América, por favor...

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Bajé corriendo del carro de mi mamá y me apresuré a entrar por el gran portón café de la escuela. Iba tarde, por lo cual ya casi no había nadie en el patio; era lunes, y tocaba homenaje, y tenía que apurarme a dejar mis cosas si no quería que todos bajaran y yo siguiera afuera. Mientras iba caminando, alguien me detuvo con su voz.

-Hey-Brayan.

Me giré para verlo entrando junto con su hermanito Jorge por el mismo portón por el cual había entrado segundos atrás. Corrió para llegar hasta donde yo estaba, dejando a su hermano atrás y cuando llegó, sonreí.

-Hola.

-¿Qué te dijo tu mamá cuando se fueron?-se detuvo.

-Nada-suspiré.

-¿Segura?-hizo su mayor esfuerzo de clavar su mirada en la mía, y no se lo permití.

-Sí.

-América, no te enojes si tu mamá te dice que no-intentó animarme-, será para la otra.

-No estoy enojada-lo miré, y él levantó una ceja-... Bueno, sí. Pero siento que desde mi punto de vista no es justo.

-¿Por qué no es justo?-frunció el ceño.

-Porque estamos volviendo a lo mismo-respondí seca, y con mi voz quebrada en las últimas palabras.

-¿Cómo a lo mismo?-su sonrisa desapareció, y una cara de tristeza lo llenó. Apostaría que miles de horrorosos ideales pasaron por su mente en ese instante. 

-No, no me mal interpretes-pasé mis manos por los costados de sus brazos-. He estado mejorando en todo, y siento que son cosas que en verdad me merezco.

-América-tomó mis manos quitándolas de sus brazos y las sostuvo sobre las suyas-. Al menos para mí, te seré sincero... Esas no son buenas mejoras. Míralo desde este punto, tu mamá siempre tiene las de ganar, es tu mamá. Haz caso a lo que te diga, y si no quiso este sábado, tal vez querrá el próximo, ¿no crees?

Bajé mi mirada hacia nuestras manos. Él acariciaba cuidadosamente mis nudillos sin soltar siquiera mi otra mano. Y tenía razón. Sentí una sensación recorriendo mi nariz, hasta llegar a mis ojos convirtiéndose en lágrimas al borde de escapar.

-América, por favor no llores-se acercó más a mí y limpió una lágrima con su dedo cuando yo cerré los ojos-. Si no se pudo, ni modo.

-No-corregí-, es que sí se podía...

-Será para el otro, no te pongas así-miró mis ojos-. América, por favor...

-Siempre se puede, pero ella siempre ha sido así conmigo-solté sus manos-. Se especializó en quitarme todo lo que me hace feliz.

-América, ¿cómo dices eso de tu mamá?

-No la conoces, Brayan...-mis ojos comenzaron a borrarse con lágrimas de nuevo.

-América, escúchame-levantó mi cara para que yo lo viese a los ojos, y tomó mis manos de nuevo-. Sabes que estoy yo aquí, sabes que me tienes a mí. Entiendo que ella sea tu mamá, pero escúchame, no quiero que por su culpa hagas una tontería.

Bajé la mirada de nuevo, y solté una de sus manos para limpiar las lágrimas que durante ello se habían derramado por mis mejillas. Sentí que acarició mi otra mano.

-Si estás triste me tienes a mí, si estás enojada me tienes a mí, siempre estaré aquí para ti y para tus problemas.

-Sé que estás para mí, pero también es muy difícil hablar de mis problemas-suspiré intentando que no se me quebrara la voz.

-América, el hecho de que me tengas o no me tengas la confianza para hablar de tus problemas, es tu problema-dijo con su indiferencia-. Escucha, América. Muy pronto andaremos. Serás mi novia, y tendré que acostumbrarme a tus problemas, y tú tendrás que hacer lo mismo con los míos.

-Es que sí te tengo confianza, pero opino que no vale la pena estar triste por ello. El hecho de que te lo esté contando habla mucho de ti, y de la tolerancia que me tienes, y eso es genial, ¿lo sabes?-sonreí y bajé mi mirada mientras esa sonrisa se desvanecía- Lo único que yo pido es un abrazo para ser feliz.

-América, me puedes abrazar a mí cuando quieras-se señaló como si no sirviera de algo en ese momento-. Sé que no se compara a un abrazo de tu mamá, pero hago lo que puedo...

Respiré hondo y cerré los ojos deseándolo todo en ese momento. Al momento en el que solté el aire, sentí dos brazos alrededor de mí, lo cual fue una descarga inesperada. Me aferré a él mientras apretaba su agarre a mi alrededor.

-Te daré los abrazos que tú quieras-susurró en mi hombro.

Una sonrisa se escapó de mis labios. Era una sonrisa sincera, una señal de mi cuerpo anunciando que un pedacito de dolor había sido curado en ese abrazo. Y cuando él se separó lo miré a los ojos, y al verme sonrió.

-¿Qué hacen aquí?-apareció Nancy- Ya súbanse si no quieren que los reporte. Y Brayan, tu salón queda para allá, no pueden subirse juntos.

Brayan y yo reímos. Nos estaban regañando, y prácticamente amenazando con reportarnos, pero ni siquiera eso podía arruinar el momento. Y no sólo de mi parte, pondría mis manos al fuego por decir que él también lo sintió. Y sin quitar la sonrisa de nuestras caras, los dos dimos media vuelta, y sonriendo subimos a nuestro salón. Y limpiando mis lágrimas dejé mi mochila en el asiento, y mis amigas me preguntaron qué tenía, pero nunca entenderían. Nadie nunca entendería lo valioso que es un abrazo para mí y se asustarían. Porque lo que para ellos es todo, para mí es nada. Y lo que para ellos es nada, para mí lo es todo.


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