Capítulo 8

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|Lorenzo.|




Viva.

Su pensamiento quedó atascado en esas cuatro letras, y así estuvo durante las 16 horas que le tomó llegar al punto de encuentro pactado con su hermano.
A estas alturas, actuaba en automático. Aceptó el café sin azúcar de la azafata del jet privado, respondió solo los emails más importantes, y chequeó constantemente las cámaras de vigilancia de su casa.
Todo eso, con un ardor en el pecho y el pulso afectado.
Dejó a Nür con Esther, respaldadas y abastecidas. Eso le daba tranquilidad para comenzar a moverse y empacar una maleta a la velocidad de un rayo y luego de una breve despedida hacia su cuñada, quién lo observaba entre nerviosa y aliviada, pues ya le había confirmado que su hermano estaba vivo y más que eso, incluso jugando bromas telefónicas.

Esther no debía saberlo. No debia saberlo porque de lo contrario, sus nervios jugarían en contra y frustraria cualquier intento de corroborar adecuadamente la información.

Es mejor así. Le ahorraría la desilusión.

Porque eso era justo lo que era.
Porque había visto el desastre en que se convirtió el incendio en tan pocos minutos, y lo revivió durante cada noche en sus constantes pesadillas.
Porque Orla jamás había logrado salir de allí, en ningún momento.
Porque todos ellos estaban muertos.

Su familia y la familia de su amor de infancia.

Solo quedó su hermano, la hija mayor de los DiVittorio, y el desdichado niño que corrió con la suerte de su lado.
Si él hubiese desobedecido a la señora Isabel, si se hubiera quedado acompañando a Orla como siempre lo hacía, también su nombre estaría en la lista de muertes. 

-Señor en 5 minutos estaremos allí, ¿precisa de algo más? – La azafata se colocó delante de mi visión que se centraba en una botella de agua gasificada. Su rostro lucía mucho maquillaje y llevaba el atuendo impecable, arreglándoselas incluso con las arrugas. Ver a la mujer tan pulcra, me hizo ser consciente de mi aspecto y deseé haber tenido tiempo de afeitarme. Además de tanto pasear mi mano estaba seguro que mi cabello apuntaba en varias direcciones.
-No. Gracias de todas formas. – la mujer asintió una vez y volvió en dirección a la cabina.

Al aterrizar sentí congelarse mis piernas. Había olvidado cuán crudo era el invierno en algunas partes de Bielorrusa, incluso aunque ni siquiera era temporada de Invierno.
Apreté mi abrigo y caminé rápido sintiendo los vahos de mi aliento golpear y calentarme las mejillas.
Tomé la maleta que me ofrecía el cargo, y caminé hacia una Duster gris que me esperaba con la llave puesta.
En seguida encendí la calefacción, y coloqué la dirección memorizada en el GPS.

La ciudad de Barosviek, parecía de hecho un bonito lugar.
Algunas calles estrechas, bares hasta el tope, iluminación antigua junto con refacciones led, tiendas de todo tipo y gente pasando el rato como si no fuera posible congelarse el culo.
Los zona céntrica con edificios pequeños pero de buen nivel, se rodeaba de avenidas con árboles empolvados del blanco de los cerezos y faroles dando un aspecto de fotografía sepia.
Me estacioné detrás de una plazoleta congelada con, imposible de creer, niños jugando, y llamé a Santino.

-Estoy afuera, sal. - colgó.

Era consciente de que incluso en una línea segura, había que minimizar la cantidad de palabras. Especialmente cuando no sabes si hay satélites oyendo todo.
Me crucé de brazos, de pronto relajado en el asiento. La calefacción comenzaba a adormecerme, y me dispuse a cerrar un momento los ojos.

Dos toques sutiles me despabilaron y luego de asegurarme que fuera mi hermano, apreté el seguro liberando la puerta.
-¿Te duermes en medio de una ciudad que no conoces?- Ahí estaba.

Santino Giovanni.
Solo que esta vez lucia más avejentado. Lo que sea que lo tuviese así, debía ser resuelto de inmediato.
Lanzó una risa sarcástica, que sonó ronca por el poco habla y se acercó para un fugaz apretón de brazos.
Era su intento de abrazo de siempre.

-Descansaba la vista,- rodé los ojos oyendo la risa ligera del pelirrojo.- Debo decir que te ves como la mierda.-

-Me veo como alguien que vió un fantasma. – corrigió arrugando su boca, y lanzando una bolsa mediana de lona hacia los asientos traseros. Luego se quitó el saco marine gris, y acercó sus manos a la ventila de calefacción.
-¿Entonces es cierto? ¿Ella está...?- dejé al aire la oración, sintiendo el peso que conllevaba terminar la oración. Negué con la cabeza, lanzando un suspiro agotado, restregé las manos por mi rostro. Con los ojos cerrados hablo lento. – Estuve horas convenciéndome a mí mismo que solo era una broma. Por favor hermano, no juegues con eso. Tan solo… vamos a casa. Ahora. Tu mente necesita descansar, demasiado agotamiento es perjudi..-
-Lorenzo, te hablo con la verdad. – interrumpió. Volteo a mirarlo. Se encontraba con las manos temblorosas buscando algo en unos de los bolsillos del saco. – Se lo difícil que es para ti. Lo que fué vivir eso y luego lidiar desde pequeño con mi esposa. Conozco la mierda por la que ambos pasan, nunca jugaría con su estabilidad mental de esta forma. Menos contigo, hermano. Te amo, ¿lo sabes hombre? Somos los dos por siempre.- tomó a su hermano pequeño de la cara, marcando esas palabras.

Lorenzo asintió tragando el nudo en su garganta y recibió el sobre de madera rugoso. Sintió lo pesado que era y luego, inhaló. Buscando valor, elevó la mirada a su hermano, quien se la devolvía con seriedad cruda.

Eran fotos. Algunas más pequeñas que otras, pero en todas salía ella.

Orla Di Vittorio ahora era una mujer de piernas largas, castaña y con curvas notables.
Se sintió tragar duro y rezó porque su hermano no se diera cuenta. 
Y es que esa versión de Orla consiguió afectarlo de una manera que no había sentido antes. Lucía madura, seria y notaba sus rasgos más afilados.

Continuó pasando las fotos en silencio, y notaba cada vez distintos detalles.
Su forma de vestir, era peculiar. Se notaba que no se esforzaba por destacar su feminidad, como si lo hiciera a propósito. Pero de alguna manera lograba el efecto contrario. Usaba gafas de sol en algunas tomas lejanas, y luego algunas gorras oscuras aplanando su larga y brillosa melena.

En la última foto, su corazón bombeó dolor.

Era una toma de ella saliendo de un auto, sin accesorios encima. Enfocando el rostro ovalado. Miraba al frente con el ceño fruncido, la mirada grisácea lucía triste. Como si sus ojos delataran un cansancio que solo ella conociera, había sombras violáceas debajo. Sus labios se fruncían remarcando el relleno natural.
Lucia tan perdida que aturdía.
Era como verla a través de un vidrio borroso en blanco y negro.
La foto debió haber sido tomada desde un ángulo cercano, casi como si estuviera escondido en alguna esquina.

Ni siquiera noté las lágrimas hasta que mi hermano me tendió un pañuelo, frunciendo el ceño con pena.

-Tu decides que hacer a continuación. Puedo arreglar algo con el contacto con el que trabajé, nos ponemos en marcha para retenerla. O… podemos irnos de vuelta al Jet, y dejar que todo continúe con su rumbo. Se la ve bien, incluso va a discotecas seguido. - descansó su cabeza hacia atrás y quedó observando el techo. – Cabe la posibilidad de que ni siquiera nos recuerde. Es decir, por dios. ¿Todo este tiempo? Y. Ni. Una. Maldita. Llamada. – bufó.

Sin prisa alguna, fui colocando las fotos de vuelta en el sobre.
Me tomé mi tiempo con la última, decidiendo dejarla en mi bolsillo. Con la decisión plasmada en mis ojos, volteé hacia Santino y formó una mueca burlona.
-Por supuesto que ibas a quererla de vuelta. – se acomodó recto en el asiento y procedió a ponerse el cinturón.

Guardó el sobre con las demás fotos en la guantera.
– De acuerdo entonces, te diré cómo llegar con Pol.-

Asentí agradeciendo en silencio y maniobré para sacarnos de allí.
Seguí las instrucciones de mi hermano lo que restó del día.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora