No sabía cuánto tiempo llevaba encerrado en su despacho, pero a juzgar por el entumecimiento de sus piernas debían haber pasado horas, o días; en el cielo las leyes terrenales del espacio-tiempo no funcionaban igual. Sin poder evitarlo, su mente voló hacia su butacón frente al escritorio, al consuelo que proporcionaba una taza de chocolate caliente en un día lluvioso, al olor de sus libros, al bonito amarillo que adornaba las paredes de sus estancias más privadas, al dolor reflejado en aquellos ojos del mismo amarillo la última vez que lo vio...
El roce de unos pasos al otro lado de la puerta lo sacaron de su hilo de pensamientos. Se levantó, acusando el haber estado en la misma incómoda postura tanto tiempo, para que no le encontraran sentado en el suelo; pues sabía que provocaría comentarios sarcásticos de quien quiera que fuera a entrar y no le apetecía escucharlos. Además, debía mantener una imagen lo más perfecta posible si quería que su plan saliera bien.
Uriel volvió a entrar, sin llamar, con cara de fastidio.
—¡Vamos! Debes acompañarme. Se te va a preparar para la ceremonia de tu nombramiento como Arcángel Supremo.
—Por supuesto —dijo intentando esbozar una sonrisa de amabilidad que resultara creíble.
Caminaron por la solitaria estancia celestial sin pronunciar una palabra. Sus pasos resonaban por todo el espacio rompiendo la quietud del lugar, estuvo tentado de sugerir unas alfombras que le dieran calidez al recinto, pero recordó las palabras del Metatrón sobre la acumulación de objetos superfluos y se contuvo. No tardaron en llegar a otra puerta acristalada, idéntica a la de su despacho, a través de la que se oía el sonido del agua correr.
—Pasa —dijo Uriel abriendo la puerta—. Debes purificarte antes de la ceremonia, cuando acabes se te proporcionará la túnica ceremonial. No tienes mucho tiempo, así que no te entretengas.
Uriel se marchó y Azirafel entró en la nueva habitación. Al cruzar el umbral, se adentró en un prado de mullida hierba verde que sintió bajo sus pies descalzos. Siguió el sonido del agua hasta un lago en el que una cascada vertía una lluvia clara y cristalina. La belleza del lugar lo emocionó hasta las lágrimas y sintió un nudo en la garganta al reconocer el lugar: el Jardín del Edén, el lugar más puro creado para el ser humano. Aquella agua no era como la que se encontraba en los ríos y lagos de la Tierra, aquella era el Agua Original, el Agua Bendita más bendita de todas.
Se quitó la túnica que llevaba y la dejó colgada con delicadeza en una rama cercana. Con una mezcla de temor y confianza se plantó en la orilla de lago sabiendo lo que debía hacer. Debía purificarse tras su larga estancia en la Tierra, debía limpiar hasta el más mínimo de los pecados que hubiera podido cometer allí para poder ser digno del nuevo puesto que se le iba a encomendar. Solo esperaba que esa limpieza no se llevara lo más importante.
Poco a poco se fue adentrando en el lago. Al contacto del agua con sus pies empezaron a salir volutas oscuras que se alejaban lentamente. De repente ya no notaba el cansancio ni en dolor de sus extremidades, ya no echaba de menos la comodidad de su butacón. Se adentró un poco más hasta que el agua le llegó a las rodillas y nuevas volutas oscuras salieron, y ya no echaba de menos el consuelo del chocolate caliente ni el sabor ligeramente picante del sushi. Se adentró hasta la cintura y olvidó cuánto le gustaba coleccionar libros y lo orgulloso que se sentía de su colección y de no haber cedido casi ninguno desde que la comenzó. De pronto, fue consciente de lo que estaba pasando: se estaba purificando de todos los pecados capitales que había cometido en los últimos seis mil años: pereza, gula, avaricia; y, con esa purificación estaba olvidando aquello que alguna vez le había proporcionado placer o felicidad. Sabía que no había cometido el de la soberbia, la ira o la envidia, y tuvo miedo de que sus sentimientos por Crowley se consideraran lujuria y olvidarlo, pero no tenía otra opción. Temblando y con lágrimas en los ojos, se sumergió por completo en el lago.
***
Todos los coros celestiales se habían reunido en el Gran Salón, ordenados por jerarquías esperaban que diera comienzo la ceremonia. Azirafel avanzó por el pasillo central escoltado por el Metatrón y Miguel. Miraba maravillado y sobrecogido la inmensidad de seres celestiales que se habían congregado por él. A lo lejos vislumbró uno de aquellos seres que saltaba y agitaba una mano en el aire emocionado; enfocó un poco la mirada y distinguió a Muriel que le saludaba con entusiasmo. Quiso devolverle el saludo, pero una mirada de reojo del Metatrón lo detuvo.
Cuando llegaron frente al trono dorado, se dieron la vuelta y el Metatrón habló con voz potente.
—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos para la proclamación del ser celestial Azirafel como Arcángel Supremo y General de los ejércitos celestiales. Su elección entre todos vosotros responde a la voluntad de la todopoderosa. Que ella lo guíe en su nueva misión.
Miguel se acercó por detrás de Azirafel y le colocó una corona dorada sobre la cabeza. Al contacto con ella, el halo de Azirafel surgió de su cabeza y se fusionó con la corona, volviéndose más brillante y grueso; la luz que emanaba lo rodeó por completo y pudo sentir que su capacidad de hacer milagros y su poder aumentaban. La luz, poco a poco, se fue atenuando a medida que el halo volvía su posición original.
Una voz sonó desde ningún lugar y en todas partes al mismo tiempo.
—Arcángel Supremo Azirafel, has sido un siervo leal y bueno. Has cumplido con honor y valentía la misión que se te encomendó en la Tierra. Has cuidado con amor de todas las criaturas de la Creación. Por ello, recibe mi bendición. —Una rayo de luz cayó directamente sobre Azirafel, quien, sorprendido, comenzó a elevarse por encima de todos los seres celestiales. —Recibe tus nuevas plumas en reconocimiento por toda tu labor.
Las alas de Azirafel se desplegaron más grandes y hermosas que nunca, de un blanco tan puro que resultaba cegador.
La voz de la todopoderosa sonó ahora solo en su cabeza.
—Todas tus plumas son ahora un recordatorio de tu poder y de tu bondad, cada una corresponde a un acto de amor desinteresado que has hecho en la Tierra. Nunca los olvides.
Azirafel sonrió para sí mientras descendía.
Cuando volvió a tocar el suelo, miles de trompetas celestiales comenzaron a sonar en su honor.
***
Cuando se pudo quedar solo en su nuevo despacho, Azirafel desplegó sus nuevas alas. Eran tan grandes que las puntas tocaban las paredes de la habitación. Miró sus nuevas plumas con detenimiento: una de ellas tenía un dibujo en gris claro de un disco y estuvo seguro que era la pluma de Maggie, otra tenía la forma de una paloma que le recordó a aquella que había resucitado tras en el malogrado número de magia en el cumpleaños de Warlock; sí, todas eran un recordatorio de su paso por la Tierra, las fue viendo una a una y recordando todos los momentos vividos hasta que encontró una, escondida entre capas de plumas, completamente negra.
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Soy un demonio. Mentí.
FanficTras la marcha de Azirafel, Crowley vuelve a la librería para cuidar de ella cuando se encuentra una desagradable sorpresa. Los maridos inefables tendrán que enfrentarse a toda la cúpula celestial y demoníaca para salvaguardar a la humanidad, pero...