Capítulo 17

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Entre tú y yo

Todavía dentro de ella, Alfonso intentaba recuperar el aliento y respirar con normalidad. Los jadeos de Anahí seguían resonando en sus oídos y aún notaba las palpitaciones de su sexo abrazando su miembro. Cada encuentro íntimo con ella era mejor que el anterior. Y no solo por el sexo, no era tan tonto como para no darse cuenta de la intensidad que estaban alcanzando sus sentimientos, aquellos a los que aún no había puesto nombre, pero de los que no dudaba. Ella era el bálsamo capaz de apaciguarlo con su cercanía y, a la vez, el veneno que le impedía centrarse y sentirse dueño de sí mismo cuando se alejaba de él. Sólo podía estar en paz cuando la tenía entre sus brazos. Ahí, Alfonso sabía que era suya.

—Quiero sentir que también eres mía cuando deje de abrazarte —susurró vehemente junto a su cuello.

—Es que no soy tuya, Alfonso. Los seres humanos no se pertenecen —lo acarició con lentitud.

—No quiero que seas mía en ese sentido. Quiero adorar tu cuerpo y adueñarme de sus caricias pero, sobre todo, necesito la paz que me pueda proporcionar saber que quieres lo mismo que yo. Que solo somos tú y yo.

Anahí dudó, pero finalmente habló, titubeante y temerosa de la respuesta que él le pudiera dar.

—Es que... no sé qué sientes...

A Alfonso se le atragantaron las palabras. Sabía lo que Anahí quería oír, pero también era consciente que era demasiado pronto para hablar de sentimientos. Dudó si desnudar su corazón de una vez, arriesgarlo todo. Jugárselo todo a una carta y aceptar la respuesta que ella le pudiera dar...

—¡Ma questo e ilegal! ¡Abra la puerta ahora mismo si no quiere que denuncie al hotel por ser cómplice de un secuestro!

Anahí se tensó en los brazos de Alfonso y este soltó algo así como un gruñido. Con desgana y fastidiado por la interrupción, la dejó sobre el suelo. Besó con ternura sus labios y le tendió la ropa para que se vistiera mientras oían al pobre camarero excusarse con el italiano porque no podía abrir la puerta, ya que las llaves se las había entregado al soldado. Nico comenzó a dar golpes y proferir gritos llamando a Anahí.

—¡Oh Dios! Se ha liado una buena —Anahí se vestía a toda prisa y buscaba con la mirada si quedaba algo de ropa por el suelo.

—Y tan buena... —dijo Alfonso, divertido, mientras le dedicaba una mirada insinuante y se guardaba sus bragas, ya inservibles, en el bolsillo del pantalón. Cuando vio que ambos estaban preparados se dirigió a la mesa, cogió las llaves, pero antes de abrir se miraron en silencio, Anahí asintió y Alfonso abrió la puerta. Nico entró en tromba, empujando a Alfonso y buscando con la mirada a Anahí. Dos zancadas le bastaron para cogerla por los hombros y abrazarla.

—Bella, ¿estás bene?

Ella asintió pero no levantó la mirada del suelo. Le daba vergüenza que Nico adivinara lo que acaba de pasar en el despacho y no quería herir sus sentimientos, no después de lo más parecido a una declaración de amor que le había ofrecido. El italiano intuyó que algo había sucedido y malinterpretó el silencio de Anahí como miedo.

—Amore, hablaré con la polizia, lo denunciaremos, informaré a sus superiores, lo que haga falta ma no tendrás que volver al inferno ese en el que te ha metido tu padre.

Alfonso observaba la escena aparentemente impasible, pero en su cuerpo comenzaban a anudarse los músculos, preparándose y acumulando tensión contenida que pugnaba por ser resuelta.

—Vayamos a mi habitación Anahí. Allí sarai más tranquila y planearemos los pasos a seguir. Ma esto no quedará así.

—Ni se te ocurra sacarla de este despacho, espagueti —Alfonso se cruzó de brazos al lado de la puerta y bloqueó parte de ella.

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora