Capítulo 7

5 0 0
                                    

Mis ojos se abrieron lentamente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mis ojos se abrieron lentamente. Confusa, me quedé mirando todo lo que estaba a mi alrededor mientras me incorporaba del suelo. Al intentar levantarme, un dolor punzante se apoderó de mí, haciendo que soltara un siseo de dolor. Anna, que estaba a mi lado, se levantó sobresaltada, miró a todos lados y vi cómo su cara palidecía. Las rejas que nos rodeaban, el suelo de piedra negra con restos de moho y el sonido de las gotas impactando contra el suelo nos dieron a entender dónde estábamos. Maldiciendo, empecé a golpear los barrotes, lo que me provocó una descarga que me estampó contra el suelo de piedra, causando un corte en mi espalda.

La sangre no tardó en aparecer y, de repente, aquella piedra oscura se tiñó de dorado, lo que me hizo maldecir. Mi sangre enseguida se mezcló con la que ya estaba, la que estaba seca, angustiada. Me quedé analizando la situación, intentando recordar lo que había sucedido. No recuerdo mucho; lo único que sé es que unos monstruos nos llevaron al castillo del rey de los genios y, por el lugar donde estábamos, supuse que nos habían encerrado en una mazmorra, atadas de manos y pies.

Aunque la cadena era bastante larga, cada movimiento que hacía provocaba que pequeñas agujas se clavaran en mi muñeca y en mi tobillo, causándome un dolor indescriptible, desagradable, eso sí que lo sabía. Anna intentó levantarse, pero cuando mis ojos vieron sus ataduras, no pude evitar que un grito se apoderara de mí. Eran más grandes y pesadas que las mías; podía ver cómo las agujas eran más grandes y cómo la sangre de Anna caía en un recipiente de color azulado con forma de manzana. El dorado de su sangre caía poco a poco, llenando la botella.

—Miserables... —mascullé. Me acerqué a Anna, pero ella alzó la mano y negó con la cabeza. Curiosa, la miré sin comprender lo que estaba haciendo.

—No te acerques, Fire. Ahora mismo estoy intentando controlarme. Mi poder quiere salir y no lo voy a permitir, porque si lo hago, posiblemente nos entierre a todos bajo los escombros del castillo. Déjame unos minutos, solo unos minutos para intentar controlarlo —dijo con una pequeña sonrisa. Me costó, pero me alejé.

El poder de Anna era incontrolable, por lo tanto, ella tenía que esforzarse más que los demás para que su poder no se desbordara. Una gota de su sangre podía hacer que el castillo volara y un mal control de su poder podía enterrarnos a todos. Sentada en una esquina, me coloqué las rodillas en el pecho y miré a Anna, quien mostraba una expresión de dolor y agonía. Me di cuenta de cómo apretaba los puños con fuerza, haciendo que las agujas se clavaran sin cesar. El recipiente que le habían colocado se llenaba a gran velocidad. Temí que se desbordara.

Unos guardias se apresuraron a entrar. Al ver mi cara, dieron marcha atrás y sacaron sus armas. Con los ojos en blanco, les lancé una mirada y, enseñándoles los dientes, les dije:

—Sabéis que... con un dedo, solo un dedo puedo hacer que el recipiente se rompa. Si una gota de la princesa de Freston puede hacer que el castillo salga volando, imaginaos lo que puede hacer un charco —para mostrarlo, alcé las manos y, haciendo un gesto de explosión, vi cómo sus gargantas se movían con rapidez.

La Reina del Fuego-Segundo libro De La Saga: Elementos-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora