CAPITULO 38 - "BRATVA"

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Emma.

Cuando estaba en Phoenix Luciana discutía conmigo por no dormir como se debía, ya que mi rutina consistía en levantarme antes del amanecer con el fin de cumplir con la jornada exigida por la academia militar y dedicarme a mi hobby practicando piruetas en los campos del ejército o en las pistas callejeras de la ciudad.

Me acostumbré a estar activa a toda hora, así sea bailando, saltando, cantando o entrenando. Dormir no es mi pasatiempo favorito, debido a que con tantos planes sentía que estar en la cama era una pérdida de tiempo y mi cuerpo se acostumbró a eso, a no querer estar quieto.

El dolor tiene hasta la última molécula de mi cuerpo, el cráneo me arde y la voz italiana lee en voz alta las dosis que le ha dado a Vladimir donde explica su comportamiento, el cual ha pasado de forcejear con él mismo a quedarse inerte en la silla como si el miedo lo hubiera apresado, mientras yo me mantengo encadenada en la misma posición.

—Somos las familias más poderosas de la mafia, Vlad. Unidos seríamos
invencibles, pero a tu papá lo mata la altivez —empieza la italiana
alimentando el odio que le tengo—. Le cuesta seguirnos, reconocer que la
punta de la pirámide es nuestra y así no podemos trabajar.

Me ha torturado con descargas eléctricas que sabe alternar, me ha
golpeado cada que quiere y se me ha burlado con esa risa chillona que me
fastidia.

—"Cuando los reyes hablan, los plebeyos se arrodillan y callan" decía mi detestable tío que no me cae bien, pero si que tiene razón —sigue—. La
mafia italiana es la realeza. Mandamos y gobernamos sobre todos los clanes. No nos atacan, nosotros somos los que atacamos y si queremos tomar al hijo de la cabeza de un clan para dar una lección de obediencia podemos hacerlo.

Alardea.

—¿Que hacen los plebeyos? —indaga— Esperar la negociación y humillación de los líderes, en este caso nosotros.

El rubio no contesta, solo se hunde en la silla cansado de pelear con él
mismo.

—Tu padre debe rendirnos cuentas en un par de horas explicando el
porqué de tanta terquedad. Y tu estado con el de esta perra —me señala—es la clara advertencia sobre lo que pasa cuando te metes con la mafia italiana.

Se vuelve hacia el francés, al que llama Paul.

—Ve por el líder —indica antes de mirar al voyeviki de Maxi— y tú ve
preparando a las víctimas. Comeré algo para no bostezar en medio de las explicaciones del Boss.

Se va con el francés y el voyeviki empieza a desanclar la cruz dejándola en el suelo. Cada movimiento desencadena una punzada en mi sien. He vivido las peores horas de mi vida atada a esto y recibo otro golpe cuando dejan caer la cruz haciendo que me golpee la cabeza.

Empieza a soltar los candados que liberan las cadenas de mi torso, quita las que envuelven mis piernas y procede también con mis brazos. Mi labio inferior no deja de moverse consciente de que me arrancaran los clavos de las manos y un chillido rasga mi garganta cuando lo extrae con la ayuda de una espátula.

El tormento nubla mis sentidos no teniendo idea de nada por varios
minutos. La única reacción de mi cuerpo es querer mover los dedos de la mano mientras el voyeviki separa mis piernas hablando en su lengua
materna.

—No —musito al percatarme de sus intenciones, al sentir sus manos en
mis caderas y su boca contra la mía—. No.

No tolero el olor asqueroso, las manos callosas y el relieve de sus
cicatrices contra mi cara.

—No.

Trato de convencer a mi mente de que no es nada, qué pasará rápido.

—No —vuelvo a decir con las lágrimas escurriendo por mi sien a la vez que mis dedos se mueven tocando el clavo que me acaban de sacar, pero él no me suelta la boca bajándose el pantalón—. No.

BossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora