I

827 93 2
                                    

Louis llegó a su piso después del trabajo y se dirigió a su habitación, ignorando deliberadamente la bolsa de basura que había dejado en el umbral para acordarse de bajar a tirarla cuando llegara.

Aquella era su rutina: ir a la universidad, ir al trabajo, volver a casa y estudiar. Los fines de semana los dedicaba completamente a estudiar, y cuando tenía los ojos secos y la cabeza le dolía, dormía hasta que se olvidaba en qué día vivía.

Louis no tenía amigos. Sí, tenía a gente que le hablaba en la universidad, algunos que incluso le sonreían y le invitaban a pasar tiempo con ellos después de clases, pero no amigos. Louis no se sentía lo suficientemente a gusto con ninguno de ellos, y sabía que si llegaban a conocerle bien se marcharían. Así que simplemente se mantenía alejado, sonriendo cuando era necesario e intentando que no se le notara demasiado que cuando alguien le hablaba de algo, fuera de lo que fuera, no le importaba.

Estaba cansado y no tenía ningún examen al día siguiente, así que se dejó caer en la cama y se cubrió con las sábanas. Clavó la vista en el techo y contuvo el sollozo que había empezado a formarse en su garganta. Se repitió a sí mismo que todo iría bien, una, dos, tres veces. Subió sus rodillas hasta su pecho y las rodeó con los brazos, y después de pasarse cinco minutos combatiendo las lágrimas que amenazaban con llegar a sus ojos, se rindió. Dejó que el vacío de su pecho se apoderara de él, que los temblores que llevaba reteniendo todo el día corrieran a través de su espina dorsal.

Podía permitírselo. Podía derrumbarse durante unos cuantos minutos al día. Podía llorar y temblar y gritar siempre y cuando sólo durara un rato y luego pudiera continuar estudiando.

Odiaba admitir que todo iba mal. Odiaba admitir que cada vez que su madre o sus hermanas le llamaban para preguntarle cómo estaba, le costaba más mentirles. Odiaba el nudo constante en su garganta y la manera en la que sus labios y su voz temblaban cuando un profesor le preguntaba algo en clase.

Odiaba ver en blanco y negro.

Louis no quería necesitar a nadie. Desde que estaba en la universidad, había rechazado a toda persona que había intentado mantener una conversación mínimamente personal con él. Y si nunca había tenido ni querido nada parecido a un amigo, ¿por qué debería tener una alma gemela?

Louis se frotó los ojos con la manga de su sudadera para secarse las lágrimas y se levantó de la cama, dirigiéndose a su escritorio. Sacó un libro de texto cualquiera de su mochila y abrió una página aleatoriamente, y se puso a hacer los ejercicios que había en ella para distraerse. Todo iría bien. Todo iría bien. Todo iría bien.

-

Pero no, nada iba bien.

La alarma sonó, y Louis tardó unos segundos en encontrar el móvil y conseguir pararla. Se había quedado dormido encima del libro, y su boca estaba seca y su pelo completamente despeinado.

Se desprendió de la ropa que llevaba puesta y se metió en la ducha, dejando que el agua caliente se deslizara por su cuerpo y le desentumeciera los músculos. Se vistió con un chándal y una sudadera que le venía demasiado grande, porque hacía tiempo que no invertía más de 5 minutos en elegir la ropa que se ponía. Ni siquiera recordaba dónde guardaba los pantalones pitillo.

Se puso sus Vans, y tras mirarse en el espejo durante unos minutos y comprobar que sus ojeras no habían hecho nada más que empeorar, salió de casa.

Cuando Louis llegó a su primera clase de la mañana, Literatura inglesa, supo que algo iba mal, y sólo le llevó una rápida ojeada al aula para darse cuenta de qué era. Había una persona nueva.

A Louis le gustaba tener las cosas bajo control. Se sabía los nombres de todas las personas que daban las mismas asignaturas que él, sabía con quién se juntaban y en qué tono debía contestarles si le hablaban. Sabía cómo sonaban sus voces dependiendo de sus estados de ánimo, y sabía a quién era mejor eludir si quería evitar un ataque de ansiedad.

A Louis no le gustaban los cambios. Los odiaba. Nunca sabía cómo reaccionar a ellos.

Se pasó el resto de la hora intentando prestar atención a la explicación del profesor, pero tenía un sudor frío bajando por su nuca y sus manos habían empezado a temblar ligeramente. Louis sentía la mirada del chico nuevo clavada en él, a pesar de ser consciente de que probablemente era su imaginación y que el chico ni siquiera había notado su existencia.

Cuando el timbre sonó, Louis fingió estar concentrado en ordenar sus apuntes, rehusando a levantar la mirada de su mesa.

Louis intentó convencerse a sí mismo de que estaba bien y podía aguantar otra clase sin acabar llorando, pero por muy roto que estuviera, no era estúpido. Así que se levantó y se dirigió hacia los baños más cercanos, y se encerró en uno de ellos hasta que consiguió normalizar su respiración y su corazón ya no parecía intentar salírsele del pecho.

green (Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora