Capítulo 21

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La carta

La jornada siguiente fue una tortura y así sucesivamente hasta que sólo faltaron dos días para que Alfonso estuviera libre del arresto. La cabo Frías se empeñaba en humillarla más cada vez que podía, después de enterarse del engaño con respecto a su cita y de su encuentro furtivo con Alfonso en el almacén. Ella aguantaba con estoicismo. El sacrificio físico no era ni la mitad de duro que el psicológico. Cuando la encontraba a solas, sus continuos reproches y su énfasis en concienciar a Anahí de que era una mala influencia para Alfonso no cesaban. Se repetía una y otra vez que cuando él saliera hablarían tranquilamente. Sus miedos eran infundados y los mensajes que recibía, de vez en cuando, de manos de Potro así se lo hacían saber. Alfonso deseaba tanto como ella continuar su relación. No tenía nada que temer y, tal y como él había prometido, encontrarían una solución. Pero no dejaba de reconocer que, con la inestimable ayuda de la cabo Frías, poco a poco la confianza en que se afianzaran como pareja y su relación llegara a buen puerto iba perdiendo fuerza. Potro la mantenía al tanto del estado del teniente y le transmitía la desesperación de este cada día que pasaba y no podía estar junto a ella. Alfonso temía que la cabo Frías estuviera haciendo de las suyas, pero Anahí, prefiriendo no preocuparlo, suplicó a Potro que mintiera por el bien de su amigo. Por su parte, Potro poco más podía hacer, se había convertido en su sombra cuando su horario de formación se lo permitía y los ratos que estaban juntos escuchaba las preocupaciones de Anahí y se encargaba de distraerla contándole batallitas de sus primeros años en la base y de cómo habían llegado Alfonso y él a convertirse en uña y carne. Durante esos días la relación de ambos se convirtió en algo especial, ella ansiaba alguien con quien compartir sus miedos y la desesperación por la ausencia de Alfonso y, para Potro, Anahí era como una hermana pequeña a la que cuidar y proteger. Sin embargo, para Alfonso fue como vivir en el limbo. Nunca había mensaje de vuelta, ni de boca de Potro ni escrito, tan solo un «todo bien», acompañado de la promesa de protegerla y cuidar de ella hasta que saliera. Más que el encierro, la falta de información se convirtió en su mayor tortura. Sabía que Potro fingía, lo conocía demasiado bien, pero debía fiarse de lo que le contaba el soldado o acabaría perdiendo la razón. El problema era que también conocía a la cabo Frías, lo fría, calculadora y vengativa que podía llegar a ser. Era un buen soldado, de eso no le cabía duda, y en conflicto no dudaría en dejar su vida en sus manos. Pero, además, era una mujer dolida por su rechazo y hacer sufrir a Anahí era demasiado tentador para un carácter como el suyo. Todo ese cóctel de sentimientos se traducía, en una palabra, impotencia. A solo un día de que se terminara el arresto de Alfonso, la jornada para Anahí fue especialmente dura. Se cayó dos veces en el entrenamiento y como consecuencia lucía un moretón en el trasero que le impedía sentarse. Cuando llegó al barracón se dio una ducha mientras se repetía mentalmente que quedaba poco, muy poco, veinticuatro horas y volvería a ver a Alfonso, y cuarenta y ocho horas más y estaría libre de su condena. Habían sido cuatro días horribles, pero estaban a punto de llegar a su fin. Se vistió con unos vaqueros cortos y un top de flores, se dejó el pelo suelto y se encaminó al despacho del general para organizar los documentos, tal y como le habían ordenado, de manera urgente. Al entrar se sorprendió al encontrarse a un apuesto hombre, ya mayor, pelo canoso y ojos verdes que la evaluaron al momento.

—Disculpe, pensé que no había nadie. Volveré más tarde.

—¿Es usted la señorita de la Prada?

—Sí —contestó recelosa.

—Pase, señorita y cierre la puerta... No me mire así. Hasta el momento no me he comido a nadie. Solo quiero hablar con usted.

Con paso inseguro entró y cerró tras de sí.

—Usted sabe mi nombre, pero yo no sé el suyo —se atrevió contestar.

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora