capitulo 17

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Los ciudadanos del reino occidental comentaban entre ellos mientras observaban con gran interés los seis elegantes y majestuosos carruajes, así como las carretas que avanzaban por las calles en dirección al imponente palacio. Los soldados que escoltaban a Theia ahora lucían impecables armaduras que los cubrían de pies a cabeza, e incluso llevaban cascos que solo dejaban ver sus ojos. Ante su presencia y la de los carruajes, un silencio respetuoso se apoderó de la multitud.

¿Será que algún noble viene a la coronación de nuestro rey?
¿De dónde crees que vendrán?
Los carruajes son realmente elegantes... Inclusive las armaduras de los soldados y las de los caballos cuestan más que toda nuestra ropa junta.
¡Dios mío, son del imperio oriental...!

Las personas que no se habían congregado para observar los carruajes ahora lo hicieron y terminaron de ver cómo estos se adentraban en los terrenos del palacio. Imarie miraba con extrañeza mientras observaba cómo una gran cantidad de empleados se acomodaban en las afueras del palacio.

¿Qué es lo que está sucediendo? ¿Por qué están formando una fila aquí? - preguntó curiosamente la doncella de rulos rubios a una de las muchachas. Esta se giró levemente para mirar a la doncella de Krista y luego volvió a mirar al frente -

Su Majestad, nuestro futuro rey ordenó que vinieramos aquí... Tenemos que dar la bienvenida a alguien muy importante  - respondió la muchacha -

¿Alguien importante? - susurró Imarie justo en el momento en que Heinrey apareció detrás de ella con una sonrisa de oreja a oreja. McKenna, quien estaba detrás de él, le acomodaba un poco la camisa -

McKenna, dime si me veo bien  - el rubio de ojos magenta se tocó la cara y volteó a ver a su primo - No tengo la cara hinchada o algo parecido, ¿verdad?

Se ve bien, Majestad. No se preocupe - respondió McKenna -

Hmmm, quiero verme lo suficientemente guapo para mi reina - Imarie, al escuchar esto sin que nadie la viera, corrió hacia el interior del palacio en dirección a la habitación de su señora -

El primero en aparecer ante la vista de Heinrey fue Hamza, la espada juramentada de Theia. Tanto él como su caballo llevaban armaduras distintivas en un elegante color negro oscuro y rojo, a diferencia del resto de los soldados. Heinrey sonrió nervioso una vez que los soldados terminaron de llegar y los carruajes empezaron a parar. Luego, vio abrirse la puerta de uno de ellos, de donde descendieron las doncellas de su reina. Al verlo, hicieron una reverencia y extendieron sus manos. Desde dentro del carruaje, Theia tomó ambas manos para ayudarse a bajar. Para Heinrey, era sorprendente cómo su reina podía lucir cada vez más hermosa de lo que ya era. Sin pensarlo mucho, se acercó a ella y le ofreció la sonrisa más linda del mundo, acompañada de un rubor en las mejillas

Theia miró a su rubio y, sin dudarlo, se lanzó a sus brazos. Al ver esto, el rubio esbozó una sonrisa y, con sumo cuidado, la abrazó, ocultando su rostro en el cuello de ella. Los mayordomos y las criadas presentes soltaron pequeños murmullos de sorpresa al ver cómo la pareja se susurraban unas cosas, pero rápidamente apartaron la mirada cuando McKenna fijó sus ojos en ellos. Con un gesto de manos, indicó que se colocaran uno al lado del otro, llamando la atención de la pelinegra que levantó la cabeza del pecho del rubio para mirarlos. El peliazul carraspeó y se acercó a la pareja, Heinrey se colocó detrás de su esposa, apoyando suavemente las manos en sus hombros.

McKenna se inclinó frente a Theia, dejando caer unos mechones azules de su cabello por su frente, los cuales se acomodó una vez que se puso de pie correctamente.

Ella será mí ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora