Capítulo 31

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Siempre

En cuanto llegó su maleta al hotel, Anahí no esperó a que fuera la hora concertada y llamó a Alfonso desesperada por escuchar su voz. Sin embargo, no recibió respuesta alguna desde el otro lado, ni en esa ocasión ni en la infinidad de veces que lo intentó a lo largo de esa semana. Ahora se arrepentía de no haber pedido el número de los padres de Alfonso. No tenía manera de localizarlo, había conseguido el teléfono de la base en Alicante de las GOE, pero se negaron a ofrecerle ningún tipo de información sobre el capitán Galán por no figurar en la lista de personas autorizadas. Nada, ni el teléfono del general. Paseó desesperaba por la habitación del hotel. Ni siquiera tenía el de Potro. Acordarse de él hizo que detuviera sus pasos y renaciera una pequeña esperanza en su alocado corazón. Llamó a Perrie. Resultó inútil, su amiga no entendía por qué se suponía que ella tendría el teléfono del soldado, y Anahí no le confesó que ella misma se lo había facilitado a Potro en mitad de la selva africana.

 Sabía lo reticente que estaba Perrie a conocer hombres después de lo sucedido hace algo más de un año, pero Anahí pensó que quizá Potro hubiera derrumbado sus defensas. Habría jurado que él estaba bastante interesado, pero, al parecer, no lo suficiente...Se despidió, decepcionada, de Perrie con la promesa de verse en cuanto regresara a España. A ella tampoco le habló de su traslado, prefirió mantenerlo en secreto hasta que tuviera el papel que lo certificara en sus manos.

 La angustia, los nervios y la incertidumbre hicieron mella en ella. Pasó la semana sin apenas probar bocado ni descansar por las noches. Sin embargo, las horas de vigilia favorecieron que agilizara el dossier que tenía que presentar a la ONU y, como resultado, en cuatro semanas habían terminado. Cuando aterrizó en Viena hacía una semana que no sabía nada de Alfonso.

 Estaba a punto de volverse loca. Deseaba llegar lo antes posible a su casa para hacer las maletas, dejarlo todo preparado, entregar su trabajo y coger el primer vuelo que saliera hacia Madrid. No cesó de intentar localizar a Alfonso, siempre con el mismo resultado, el teléfono estaba apagado. Concertó la reunión con Hans para el día siguiente por la tarde. 

Por la mañana estaría reunido y no podría atenderla. Sí tuvo suerte a la hora de reservar su vuelo de vuelta a España, encontró uno que salía a las nueve de la noche. Lo dejaría todo listo y después de la reunión abandonaría Viena. Volvió a intentar conseguir información en la base, pero al final le colgaron de malos modos. Quizá pareciera una neurótica obsesiva y, con toda probabilidad, ese era su estado mental, pero era el único clavo ardiendo al que se podía agarrar. Aunque a todas luces sus esfuerzos habían sido inútiles. Al día siguiente, a la hora prevista, estaba frente al despacho de Hans Dayer. Le había enviado por correo electrónico el informe la noche anterior. 

Así que la mañana la había dedicado a recoger sus cosas y liquidar con el casero el alquiler. 

Golpeó con suavidad la puerta, esperó la invitación y entró.

—Buenas tardes, señorita de la Prada. Debo darle la enhorabuena a usted y a su equipo. Han realizado un trabajo excelente y en un tiempo mucho inferior al estimado.

—Gracias, señor.

—Sin embargo, parece usted exhausta. ¿Se encuentra bien?

—Sí, señor. Tenía muchas cosas que solucionar antes de mi partida a España y aún no he podido descansar como me gustaría.

El hombre sonrió, había entendido a la perfección la indirecta de Anahí. Abrió el primer cajón de su escritorio y depositó un sobre delante de ella.

—Aquí tiene su orden de traslado. Lea con detenimiento todas las cláusulas y si está conforme, firme. Tiene usted tres semanas de permiso para que pueda instalarse y porque se lo tiene merecido. 

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora