El grimorio escondido y su gata quisquillosa

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Anotaciones de Diana Martínez, noviembre de 1987

Volví a El grimorio escondido para comprar algunos velones blancos y negros y algunos implementos para prepararme para el año nuevo, que ya está a la vuelta de la esquina. Me parece increíble que ya casi estemos terminando este año, esta década. Este siglo. Que sí, falta un poco más de una década, pero cada mes se pasa más rápido que el anterior. El mundo no se detiene por nada ni por nadie. El tiempo no se ralentiza salvo cuando la pena es muy grande.

La dueña (la Mari, para los amigos) se sorprendió de verme tan pronto. No tiene demasiados clientes fijos y aquellos que mantiene no la visitan muy a menudo. Es entendible, teniendo en cuenta que los precios aumentan y aumentan y aumentan, así que se llevan lo que necesitan de una sola vez y aparecen, como muy temprano, al siguiente mes cuando cobran su sueldo. Debería haber hecho eso yo también, pero no tenía un listado de faltantes a mano (nota para la bruja del futuro: siempre tener registro de lo que se tiene en las reservas y de lo que está por acabarse).

Cuando fui a pagar a la caja, justo detrás del mostrador estaba la gata del local. Un cusquito negro y peludo, de pocas pulgas, que no se deja acariciar por otra que no sea María. Te mira con esos ojos amarillos y ya con eso te convence de que es mejor no acercar la mano. Hoy, sin embargo, tenía a otros tres cusquitos con ella. Eran chiquitos, tan esponjosos como ella, y se notaba que no eran gatitos recién nacidos.

Hago la historia corta: después de una charla con Mari, me terminé trayendo a uno a casa. Brujas y gatos son una asociación muy popular, después de todo. Y acá una sola se aburre como una desgraciada después del trabajo. Bueno, quizás no sea aburrimiento en realidad. Es la sensación de soledad que el sonido de la radio de fondo no te quita ni te quitará jamás. ¿Qué mejor que tener una pantera en miniatura, una sombra de cuatro patas, para compartir las tardes mientras trabajo en el jardín?

 ¿Qué mejor que tener una pantera en miniatura, una sombra de cuatro patas, para compartir las tardes mientras trabajo en el jardín?

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Anotaciones de Diana Martínez, diciembre de 1987

Fellini no dice miau. Fellini habla.

Mi gato habla.

Mi. Gato. Habla.

Necesito respuestas. Explicaciones. Lo que sea. ¿Una atención con un profesional? ¿Una visita al hospital?

MI GATO HABLA.

Para Fellini es de lo más normal y no puede creer que sea el primer gatágico que haya visto. Sí, lo llamó así, gatágico. Gatos mágicos. Una raza especial destinada a las verdaderas brujas como acompañantes. Y Mari no tenía ni idea. Según, los humanos comunes y corrientes no pueden oírlos. Solo escuchan maullidos bonitos, como si de cualquier gato se tratara. Si me guio por la expresión que tenía Fellini al contarme eso (¿desde cuándo un gato es capaz de ser tan expresivo?), ese hecho los pone de muy mal humor. Lo cual explica por qué la gata era tan quisquillosa.

Dios mío.

Gatágicos. Voy atener que investigar al respecto. No es posible que no tenga ningunainformación disponible, ni que ninguna de las Martínez haya tenido unacompañante de estos antes. Es que no me lo puedo creer. ¡Un gato parlante! Yes el colmo que hable para criticarme. Como sirviente de las artes arcanas (asíse nombró a sí mismo), su tarea consiste en ofrecer guía a su bruja asignada(eso es lo que dice él) y eso incluye el marcar cuáles son mis errores (condemasiada insistencia, evidentemente). Pensándolo bien, es entendible por quéno hubo ninguno de estos en nuestro linaje. No debe haber sido una falla delsistema de asignación, no, no. Ha de haber sido una negativa voluntaria a teneruna mini pesadilla criticona con gustos caros.

Guía para la bruja moderna en apuros [Hexes #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora