(1) Puedo, puedo llenarte de besos

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Lo prometido es deuda, y aquí está el comienzo de la secuela de Estigma de Amor.  Según vayan pasando los capítulos, sabrán más sobre lo que ocurrió entre Damián y Alexandra, luego de aquella noche en el quinceañero de Ariana.  Que lo disfruten.

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Toda niña sueña con el día de su boda; vestirse de blanco, usar un velo  y caminar del brazo de su padre al altar.  Yo no era la excepción a esa regla.  A mis cinco años de edad, solía jugar a casarme. Recuerdo que me ponía un traje blanco y usaba alguna sábana como si fuese mi velo.

MI mejor amigo, Ariel, y era mi novio para efectos del juego.  Solo nos llevábamos unos dos años; y habíamos crecido prácticamente juntos.  El hecho de que era el medio hermano de mi hermana Ariana, nos hacía familia, cierto?

“Ariel! No! Tienes que pararte derecho y esperar que yo camine hacia ti.  Donde están las flores?” decía un domingo por la tarde, mientras jugábamos en mi casita de muñecas.

“No sé, Daniela.  Además, ya estoy cansado de jugar a lo mismo siempre.  Porqué no jugamos a la guerra?” fueron las palabras de Ariel mientras se quitaba la corbata que le había robado a mi papá para jugar.

“No!!! No quiero jugar a eso” respondí con mis brazos cruzados, sentándome en el suelo.

“Vamos a hacer un trato.  Terminamos de jugar a la boda, y luego jugamos a la guerra.  Trato hecho?”

“Trato hecho” le contesté sonriendo.

Disfrutaba jugar con Ariel.  Aceptémoslo, somos los más pequeños de esta familia, disfuncional.  Una familia extraña, pero enorme, donde todos se quieren y compartimos todo el tiempo que se pueda.

Era la más pequeña de todos, la que no estuvo en los planes, y que simplemente llegó; aunque por lo que escuché años luego, casi ni existo en esta familia.  Porqué?  Mis padres se divorciaron y cuatro años luego, en el quinceañero de Ariana, decidieron intentarlo una vez. 

Era el deseo de mi padre, Damián.  Este soñaba con tener una niña, y no se le había concedido el deseo.  No, Ariana no es su hija; aunque él la adora y la ama igual que a mí.  Simplemente, si no hubiese existido esa reconciliación, yo no existiera en estos momentos; o tal vez, no en esta familia excepcional. 

“Ariel, se supone que me des un beso al final” continuaba dándole órdenes a mi pobre amigo.  De veras que, pensándolo bien a estas alturas, vivía hostigándolo.

“De veras crees que nos debamos besar.  Jamás, yo soy un niño y tú eres una niña.  Esas cosas no suceden…” decía este demostrando que esto era algo repulsivo para él.

“Entonces, cómo seremos marido y mujer?” le pregunté con mis manos en mi cintura.

“De acuerdo, Daniela.  Vamos a terminar, que quiero ir a jugar otra cosa.  Ya me cansé” contestó este, acercándose a mí y dándome un beso en mis labios.

“Daniela! Ariel! Qué hacen?” preguntaba Ariana asomando su rostro en la casita.

Si tú me lo pidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora