Anotaciones de Dolores Martínez, agosto de 1929
Hace dos generaciones, nuestra familia se vio obligada a deshacerse de sus posesiones más valiosas para embarcarse en un viaje de huida a estas tierras. Fue mi abuela la que entregó a regañadientes la minúscula pieza de joyería que reservaba para sus rituales de medianoche. El dije de diamante engarzado en oro blanco la había acompañado por años, desde que mi abuelo la había comenzado a cortejar. Poco después de venderlo y haber llegado al puerto de Buenos Aires, estando embarazada de su segundo hijo, su esposo decidió desligarse de ella y de los frutos de su matrimonio.
Madre no tuvo una mejor suerte, y estuvo destinada a repetir una historia similar. También abandonada por quien juró, frente a Dios y sus discípulos, amarla hasta que la muerte los separara. No fue la muerte lo que causó su separación. Fue lo que era ella. Lo que soy yo. Fue la magia que corre por nuestras venas. Quisiera creer que la culpa la tiene un trozo de cristal facetado. Quisiera poder creer que todo es tan sencillo, pero la vida no es un campo en blanco y negro. Es un mar asfixiante de grises.
Anotaciones de Nina Martínez, enero de 1960
Para mí no es coincidencia. El diamante es tomado como la piedra del amor, aquel que simboliza la eternidad de ese sentimiento, las uniones auspiciosas, el compromiso, la rectitud. Cuando el que nos pertenecía pasó a otras manos, nuestros amores se volvieron ajenos. Se perdieron, se marchitaron, se transformaron en un horror violento.
Esta semana perdí mi cuarzo ojo de tigre y, desde entonces, se rompieron varias piezas de mi vajilla, los pulgones atacaron gran parte del jardín, se quemó mi tanda de tomates confitados y se volcó el vial completo de aceite de salvia purificada. Qué casualidad que esa piedra se relacione con la buena suerte, ¿no?
Nota para las brujas del futuro: mantener una reserva de piedras y cristales poderosos.
Anotaciones de Diana Martínez, agosto de 1985
Por las dudas, me dediqué a ampliar mi colección de rocas, minerales, cristales y demás. Fueron años turbulentos y si un cachito de naturaleza puede protegerme, aunque sea un poco, voy a aprovechar la ocasión para plagar mis cajones, el joyero, los platitos decorativos del salón de estar y la mesita que se encuentra en la entrada con toda piedrita disponible en el mercado.
Turquesa: la repartí por toda la casa y la uso en accesorios. Supuestamente, sirve para combatir el mal de ojo y las malas vibras. Otro de sus usos es para fomentar la paciencia y la calma, pero no estaría viendo resultados en ese campo.
Amatista: reservada para preparar pociones y escribir nuevos hechizos. También la tengo cerca al estudiar.
Turmalina negra: también conseguí la mayor cantidad posible para darle pelea a las malas energías y atraer la abundancia y la buena fortuna. Lo del equilibrio emocional me lo estaría debiendo. Aunque la buena suerte, así como quien dice buena suerte, buena de verdad, también me estaría haciendo falta.
Cuarzo transparente: ¿cuántos cristales se necesitan para el mal de ojo? Según y cura los dolores, pero yo prefiero recurrir a las aspirinas.
Ojo de tigre: solo porque la tenía mamá en una época y porque conseguí el anillo a buen precio en una feria de artesanos.
Cuarzo rosa: el presupuesto no alcanzaba para el diamante, pero conseguí la segunda mejor opción para el romance. Y resulta que yo también quedé como segunda opción.
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Guía para la bruja moderna en apuros [Hexes #1.5]
Storie brevi«La magia no es la solución... Casi siempre es el problema». Si de algo saben las mujeres de la familia es de desgracias. Desde tiempos inmemoriales, el don que les fue concedido a todas las de su linaje les trajo más conflictos que buenaventura. Es...