Prólogo

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Algún lugar al noroeste del bajo Bielorrusia, sede imperial de operaciones.








Dejó el puro sobre el cenicero y se recostó sobre la silla colocada frente a su amplio escritorio, dentro de su oficina en el ala central de aquella mansión olvidada, que había logrado recuperar y restaurar.

Esperando.

Se encontraba demasiado agotado de la dichosa espera. Pero a que se comparaban unas horas, con los años que tuvo que hacerlo. La paciencia sin duda era una virtud que tuvo que aprender a trabajar.

Ocho malditos años, moviéndose en la oscuridad con tal sigilo que lo hacía preguntarse sobre su mera existencia. Planeando con exactitud cada movimiento, cada jugada en contra de aquellos que alguna vez se burlaron de él.

Odio helado corría por sus venas, un pedazo de carbón tomaba ahora lugar en donde una vez hubo un corazón. No existía en él una mínima muestra de sensatez, o de sentimientos en general. Era un cuerpo vacío, desde hacía mucho tiempo.

Hasta que descubrió que podía llenarlo con otras cosas, que no se relacionaran con sentir en lo absoluto.

Dos toques a la puerta de su oficina lo llamaron de vuelta al presente.

-Adelante.- respondió demasiado tranquilo.

Tomó su puro y continuó fumando, fijando su mirada en los papeles frente a él. Mientras se abría la puerta revelando a la mujer que esperaba del otro lado, se inclinó hacia adelante anhelando escuchar lo que tenía para decir.

La pálida mujer caminó sus resonantes tacones hasta detenerse frente al escritorio de aquél hombre tan apuesto como despiadado, que había llegado a conocer una vez, en una vida que parecía muy lejana. Ella se había preparado esa noche luciendo impoluta e impecable en su traje guinda hecho a medida por los sastres de aquella localidad. Su ahora pactado, nuevo hogar.

Cruzó sus brazos afilando la mirada sobre el rostro del hombre que seguía inmerso en sus papeles.

Aclaró una vez su garganta y le tomó todo de si no voltear sus ojos ante la mirada fría que le envió el masculino.

-Tengo a la niña.- anunció con semblante serio. Sus labios pintados de un fuerte tono de rojo se movieron cautivantes y sagaces. Hizo un rápido reconocimiento de la oficina. Luego a su simpático jefe.

Vestía un impecable traje en un absoluto negro, cubierto desde su cuello hasta las puntas de sus dedos. Aquella gran mano enguantada que sostenía un puro medio fumado.

-¿Quemaduras?- inquirió levantando su pulida ceja.

Notó tensión en sus hombros.

-Ninguna, como específicamente lo requeriste. Se encontraba en shock debido a una contusión leve que por supuesto no fue culpa del equipo. La detuvieron de romperse el cuello al intentar saltar por una ventana del segundo piso.-

-Intentó pelear.- admitió en un susurro. Asombrado ante una mocosa de nueve años. Pero por supuesto, recordó. La sangre llamaba a la sangre.

- La dejamos en donde se nos pidió.- su rostro no demostraba emoción alguna. -Hace tres días, señor.- aclaró la mujer.

Lo observó levantarse despacio y rodear su escritorio, la mirada perdida, considerando algo ajeno a ella. La oscuridad tomando parte de su rostro.

Le dió la espalda a Anielka, aún parada en medio de su oficina.

Quedó frente al ventanal empañado por las bajas temperaturas de afuera.

Stanislav notó que comenzaba a nevar, creando sombras en la oficina iluminada con apenas un foco. También notó a sus hombres patrullando a pie para el cambio de guardia. Sin una mueca ante la tormenta que sabían que se aproximaban.

Estoicos, inquebrantables. Tal y como debían ser.

-Otros tres días. Luego iré a buscarla personalmente. -Asintió de acuerdo a sus propias palabras.

Anielka sintió el acido trepar la boca de suestómago. Lo ignoró.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora