Capítulo 1

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El hogar Di Vittorio nunca había lucido mejor.

La ornamentación hacía del lugar un pedazo de cielo, en tonalidades blancas que ni siquiera te imaginas que existen. El salón estilo greco-romano a las afueras de la propiedad, eran el foco de atención. Pues un altar dispuesto en el centro, estaba siendo preparado para recibir a la futura pareja y unirlos en sagrado matrimonio.

-Orla Isabel Di Vittorio, subirás inmediatamente a prepararte jovencita.-La madre de la menor, la encontró divagando por los jardines en ropa de calle y el cabello anidado con flores, que sospechaba había hurtado de los arreglos.

- Es increíble que ni en la boda de tu hermana, te centres en lo que te pedimos.- Reprochó quitando restos de hojas del cabello rubio opaco. Isabel Bari había tenido una ajetreada mañana supervisando todo para la boda de su primogénita, pero fue error suyo haber confiado en la responsabilidad de la menor, cuyo sentido de obediencia distaba mucho a comparación de la de sus hermanos.

La madre, con el rostro aún sin marcas del tiempo, tomó a la niña por la espalda y la instó a caminar hacia las escaleras. -Vas a tu habitación, te das un buen baño y luego esperas a Sheruza que ella tiene tu atuendo preparado.

-Pero mamá, Sheruza me hace doler el cabello.- Gimió en protesta la pequeña rubia, deteniéndose a medio camino.

-Te la aguantas, te dije que teníamos contado el tiempo y que si te levantabas temprano, yo misma te hubiese terminado de arreglar. Ahora lamentate en silencio y considera tus modales. Tus hermanos están todos listos, recibiendo a los invitados junto con tu padre. Pero claro, la señorita no puede con su genio y tuvo que dárselas de exploradora. No sé yo que karma estaré pagan...- La voz de la madre se silenció para ella y solo pudo seguir mirando a un lado de las escaleras, en dónde un niño estaba luchando contra las garras de su madre que intentaba luchar con su moño tono verdoso. Frunció sus pequeñas cejas y se libró del agarre de su madre que seguía en su discurso de castigo.

-¡Lorenzo!- Su fina voz hizo viaje desde la cima de las escaleras y atrapó la atención del pequeño castaño, olvidando el tira y afloja con su madre.

-¡Orla!- Los mejores amigos, se sonrieron contentos y ambos emprendieron su trote en busca uno del otro, logrando evadir a sus captoras.

-De verdad que si no fuese por la boda que aún no comienza, ya me hubiese puesto a llorar, Amalia. Ésta hija mía.-Renegó Isabel.

 Por mucho que amara a su pequeñita con ínfulas de salvaje, sabía como hacer que su cabeza doliera el triple que con los otros 2, que le ganaban por 5 años.

-Es así querida, uno nunca termina de criarlos, solo podemos orar y confiar en que serán personas de bien. Confía en ti misma como madre y verás.- Ambas observaron a los pequeños que charlaban sobre algo en susurros y risas.

Luego el menor de los Giovanni, tomaba una flor del cabello de Orla y se lo colocaba en el broche del saco. Conmovidas con aquella escena, Amalia e Isabel compartieron miradas con más de un significado. Instinto de madres sin duda.

- Quizás te pueda ayudar un trago.- Isabel suspiró y asintió mirando por uno de los ventanales hacia afuera, en donde la gente comenzaba a duplicarse en número y se acomodaban para obtener buenos lugares. -Mi Santino está en los jardines privados del otro ala. Pidió estar solo para repasar los votos, pero mi consuegro solicitó que tuvieran una charla. Sé que sabes cuánto ama mi niño a tu Esther, así es que doy nuestra charla por sentado. Me siento bendecida de que ambas familias sean unidas con un amor tan digno de admirar.-

-Y yo igual querida, yo igual.- Ambas mujeres se abrazaron, sin contener la emoción del momento. Pasados unos minutos, intentaron recomponerse.

-Bueno, creo que ustedes deben irse ya, a mi me toca una carrera contratiempo para alistar a Orla.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora