja.

—La primera regla que debe tener clara un rehén es que no puede preguntar a su secuestrador a dónde lo va a llevar porque no va obtener respuesta. Respecto a su segundo «pero», el tema de la ropa no debe preocuparle, al menos hasta que deba retomar sus cuestiones laborales, para entonces, trataremos de solventar ese pequeño inconveniente. Y, por último... sé que espera una explicación de mi parte y no dude de que la tendrá, pero en cuanto lleguemos a nuestro destino.

—¿Para que no pueda escapar? —Anahí inclinó el cuello hacia atrás mientras Alfonso seguía su particular persuasión.

—Para que nada ni nadie nos interrumpa —Alfonso se separó de ella con un casto beso en los labios que a Anahí le supo a muy poco—. Ahora, si es tan amable de ser una prisionera dócil, por favor, póngase el casco y deje que la lleve conmigo para que pueda acaparar todo su tiempo.

Anahí tomó el casco que Alfonso le ofrecía elevando la comisura de sus labios de forma pícara.

—Usted sabe mejor que nadie, capitán Galán, que no soy una mujer demasiado dócil...

—¿Qué clase de rehén sería si lo fuera? —se acercó al oído de Anahí al tiempo que con una mano empujaba su trasero contra sus caderas—. Me gustan los retos.

Alfonso sonrió y la ayudó a ponerse el casco, disfrutando de la mirada sorprendida de Anahí al darse cuenta del estado de excitación en el que se encontraba. De hecho, Alfonso no estaba seguro de poder esperar... Pero por ella lo haría, o al menos lo intentaría.

El capitán Galán arrancó la moto y puso rumbo a su destino. Uno del que Anahí no tenía ni idea y que, para ser sincera, tampoco le importaba demasiado.

El frío interior que la recorrió cuando descubrió que Alfonso se había ido faltando a su promesa comenzaba a desaparecer. En su lugar se mezclaban sentimientos encontrados, por un lado, se sentía eufórica, ilusionada y excitada, pero al mismo tiempo aterrorizada... Tenía miedo por la conversación pendiente, miedo por el daño que pudiera sufrir y miedo por lo que sucediera cuando ambos tuvieran que retomar sus vidas. Respiró hondo y se abrazó a la espalda de Alfonso con más fuerza. Recuerdos de cuando se conocieron asaltaron su mente. Desde que él irrumpió en su vida no hizo otra cosa que protegerla. De la peligrosa altura de un poste, de las bromas de los soldados en la base, de la cabo Frías, de su padre e incluso de ella misma... Y entonces fue cuando lo supo, Alfonso no le haría daño, al menos no conscientemente, y si algo tenía claro, es que ella no dejaría pasar la oportunidad de estar juntos.

Dos horas después, Alfonso tomaba un desvío que los alejaba de la carretera principal y los adentraba por un camino rural hacia el parque natural de Doñana. Siguieron por él hasta que volvieron a tomar otra bifurcación. Anahí entendió que, ciertamente, Alfonso tenía razón cuando insinuó que no iban a encontrar a nadie que los molestara. Disfrutó del hermoso y agreste paisaje, respiró el aire puro del bosque y dejó que el sol calentara sus mejillas. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien, años. Al final de un sendero llegaron a una sencilla cancela de hierro. Alfonso detuvo la moto, se quitó el casco y sacó unas llaves del bolsillo.

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora