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Los días pasaron, nadie, absolutamente nadie tenía la menor idea de quien era el hijo del profeta, excepto el mismísimo profeta, claro está.

Spreen estaba terminando de hacer unos ajustes en la polleria cuando esa odiosa melodía empezó a sonar por todo el pueblo, a misa, otra vez.

El híbrido suspiró y se levantó para ir corriendo al lugar, se encontró con algunos amigos por el camino pero no se paró a hablar mucho con ellos.

Hasta que luego de unos cortos minutos llegó a la misa, buscó inconsistemente con su mirada al hechicero, pero este aún no había llegado. Se encogió de hombros algo decepcionado, ya que no lo había visto desde hace días, y fue a sentarse con Carrera.

Cierto hechicero se desveló la noche anterior y aún seguía durmiendo cuando la música le despertó. Se quejó en voz baja y se quedó mirando al techo, no tenía ganas de levantarse, pero tenía que hacerlo.

-Para un día que me duermo...

Reemplazo el pijama por su ropa diaria y fue lo más rápido que pudo a la misa.

Llegó último pero a tiempo, busco inconsistemente con su mirada a Rubi y cuando la encontró se sentó a su lado con una sonrisita tonta, Rubí se la devolvió.

-¡Bien! Creo que os debo a todos una explicación y una verdad—Empezó el profeta así la habitual misa.

-Mi hijo, mi pequeño, he estado tanto tiempo esperando este momento...-Suspiró-Juan, eres tu, mi hijo.

Todos los presentes voltearon a ver al hechicero, con una expresión de sorpresa, este se sintió observado e incómodo.

Todos empezaron a insultarle, creyeron que era un traidor. Bueno, casi todos, Spreen se quedó mirando la escena con tristeza desde lejos, él sabía que su Juan no era una mala persona, al menos, no un traidor.

-Eh... yo no tenía idea yo... no lo sabía...-El hechicero empezó a titubear mientras hablaba, se sentía juzgado.

Sin embargo su voz se perdía entre los gritos de enfado e insultos.

-No me lo esperaba de ti, Juan-Dijo el híbrido marrón, con una expresión de sorpresa y enojo.

-No Rubí... tu no... sabes que yo no soy así, si lo hubiera sabido te lo hubiera dicho-El hechicero miró al contrario y sentía que las lágrimas iban a bajar por sus mejillas en cualquier momento, Rubí solo negó con la cabeza y se alejó unos pasos.

-¡Dioses del Todo, saquenme de aquí!-Estos acataron la orden y teletransportaron a Juan a su santuario, dejando gritos en la iglesia.

Mientras todos empezaban a discutir a gritos, el híbrido negro se escabullió del lugar y fue corriendo al santuario del hechicero bajo la tormenta que se habia creado debido a los sentimientos de Juan. Tardó un buen rato en llegar y cuando lo hizo escuchó un sollozo proveniente del jardín.

Subió las enormes escaleras y vio al castaño llorando en el patio con la ropa empapada y al cerdo azul en su regazo, aunque no quisiera, no pudo evitar sentir lástima.

-Che, ¿Juan?-El híbrido se sentó a su lado y colocó la mano en el hombro del nombrado.

-¿Qué quieres? ¿Tu también vienes a insultarme?-Preguntó, su voz tenía hilos de voz que sonaban más débiles, las lágrimas caían de sus mejillas.

-¿Eh? Claro que no, pelotudito, ¿Estás bien? No deberías hacer caso a esos boludos, yo confío en ti, se que no lo sabías, te conozco-Le dijo con una sonrisa y le apretó el hombro en forma de consuelo, sintiendo su corazón acelerarse al estar tan cerca de él.

El hechicero no respondió, pero se veia agradecido por esas palabras, le dio un abrazo, buscando un consuelo.

Consuelo que el pelinegro le dio, dejó que llorará en sus brazos, aunque no por mucho tiempo ya que ambos empezaban a estar incómodos por la fuerte tormenta.

-Ven, vamos dentro, estarás más cómodo-Se levantó y extendió la mano al castaño para ayudarle a levantarse.

Pero el mayor se levantó por su cuenta, al darse cuenta, el híbrido tuvo un ligero color rojizo en sus mejillas de vergüenza y susurro unas disculpas.

Ambos entraron al santuario para resguardarse de la lluvia y de paso cambiar la ropa empapada por una limpia.

Infiel [spruan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora