Capítulo 12

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Había estado disfrutando de su tiempo libre tanto como pudo. 

Lejos de Charles, de Anielka y de la indiferencia de su padre. Habían pasado meses para cuando pudo unir palabras a traves de la bruma del alcohol y drogas que la abrazaban, para reunirse con su buen amigo Kai Petrus. Se había cansado de su improvisado tour en solitario.

Me había fumado medio porro, cuando tuvimos que detenernos en una gasolinera para llenar el tanque de la Subaru último modelo de Kai. Nos encontrábamos a casi 5 kilómetros del Club Haisse, el cual sería nuestro punto de placer de esta noche, cuando el sutil parpadeo en la consola nos obligó a detenernos.

El hombre en el asiento de acompañante estaba enfundado en un pantalón sastre de puro brillo y un pañuelo de satén como collar, una fina red de glitter como top y dos parches que cubrían sus pezones. En su rostro lucia un maquillaje brilloso que resaltaban sus facciones Namibias y los accesorios que había elegido resaltaban bajo las luces de neón. Se encontraba distraído, hablando por su móvil con alguien que lo tenía riendo cada pocas palabras. No es que le importara en absoluto el cartel de advertencia sobre una columna, que pedía evitar el uso de aparatos electrónicos.

Eran las 3:25 de la madrugada y nos sentíamos con ganas de diversión.

Observe un lado de la bomba que me mostraba el reflejo de una mujer delgada ataviada con un corsé en tonos burdeos que resaltaban unos generosos senos y una pollera en corte diagonal de gasa oscura que revelaban unas piernas largas bien torneadas. Las caderas filosas y sinuosas daban movimiento a la prenda que combinada con botas negras de caña alta completaban un estilo muy desenfadado y aún así provocador. Levanté un lado de mi cabello dejando pasar la brisa por mi nuca y sonreí satisfecha.

-Apurate Sin, tengo miedo que cojas un resfriado por andar de zorra.- Dijo Kai descansando sus piernas en el portavasos. Lo observé indignada.

-¿Disculpa perra? Ni siquiera tendría que estar cargando tu auto, eres un trasero perezoso.- Dejé el pico del surtidor y pasé mi tarjeta para liquidar el coste de la gasolina. Lo escuché reír a mis espaldas y blanqueé los ojos.

Me subí rápidamente al auto y nos volví a meter a la autopista para luego acelerar nuestro viaje.

-Esta noche tendré suerte.- Le di una fugaz mirada.

-Pobre alma desgraciada, al menos deja al hombre bailar un poco.- Abrí mi boca y dejé que introdujera la goma de mascar que me ofrecía.

-Oh creeme que lo haré, necesito que ablande su pelvis.- Dejé escapar una risa.

Me agradaba cuando no tenía que fingir tener un palo en el trasero. Kai sufría muchas restricciones bajo el mando de Stanislav, una de ellas era la reservación de su orientación sexual. Era primordial que respetara el ambiente de machos que se respiraba en territorios Krevor. El namibio había descubierto hace mucho, que era mejor mantener un bajo perfil cuando se trataba del trabajo.

Si lo cruzaba por los pasillos, vería la versión restringida de él. En monos mecánicos de tonos oscuros y con seriedad plasmada en el rostro. A menudo mezclado entre grupos de técnicos que no les preocupaba quitarse las pollas y medír su hombría. No es que el hombre tampoco disfrutara de esos espectáculos. Sabía cómo sacar provecho.

Aceleré sobre la salida y continué nuestra ruta con Kai haciendo de dj. Un par de canciones después ya me las había arreglado para estacionar en la zona exclusiva que apartaban para clientes como nosotros. Bastante frecuentes y que preferían la privacidad.

Una vez en el elevador nos acomodamos las prendas y Kai decidió poner mierda brillosa en mis pómulos, porque según él, no quería opacarme con su presencia. Le dí poca importancia y acepté que nos tomara un par de fotos mientras aún estaba de buen humor. Nos detuvimos en el onceavo piso y al instante la música y la multitud nos recibió de lleno. La clase alta del norte de Bermstov y los mediocres del sur de Niemkir se congregaban en distintos grupos alrededor del lujoso salón y se olvidaban de prejuicios, permitiéndose mezclarse y olvidar los límites por aquella noche. El Haisse aceptaba a cualquiera que pudiera pagar jugosas cantidades de dinero por tragos y sustancias exclusivas. El aire viciado era prueba de ello, y los cuerpos sudorosos que se rozaban en sintonía con la música del dj del momento me recordaron la razón por la que estaba allí también. Iba a embriagarse y a disfrutar con Kai.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora