El invocador de almas errantes

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Anotaciones de Diana Martínez, julio de 1989

Hay una historia que siempre me gustó. Una que me contaba mamá, en esas noches en las que no podía dormirme con facilidad y no le quedaba otra que quedarse despierta conmigo, repitiendo en detalle el cuento que ya me había relatado una docena de veces. No era uno que hubiera sacado de un libro de narraciones fantásticas, uno que pudiera leer por mi cuenta cuando tuve la suficiente edad. Era algo que habían conservado las mujeres de la familia gracias a la tradición oral y, por algún motivo, ninguna lo había puesto por escrito. Se negaban voluntariamente a hacerlo por razones que no comprendía entonces ni comprendo ahora.

No me acuerdo exactamente de todo lo que ocurría, pero sí de qué iba a rasgos generales. El protagonista era un trovador que recorría pueblos pequeños, con pocos habitantes, alejados de la mano de dios. Sus canciones no eran impresionantes y no captaban la atención de sus supuestos clientes, por lo que no era de sorprender que se fuera tan rápido como había venido. No duraba más de uno o dos días en el mismo asentamiento. Sin embargo, de ellos se llevaba un recuerdo con él, sin excepción. Cargaba con una cantidad ridícula de cuentas a donde iba y sumaba una nueva por cada poblado que visitaba.

Cuentas en las que atrapaba las almas que con su música atraía. Sus canciones no estaban destinadas a los vivos, sino a sus muertos. Con sus notas invocaba a las almas que vagaban sin rumbo y se las llevaba con él hacia otros páramos.

Y creo estar segura de que encontré a mi trovador.

Su canto es terrible, pero su voz parece cautivar a Antonio cada que visita esta casa. Por el rabillo del ojo observo cómo se mueven ciertos objetos, ligeramente, sin causar sonido. Gestos delicados que nada tienen que ver con el proceder normal de mi fantasma personal. Pensé, en un principio, que era una mera coincidencia. Ya no.

Su nombre es Gustavo y no tiene idea del poder que tiene. No se da cuenta de que yo no soy normal. De que hay un espectro que se sienta a su lado cuando estamos charlando en el living. De que el gato al que apodó Peludito se queja de él ni bien se va, y que en ocasiones se atreve a burlarse en su cara, cuando el piensa que maúlla porque lo adora. Gustavo no ve, ni escucha, ni se entera de lo que sucede a su alrededor, y lo más cercano que estuvo de la magia conscientemente fue cuando vio uno de los espectáculos de Tusam (ah, los ilusionistas... Me reservo mi opinión sobre esos personajes).

Así se mantendrá. Ningún hombre que haya sabido siquiera un ápice de lo que nos hace especiales a las Martínez se ha quedado. Ninguno lo entiende. Ninguno se arriesga a averiguar, a saber qué es lo que hacemos, lo que nos sucede. Ninguno quiere seguir formando parte de nuestra familia. Ninguno lo acepta.

Y yo no pienso aceptar el mismo destino que tuvieron las demás.

Yo no quiero de compañía a esa misma soledad.

Guía para la bruja moderna en apuros [Hexes #1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora