Capítulo 3

2 0 0
                                    

La noche se sentía particularmente solitaria.

Sentado en el balcón de mi antigua habitación en casa de mis padres, tenía una amplia vista hacia el jardín trasero, rebosado en flores y con una cascada artificial que luego terminaba en estanque para los peces khoi favoritos de mi sobrina Nür. El arrullante sonido calmaba mis nervios y servía para mejorar mi respiración.

Había tenido esa pesadilla otra vez. El fuego abrazando todo a su paso, junto con las explosiones y los tipos con trajes y mascaras de cuero que fusilaban a cualquiera en su paso.

Mi padre siendo degollado en medio del altar, junto a los padres de Orla.

Orla Di Vittorio.

Aquella niña de ojos tan brillantes y expresivos, tan dulces y serviciales, aunque lo compensaba con su falta de atención e hiperactividad. Su mejor amiga para siempre, a quién cuidó en sus caídas, y acompañó en sus enfermedades. Nunca se burlaba de mi tartamudez y aunque era una niña muy acelerada, jamás le faltó paciencia para entenderme.

Ese día la perdí para siempre. Aún podía sentir el ahogo y desespero por ir en su búsqueda y no poder hacerlo.

Mi hermano me tenía en brazos y recuerdo oírlo discutir con Esther por querer ir hacia el interior de la mansión. Luego un fuerte pinchazo en mi cuello y todo se volvió borroso.

-Ya está muerta, piensa Esther recuerda la casa, nadie adentro pudo sobrevivir, es imposible. Lo siento amor, mi amore lo siento tanto.- el traqueteo del coche lo sobresaltó y se descubrió acostado en los asientos traseros con una chaqueta encima. Los leves sollozos se oían desde el asiento del acompañante y distinguió a la hermana de Orla entre manchones blancos y rojos.

-Mi familia. Nuestra familia, dios mío por favor ten piedad con ellos. Por favor ten piedad de ellos.- los balbuceos se sentían ahogados y en un intento de aclarar el mareo, tosí fuerte.

-Vamos a parar. Tenemos que revisarlo. Hazlo mientras hago unas llamadas, mañana conseguiremos lo necesario.- luego el frescor de agua en mi boca y unos ojos miel con pintura corrida y manchas de hollín en el rostro.

-Está bien chiquito, tranquilo, te tenemos. Por lo menos tú...- susurró sollozante.

-¿Dónde está Orla? Debe tener miedo, quiero estar con ella.- me aflojé de su agarre, nervioso- ¡llévame con ella!- sentí otro pinchazo, esta vez en el brazo y venció mi cuerpo.

-Que idiota.-murmuré cerrando mis ojos y dejando caer lágrimas silenciosas. Tragué con dificultad, sintiendo un nudo en la garganta.

La resignación se sentía como clavos que picaban en mi cuerpo.

Ambos fuimos victimas de un ajuste de cuentas, contra nuestros padres. Éramos tan solo unos niños que nada pudieron hacer, más que sufrir las consecuencias de acciones mal tomadas.

Ella asesinada, probablemente incinerada o a balazos. El abuso infantil es una idea que me da náuseas pero bastante real cuando se trata del tipo de calaña que nos atacó a traición.

Yo sobreviví. Muy a mi pesar, gracias a mi hermano y mi cuñada Esther, quienes lograron escapar apenas y conmigo en brazos.

Me había acercado a saludar al sacerdote, quién en ese momento me estaba dando clases de religión los domingos y sábados por la tarde. Las explosiones comenzaron y el sacerdote me llevó hacia mi hermano, antes de escabullirse entre las columnas en dirección a la casa.

Mi padre trató de seguirlo y advertirle de algo, pero fueron rápidos y lo tumbaron entre tres, presionando y reduciéndolo en instantes.

Fuimos empujados detrás de unos arbustos y mi hermano se unió a la pelea. Luego de minutos que se sintieron como horas, mi hermano desistió al ver a mi padre negando en su dirección. Negándole hacer más nada. Jamás había visto esa expresión en el rostro de mi padre.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora