CAPITULO 31 - "SUDOR Y HIELO."

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Emma.

¿Qué se siente que la vida te deteste? Busco la respuesta a esa pregunta

en mi cerebro, pero no puedo describirlo, porque cada que hallo esa definición llega con una acción que me grita ¡No te odio lo suficiente! Llega con un acontecimiento que me destroza y deja en migajas que no puedo pegar.

El sonido de la motosierra quirúrgica destruye mis neuronas, mi espíritu y
mis ganas de existir. Batallo, grito, lucho y clamo piedad suplicando que no me robe en esta parte de mí.

Los gritos salen lleno de dolor y quiero ser la Emma que corría de niña, la que iba por las aceras con audífonos en los oídos bailando pésimamente, la que patina hasta altas horas de la madrugada.

—¡Basta! —exclamo— ¡Basta! ¡Basta!

El ruso detiene el filo que está a milímetros de mi piel y las hojas dejan de moverse mientras que yo no dejo de mirar la extremidad muerta e inerte.

—¡Basta! —sigo suplicando.

—La perdiste y por más que llores hay que quitarla o te vas a morir —
responde el mafioso.

—Pero no quiero —lloro y sujeta mi cara— ¡No quiero!

—¿Cuál es el miedo si las mutilaciones abundan en las pandillas de la hermandad? —sigue—. No te van a discriminar, de hecho, darás el miedo que tanto querías dar.

Vuelve a encender el aparato y batallo de nuevo, negándome a que
acerque eso a mi cuerpo. Araño, arrojo puños y mi desespero es tanto que me salgo de la cama cayendo a sus pies sin dejar de llorar.

—Emma, hay que... —intenta decir Cédric, pero me niego.

—Dejala que se pudra —el ruso suelta el aparato en la mesa—. Más
trauma para ella.

Manda a sacar a todo el mundo dejándome sobre la alfombra. Los
recuerdos son difusos y lo último que tengo en la cabeza es la camioneta
saliendo de la carretera.

El accidente que ahora me ha dejado como una maldita inservible, porque
si antes era un fracaso, ahora lo soy más.

—Mira la tele para que no te aburras —entra un Voyeviki colocando y
encendiendo el smart gigante de alta definición y los videos de mis
espectáculos se toman la pantalla empeorando mi estado.

Me vuelvo a pegar, a arañar, a lastimar, pero nada funciona, nada hace que sienta lo que tengo que sentir y me sumo a un hoyo donde ya no puedo controlar el llanto. Los sollozos, el dolor que hace que me lastime.

—¡No es el fin del mundo! —me regaña Cédric— ¡Mírame a mí!

—¡Cállate, cállate! —le exijo en el suelo— ¡Tú estás aquí porque te lo
buscaste, pero yo no merezco nada de esto! —los gritos me queman la
garganta— ¡No lo pedí, no lo busqué y detesto a todos los que me
ofrecieron! ¡A los que no movieron un puto dedo con tal de evitarlo!

Estoy tan descontrolada que vuelven a dejarme sola, las horas transcurren
y no dejo de sollozar, de recordar, de mirar lo que ahora no funciona. El
televisor sigue encendido mostrando a mi vieja yo y entre más los miro,
más daño me hago.

Me quedo en el rincón no sé por cuántas horas, solo sé que no pruebo
nada, no bebo nada y entre más tiempo pasa, más pesada se me va
volviendo la pierna. El morado se torna negro y contra la pared sigo
recordando lo que era antes.

Cédric entra a revisarme y termina mirando a otro lado con lo mal que se ve. Me niego a que me toque, a que me levante, a que me saque del rincón en el que ahora estoy. Ni siquiera puedo abrir los ojos con los hinchados que los tengo.

BossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora