Capítulo 13

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Me despedí de Kai con un escueto saludo en una parada de autobuses, cerca de la salida de la ciudad.

 Llevaba caminando una hora y mis piernas se aliviaron un poco al ver las luces de la ciudad más próxima. A pesar de llevar ropa cómoda, gracias a la bien surtida estación de servicios de Bermstov, el sudor comenzó a ser una molestia. Mis pantalones de jeans rígidos no colaboraban con el movimiento y mi camiseta de algodón absorbía lo poco que podía. 

Sin duda el efecto del alcohol estaba evaporándose a través de mis poros, y tenía que lidiar con ello. 

Suspirando a través de la neblina matutina, inspeccioné el tráfico en busca de un vehículo fácil de abrir. Un pequeño Volvo verde llamó mi atención y me acerqué en manos y rodillas hacia su maletero. Oí pequeños retazos de la conversación de la pareja que conducía y en un momento, aproveché el sonido de las bocinas que protestaban por la lenta circulación de los vehículos. Con un golpe duro y preciso, logré abrir la puerta del maletero y me colé en el interior, de un solo movimiento. Mantuve mi mano sujeta en la puerta, evitando que se cerrara y exhalé dejando salir la tensión de mi cuerpo. Tan solo tenía que esperar a ver los edificios de la urbanización y saltaría en la primera oportunidad.

Unos repentinos bocinazos me sacaron de mi bostezo. Agudicé mis sentidos y reforcé mi agarre.

-Oye hombre, tu maletero no está cerrado.- El sujeto se oía como si tragara diez paquetes de tabaco puro al día. Y el puto coche que se había detenido a un lado del Volvo, sonaba como a basura metálica.

Maldita mierda. Hasta aquí mi viaje gratis.

-Mierda,- exacto.- ¡gracias hombre!- La voz del que suponía era el conductor, gritó en respuesta. Me congelé cuando el vehículo se detuvo lentamente. Dejé ir mi agarre y me agaché todo lo que pude, intentando que los distintos bolsos me ocultaran.

Escuché los pasos acompañados de maldiciones y luego la parte delantera de unos pantalones de chándal se acercaron a mi rendija de aire dentro del maletero.

Sostuve mi aliento evitando cualquier sonido que lo alentara a revisar su maletero, pero en cambio el hombre azotó la puerta con su cuerpo, cerrando la puerta correctamente y encerrándome en el interior.

-¿Es que no puedes hacer nada bien, idiota? –Su novia parecía muy simpática.- Apúrate, quiero llegar al centro comercial con mi bestie.-

-Cierra la puta boca, si estás retrasada es porque te pasas horas y horas arreglándote, para nada.- Carajo, cuanta intensidad podía una vivir encerrada en un maletero.- Debería haber escuchado a mi madre, cuando me advirtió de zorras como tú.- Continuamos el viaje a una velocidad mucho mayor y contuve un gemido cuando algo que parecía ser una pesa, cayó sobre mi hombro derecho.

Ignorando la punzada de dolor, me centré en conservar oxígeno y estar alerta.

Si lo que decía la mujer era cierto, sólo debía esperar a que se detuvieran y luego estaría en una zona céntrica. Me permití hacer una lista mental. Primero debía conseguir alojamiento, ropa y reponer electrolitos, luego abastecer mi arsenal y por último, bailar sobre el cuerpo de mi víctima. Los métodos para aquél objetivo eran cuestionables, pero carecían de importancia.

Al cabo de unos 35 minutos, sentí desacelerar la marcha y me preparé mentalmente para escapar en cuanto se detuviera por completo.

Acerqué el filo de mi navaja al seguro y de un golpe certero, sonó el clic tan esperado. La luz y los ruidos de una ciudad ajetreada en el frío octubre, me dieron la bienvenida. Me permití aspirar el aire fresco por unos segundos y luego obligué a mi cuerpo a brincar lejos del vehículo. La gente recorría apresurada las estrechas calles, y las tiendas relucían con las ofertas de temporada. Nadie se preocupó por mi desarreglada presencia y dejé que eso me tranquilizara. Dí una fugaz mirada a mis espaldas y noté a una pareja besarse como si la vida misma dependiera de ello, recostados sobre un Volvo verdoso.

Bufé rodando los ojos, jamás entendería a las parejas.

Unas calles más adelante, me adentré en unos callejones refaccionados y noté las desconfiadas miradas sobre mí, pero decidí ignorarlas. Las pandillas se reunían en las puertas de los bares y eran sobre todo bastante protectores con su territorio. Por suerte para mí, era respaldada por un apellido bastante pesado y ninguno tenía las agallas de meterse en los asuntos del Líder.

La posada Matrushka frente a la que terminé, lucía un cartel tradicional en el frente, pero aparte de eso no llamaba bastante la atención. Me adentré sin tocar y caminé hacia la pequeña y alfombrada recepción, todo con una mota de tradicionalismo y pequeñas y coloridas estatuas. Una mujer rubia bastante robusta levantó la vista del cuaderno que tenía entre las manos.

-Bienvenida a la mejor posada de Pinsk, Sur de Bielorrusia.- me dirigió una sonrisa afable y me señaló.- Puedo reconocer cuando alguien está en apuros.- dejó de lado su cuaderno y rodeó el mueble de entrada. Me erguí intentando ignorar el hecho de que sutilmente sugirió que me veía como la mierda.- ¿Una novia fugitiva? ¿Padres abusivos?- Fruncí el ceño en su dirección. No me agradaban las personas metiches, pero tampoco me sentía bien con la idea de volver para buscar otro lugar temporal. La posada estaba lo suficientemente cálida y desde aquí me llegaba el olor a caldo de pollo que salía de la cocina.

-Para estar ubicado en un lugar discreto, sus empleados no son un ejemplo de ello.- Mi voz salió filosa. Me acerqué dejando notar la diferencia de altura.- Sin embargo, lo dejaré pasar. Necesito un cuarto, de preferencia que sea cercano a una salida de emergencia o puerta trasera...Lo que sea que tengan aquí.-metí mis manos en los amplios bolsillos del jean, mi mirada fija en su rostro.-Te pagaré el doble si estás dispuesta a hacer un par de compras por mí.- me observó con desconfianza y tragó duro.-Oh no te preocupes, solo será un poco de ropa y artículos de aseo.- El alivio se plasmó en su rostro y asintió servicial.

Me tendió un papel y garabateé lo necesario. Luego hizo lo mismo con la tarjeta que saqué de mi brasier. Un destello de lo que parecía asombro cruzó por sus facciones y se apresuró a cobrar.

-Todo estará incluido en su habitación señorita...- Me observó con cautela. El acuerdo silencioso de confidencialidad en sus dedos regordetes que amasaban una pluma. Lo aprecié bastante pero por el momento sería más fácil para mí, dejarme en evidencia. Un error de estos era de novatos, quería que quien sea que estuviera tras mi cuello, pensara que era una cabeza hueca fácil de rastrear.

De manera tal que levanté mi mentón y dije en voz alta.- Sinclair Krevoryen.-

Y el peso del arma en mi bota, repentinamente aumentó.

-Claro, por supuesto.- Afirmó con nerviosismo. Unos minutos después, la observaba fijamente mientras me señalaba los distintos espacios que podían serme de utilidad, como la cocina, la pequeña sala comedor, la zona de saunas. La continué observando, aún en el angosto pasillo, mientras parloteaba de alguna historia de sus antepasados siendo perseguidos en la guerra y utilizando el lugar como un bunker. Cuando me dejó frente al cuarto, tomé la llave de sus sudorosas manos y la observé irse. Mi mirada aún clavada en su nuca.

Algunas veces era difícil alejar la mirada dequién sabes que entregará tu cuello.

CORRUPTED ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora