Capítulo 29

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Dulce como la miel

Los cuatro permanecían en silencio a la espera de la reacción del general. El hombre, con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada, no desviaba la mirada de Anahí. La madre de Alfonso, con un suspiro, rompió el hielo acariciando la mano de la joven y tirando con suavidad de ella para sentarla en uno de los sillones, el más alejado del general.

—No te preocupes, hija. Aunque lo parezca, no muerde —se agachó y susurró en su oído—. Lo tengo domesticado. Sin embargo, Anahí no estaba nada segura de esa afirmación.

—Papá, no irás ahora a dejarme en ridículo después de alardear siempre de la exquisita educación que me diste —el comentario mordaz de Alfonso hizo efecto. Por fin, el hombre desvió la mirada de ella y la centró en su hijo. En sus ojos se podía leer el enfado por la presencia de Anahí, pero también el amor y orgullo que sentía por su hijo.

—He sabido que te has tomado muchas molestias para disfrutar de unos días de descanso.

—Entonces también debes saber que, si he disfrutado, y así ha sido, todas las molestias que me he tomado han valido la pena. Además, aún me deben bastantes días de permiso. Anahí entrelazó las manos sobre su regazo y las movió nerviosa. El ambiente podía cortarse con un cuchillo. Agachó la cabeza y siguió concentrada en el acto mecánico de sus dedos hasta que Alfonso puso una mano sobre las suyas y la reconfortó con un cariñoso apretón.

—Señorita de la Prada... —Anahí levantó la cabeza de inmediato como si al pronunciar su nombre se accionara un resorte— Veo que esta vez el destino ha jugado su papel en contra de todo pronóstico. Desafortunadamente.

Anahí notó como Alfonso se tensaba a su lado y se incorporaba dispuesto a encarar a su padre. Pero esta no era su lucha, era la de ella. Tiró con suavidad del brazo de Alfonso y lo miró tranquilizándolo con su sonrisa. Cuadró los hombros y volvió su atención hacia el general.

—¿Desafortunadamente para quién, señor?

—Para mi hijo, por supuesto.

—Tu hijo es adulto y toma sus propias decisiones. No necesita que nadie las tome por él —Alfonso lo miró con severidad —. Tenemos pendiente una conversación en privado, padre.

—Hice lo que tenía que hacer —respondió obtuso el general.

Anahí decidió intervenir para evitar un enfrentamiento entre ambos y que su relación empeorara.

—Estoy segura de que hizo lo que creía más conveniente para su hijo, pero se equivocó, al igual que lo hice yo. Todos cometimos errores.

—No te atrevas a juzgar mis decisiones, niña. Poco te importaba mi hijo si te hiciste a un lado con tanta rapidez.

Anahí se incorporó lentamente en el sillón.

—General, me alejé de su hijo porque creí que era lo mejor para él, porque creí en sus palabras y actué pecando con mi inexperiencia, me dejé influenciar por usted.

—Eso no hace más que confirmar que eres un ser débil, voluble y nada apropiado para mi hijo.

—¡Se acabó! —Alfonso se levantó pero Anahí lo tomó del brazo para retenerlo a su lado—. Respeta a la mujer que he elegido o desapareceré de tu vida como hizo Ana.

Alfonso y Anahí estaban de pie, cogidos de la mano frente al general, dispuestos a salir de esa casa cuando la madre entró en el salón con una bandeja llena de bebidas y algunas tapas. Se quedó quieta observando la escena y borró la sonrisa de su rostro.

—Hijo, ¿por qué no le enseñas a Anahí la casa? —Lina avanzó y dejó la bandeja sobre la mesa de centro. Alfonso y su padre seguían retándose con la mirada en silencio. —Alfonso, tengo que hablar un momento con tu padre, por favor, enséñale la casa a Anahí. Al ver el rostro de su madre, asintió con un ligero movimiento y dirigió a Anahí fuera de la estancia. En cuanto se quedaron solos, Lina miró con reproche a su marido.

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora