VII

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Harry acabó entendiendo cómo funcionaba Louis: su relación tenía que avanzar de forma lenta, no debía acercarse demasiado a él y preguntarle cosas personales estaba completamente prohibido. Las conversaciones habían empezado a fluir con más naturalidad, Harry ya no veía miedo en los ojos de Louis cuando le hablaba, y, aunque no podía estar del todo seguro, creía que la sonrisa de Louis ya no parecía tan rota.

Harry sabía que Louis tenía ansiedad, porque era algo que el chico llevaba escrito en el rostro; odiaba verle clavarse las uñas en el brazo o ver sus manos temblar, pero sabía que lo mejor que podía hacer cuando eso pasaba era fingir no darse cuenta e intentar hacerle reír para que se olvidara de lo que fuera que estuviera causándole ansiedad. Era difícil, porque en esos momentos lo único que quería hacer Harry era envolver a Louis en sus brazos y prometerle que todo iría a mejor, pero tenía miedo de su reacción. Tenía miedo de que Louis se apartara y que volviera a construir esas murallas a su alrededor que a Harry tanto le había costado superar.

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Harry y Louis estaban sentados en su banco habitual en uno de los descansos, envueltos en un silencio cómodo que Louis rompió con un suspiro.

— Tengo un examen de Latín el lunes y no entiendo lo último que la profesora ha explicado. Ayer me pasé dos horas delante de los apuntes, pero lo mire como lo mire no le encuentro el sentido.

Harry sabía que para Louis un "no lo entiendo" significaba sacar un 8'5 en vez de un 10, pero también sabía lo perfeccionista que era y lo mucho que aquellas cosas podían llegar a joderle. Harry también tenía muy claro que pedirle ayuda a la profesora no era una opción para Louis, y no estaba seguro de cómo iba a reaccionar el chico cuando escuchara lo que iba a decirle, pero se arriesgó.

— Yo sí que lo entiendo. -dijo, acompañando su tono de voz suave con una sonrisa- Puedo pasarme por tu casa este fin de semana y explicártelo. Si quieres.

Louis no levantó la mirada al instante. Se quedó unos segundos con los ojos clavados en sus pies, procesando lo que Harry acababa de decirle, intentando que no se le notaran las ganas que tenía de decir que no. Sabía las buenas intenciones que Harry tenía, sabía que sólo quería ayudarle; y por ese motivo, aunque su cerebro le estaba diciendo a gritos que se negara, Louis esbozó algo parecido a una sonrisa y le dijo a Harry que podía pasarse el sábado por la tarde.

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Aquella semana, en todo lo que pudo pensar Louis fue en que Harry iba a ir a su piso. Iba a ver el sitio donde vivía, iba a estar entre las paredes que habían oído todos y cada uno de sus ataques de ansiedad. Y aunque le daba miedo, no quería echarse atrás. Quería dejar entrar a Harry. Porque la sonrisa de Harry era contagiosa, y Louis no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba a una persona así en su vida hasta que él había llegado.

El sábado llegó, y el corazón de Louis parecía latir más rápido con cada minuto que pasaba. Se despertó a las 7, y se pasó 3 horas dando vueltas en la cama, intentando apagar sus pensamientos que le gritaban que todo iba a salir mal. Cuando se dio cuenta de que por mucho que lo intentara no iba a conseguirlo, se levantó y se duchó con agua fría para tener una excusa para temblar.

Hizo todas las tareas que había acumulado en los últimos meses; puso una lavadora, barrió, fregó la montaña de platos apilada en el fregadero, recogió las cosas que en algún momento se habían caído al suelo y nunca habían sido puestos en su sitio.

Cuando terminó aún eran las dos, y Harry no llegaría hasta las cinco. Se preparó algo de comer y volvió a meterse en la ducha, porque al menos cuando estaba bajo el agua la sensación de que su cabeza iba a explotar no era tan fuerte.

Se vistió de nuevo y se dirigió hacia el comedor, sentándose en el suelo y cerrando los ojos. Sentía un nudo en la garganta, otro en el estómago y un vacío en el pecho.

A las 16:50, Louis se levantó y fue hasta la puerta, apoyando su frente en ella y suspirando, con las manos cerradas en un puño. Cuando el timbre sonó 10 minutos después, se recordó a sí mismo que sólo era Harry, y abrió la puerta.

Él estaba allí, llevando una camisa de cuadros y una sonrisa en el rostro. No entró hasta que Louis hizo un gesto para que pasara, y cuando lo hizo simplemente se quedó de pie en el recibidor, sin moverse, como si entendiera lo difícil que era para Louis tenerle en su piso.

Louis condujo a Harry hasta su habitación, y el chico no se extrañó de que Louis no le enseñara el resto del piso; le siguió, empezando una conversación superficial para romper el silencio, y sonrió para sus adentros cuando vio como los hombros del chico se relajaban.

La mente de Louis no podía asimilar el hecho de que había alguien más en su piso. De alguna manera sentía que Harry podía ver todo lo que había pasado entre esas paredes: todos los ataques de pánico, los puñetazos en las puertas, las lágrimas en la almohada. Una parte de él quería que Harry se marchara, que desapareciera de su vida por completo, que le dejara solo con su desastre; y la otra pedía que Harry se quedara para siempre, llenando el piso con el olor a coco de su champú.

Cuando Harry le hizo reír con una de sus bromas, Louis se dio cuenta de que la parte de él que quería que Harry se quedara gritaba más fuerte que la otra.

green (Larry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora