libertad

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"Ya llevo tres meses aquí, y ya no lo soporto. No he podido comer nada. Solo quiero que esto pare", pensó un joven de unos 16 a 18 años. Tenía el cabello negro, ojos apagados y sin vida. Estaba desnutrido debido a la falta de alimentos.

Hacía tres meses, este chico caminaba por la noche, lleno de preocupación, mientras pasaba por una zona peligrosa de su ciudad, conocida por su tráfico de drogas, asesinatos, secuestros y abusos. Su mala suerte hizo que sus peores temores se hicieran realidad. Sintió un cuchillo penetrando en su costado y una bolsa negra sobre su cabeza. Luego, quedó inconsciente.

Al despertar, se encontró en una habitación sucia con un baño descuidado, una cama desgastada y sin ventanas. Había una puerta de metal con una pequeña rejilla, a través de la cual solo le daban una botella de agua. No importaba cuánto gritara; sabía que nadie podría escucharlo. Estaba enterrado en el sótano de un edificio abandonado. Lo único que podía ver era un reloj de manecillas.

Todos los días esperaba que la policía llegara para que pudiera reunirse con su familia de nuevo, pero ya habían pasado tres meses y había perdido toda esperanza. Entonces, su suerte cambió. Presenció cómo la puerta de metal gruesa se desplomaba con un estruendo. Su captor estaba bajando las escaleras con una botella de agua. Sorprendido, el joven reaccionó con enojo y atacó a su captor, quien empezó a golpearlo. Sin embargo, el chico estaba tan furioso por todo lo que había pasado que deseó con fuerza que su captor sufriera. De repente, todas las extremidades de su captor explotaron y este murió lentamente.

El chico, sorprendido por lo que había hecho, finalmente salió del sótano en el que había estado cautivo durante tanto tiempo. Caminó un largo camino hasta llegar a un pequeño pueblo. Entró en un restaurante de comida rápida y pidió una hamburguesa que saboreó con una gran felicidad.

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