Capítulo 11. Batalla en la librería

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El Metatrón repasaba un libro en su despacho, en el que después de los milenios el único mueble que tenía era una pequeña mesa en un rincón, mesa en la que guardó el volumen que leía justo cuando entró Azirafel.

—¿Cómo va la batalla? —Su rostro denotaba el cansancio acumulado de los últimos días.

—Mal, señor —contestó Azirafel cabizbajo—. Nos superan por mucho en número. En Londres la situación es desesperada, solo quedamos un puñado de ángeles en pie. Estamos agrupados en mi antigua librería, pero esperamos un fuerte ataque por la mañana. Necesitamos refuerzos o perderemos Londres.

El Metatrón estaba rojo de ira.

—¿Cómo es posible que estéis perdiendo? Y más en tu ciudad. Esperaba más de ti, Azirafel. Aunque tampoco me acaba de sorprender tu incompetencia. Siempre has sido un pusilánime. Siempre dependiendo de ese demonio egoísta y borracho. Cabría esperar que, después de tanto tiempo con él fuera de juego, hubieras desarrollado un poco de carácter, pero se ve que no.

Antes de que Azirafel pudiera contestar, unas luces rojas parpadearon por todo el Cielo junto con una alarma.

—Han llegado. —El Metatrón palideció y salió corriendo del despacho, pero antes de irse se giró hacia Azirafel y le dijo—: Olvídate de tu estúpida librería y de esa maldita ciudad. Necesitamos a todos los soldados aquí. Si quieres quedarte abajo, estás solo. —Y salió dando un portazo.

«Solo. Si mi demonio no estuviera... ¿cómo había dicho el Metatrón?, fuera de juego, no estaría solo», pensó Azirafel con tristeza. Nunca, antes de volver al cielo, se había sentido tan solo como entonces, ni siquiera cuando pensó que se había convertido en un ángel caído después de ayudar a Job a engañar a Gabriel y los arcángeles para salvarle la vida a sus hijos. Incluso entonces pensaba que había habido otros ángeles caídos antes que él, y después de la conversación junto al mar había encontrado algo mejor: a Crowley, quien se había convertido en su compañero de existencia.

Mientras las luces rojas seguían parpadeando, en su interior se activó otra alarma más pequeña pero igual de urgente. Se dirigió rápidamente a la mesita y abrió el cajón en el que el Metatrón había guardado el libro cuando él había entrado. Para su sorpresa, en el compartimento había tres libros; uno bellamente adornado, digno de pasar a la historia, otro mucho más sencillo con unas tapas de cuero y un libro que habría identificado en cualquier lugar, pues pertenecía a su propia colección: Blancanieves de los hermanos Grimm. El primero lo había reconocido al instante: era el libro donde se escribía el Plan de Dios, el segundo llamó más su atención y el tercero se lo guardó entre los pliegues de su túnica sin un ápice de duda.

Sacó el libro de cuero y lo abrió por una página al azar: era el diario privado de Metatrón. Avanzó hasta el día en el que el Metatrón le había ofrecido su nuevo puesto: «Tras lo acontecido en los últimos días es de vital importancia que el Principado Azirafel y el demonio Crowley sean separados. Su alianza supone un riesgo cada vez mayor ahora que han experimentado cuán poderosos son haciendo milagros juntos. Podrían suponer un serio problema si se hacen plenamente conscientes de ello; problema que podría haberse evitado de haberse aceptado mi sugerencia de eliminar del Libro de la Vida al ángel traidor.» Azirafel pasó la página con mano temblorosa y siguió leyendo: «Aunque se me prohibió eliminar de forma definitiva al demonio, he conseguido dejarlo fuera de juego el tiempo suficiente como para que no interfiera en los planes de la Segunda Venida, pues el nacimiento del Nuevo Mesías requerirá el sacrificio del Arcángel Supremo. Para cuando despierte, el Nuevo Mesías llevará reinando cien años.»

Azirafel soltó el libro y el sonido que hizo al golpear el suelo lo devolvió a la realidad. Ahora todo le encajaba mucho mejor. Sin perder un segundo guardó el libro de cuero procurando dejarlo exactamente como estaba; sacó el libro del Plan de Dios, modificó las últimas páginas y también lo dejó en el mismo sitio. Por último, se sacó lentamente el libro que se había guardado en los pliegues de la túnica y lo guardó dejando el cajón tal cual lo había encontrado.

Soy un demonio. Mentí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora