¿Somos iguales?

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Katherine...

Le hacen un lavado de estómago para sacarle todos los calmantes que se ha tomado. Me informan que en unas horas puedo pasar a verla. He marcado a papá pero no me contesta así que le he dejado como mil mensajes de voz.

Son las tres de la mañana. Me siento en un silloncito de la sala de espera. Todos tienen a sus familiares con ellos. Hay familia de una chica que llego con ataques epilépticos. Toda su familia está a la espera, juntos y dándose apoyo. De vez en cuando la gente pasa y me mira a mi sola, sin apoyo a mi lado.

Media hora después entra un chico que se torció el tobillo. Lo llevan sus padres. Cuando la señora se sienta a mi lado la sigue una niña pequeña como de cuatro años. Lleva su pijama de las princesas y un osito abrazado con un brazo y con el otro se talla los ojos.

Recuerdo cuando me torcí el tobillo. Tenía seis años y estaba escalando el árbol del patio delantero de la casa. Quise saltar desde arriba probándole a Jade y a mí misma que podía volar, después de haber visto la película de Superman. Pero también lo quería hacer porque así iría por papá y mamá al trabajo. Así no tardarían en llegar a casa tanto y estaríamos más tiempo todos juntos.

--Baja de ahí Katy--me decía mientras subía una rama más--. Te caerás y no solo comprobaras que no vuelas, sino que también comprobara tu cara lo duro que es el pavimento.

No le hacía caso a Jade de lo rápido que intentaba subir. Cuando llegue a una altura de la que creí que podría tomar vuelo, abrace mi cobijita de osito color amarilla que me había amarrado al cuello y después salte. Y fue ahí cuando trato de atraparme Jade para aminorar el golpe, pero aún así me torcí el tobillo.

Llore como nunca lo había hecho. Jade me llevo a la casa y me reviso el pie--. ¿Qué haces?--le pregunte entre mis quejidos y lloriqueos.

--Viendo si no te fracturaste el pie. Lo vi en la tele--me decía mientras me tocaba y me lo movió así que solté un estruendoso grito.

Los vecinos; los anteriores dueños de la casa de alado, que ahora era de Alan. Una pareja mayor de edad, los que siempre eran muy amables con nosotras; se asomaron para saber por qué era que lloraba tanto. Cuando la señora Rosales llego, mi hermana ya me había vendado el tobillo. Antes de irnos del hospital, las enfermeras felicitaron a mi hermana por haber hecho lo correcto y desde ahí supe que mi hermana sería una extraordinaria doctora.

--¿Familiares de la señora Gabriela Hernández?--abrí los ojos de golpe dándome cuenta de que me había quedado dormida. Me levante y me acerque con la enfermera que al verme se extrañó. Sentía las miradas de todos detrás de mí, tal vez cuchicheando como siempre: "mírala pobrecita, tan joven y en el hospital solita".

--¿Eres familiar de la señora Gabriela Hernández?--me volvió a preguntar.

--Si, soy su hija--le conteste a la espera para que me dejara pasar a verla.

--Lo lamento necesitamos a alguien mayor para poderle informar.

--Mi padre viene en camino--mentí--. Y no se preocupe, entiendo bastante las cosas, no soy retrasada mental--le dije un poco enfadada. Hizo cara de disgusto la enfermera y apretó la boca.

Después me di cuenta que en un hospital no era muy bueno decir "retrasado mental" en voz alta y ofensiva. Me dirigió a la habitación donde tenían a mamá.

Estaba acostada en la camilla, le habían recogido su pelo en una coleta floja y tenía ojeras bajo los ojos, estaba pálida y veía hacia el techo con sus increíbles ojos azules. Ahora ya no llevaba el camisón rosa que le hacía verse tan hermosa. Ahora lleva la bata del hospital que la hace verse más pálida.

Te voy a enamorarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora