Capítulo 3

95 11 0
                                    

El cacheo

Dos semanas después, Alfonso llegaba de su carrera matutina con su pelotón cuando un soldado lo interceptó.

—Teniente Galán, tiene un aviso desde conserjería, señor. Debe presentarse allí inmediatamente, lo esperan.

Lo que menos le apetecía ahora era entrevistarse con alguien, y menos con esas pintas, sudado y sucio por el entrenamiento. Lo que realmente deseaba era una ducha, pero, por lo visto, sus necesidades debían esperar.

—Gracias, cabo.

Caminó directo hacia recepción, entró y el soldado se cuadró ante él.

—Teniente, el capitán Morales y una señorita aguardan su llegada —señaló con la cabeza la puerta de su izquierda y espero a que Alfonso caminara hacia allí para volver a tomar asiento.

Llamó a la puerta y oyó el permiso para entrar de su superior, abrió y se quedó paralizado ante la imagen que tenía ante él. ¡¿Ella?! Sí, no había duda, era la hippy descerebrada. Ahí estaba, sentada a la mesa tomando tranquilamente una taza de café y sonriendo a su capitán, todo dulzura e inocencia. Se repuso de la sorpresa inicial, saludó a su superior y permaneció de pie con las manos en la espalda a la espera de sus órdenes.

—Galán, tome asiento, por favor.

Miró los sitios disponibles, o era al lado de la pacifista o enfrente. Eligió la segunda opción, lo más lejos posible, cosa que a ella pareció divertir bastante, a tenor de la sonrisa y el alzamiento de ceja interrogante. Y es que Anahí no pudo evitar que la situación le resultara divertida. Así que el soldadito, después de tocarle el trasero y cargarla de manera poco digna; de prestarse a darle lecciones de humildad, llamarla descerebrada, malcriada y un montón de lindezas más, ahora quería mantener las distancias. Ella tampoco querría estar allí, pero no tenía más opción, así que ya podía prepararse porque no se lo iba a poner nada fácil. Se acercó a la mesa para coger una servilleta y dejó a la vista de Alfonso parte de su escote. El teniente se deleitó con la imagen de sus redondeados pechos hasta que ella levantó la vista y lo pilló in fraganti, pero lejos de amedrentarse mantuvo sus ojos pegados a los de ella y sonrió satisfecho por haber provocado el sonrojo de Anahí. Desvió los ojos con suficiencia y se dirigió a su capitán.

—Usted dirá, señor.

El capitán Javier Morales tomó aire y le pasó la orden del juez para que la leyera. Repasó de arriba a abajo varias veces la carta antes de asimilar lo que en ella ponía.

—Con todos mis respetos, capitán, pero me parece del todo imposible.

—Ante esto, ni usted ni yo tenemos potestad para evitarlo.

—¿Me permite un momento a solas con usted, señor?

Anahí observaba divertida la situación, sabía perfectamente cuál era la orden del juez y a qué se debía el reparo del teniente. Ella también tenía peros y muchos, pero no iba a dejarle ver a ese prepotente soldado lo disgustada que estaba, no iba a mostrarse vulnerable para ofrecerle la oportunidad de que se aprovechara de sus debilidades. Ni hablar.

—Por mí no se preocupen señores, si lo desean puedo esperar fuera —se levantó y caminó con un contoneo natural y sensual hacia la puerta.

En cuanto estuvieron solos, Alfonso habló con sinceridad.

—Señor, no se permiten civiles en la base y menos bajo mando militar. ¿En qué estaba pensado el juez?

—No lo sé, Galán. Pero la resolución del juicio es clara y los mandamases están de acuerdo, la chica se queda en la base y bajo sus órdenes. Vea usted qué hace con ella, pero, por Dios, no la deje meterse en ningún lío más —dicho esto, Morales se levantó—. Avíseme cuando le haya asignado sus tareas diarias y el horario de las mismas. Espero que este mes pase rápido...

El Teniente y La chica "Hippy"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora