II

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Londres
1702
Gabriella

Nunca he sido cobarde e indecisa, pero véanme aquí, con el nudo en la garganta y hasta hay sudor corriéndome en la frente. No tengo de otra que matar mi curiosidad por lo desconosido y tabú. Comienzo a desabrochar el vestido que traigo puesto, mis manos tiemblan y por eso me tomo mi tiempo haciéndolo hasta que cae sobre mis pies.

Quedo con solo el camisón fino de dormir, esta vez no traje los pantaloncillos abajo. No puedo salir desnuda sin más, la vergüenza me comería viva. Por tanto decido salir así mismo. Paso saliva y con fuerza de voluntad abro la puerta, doy leves pasos y los gemidos hacen eco en mis oídos.

Camino hasta el final del pasillo que lleva al inicio de un gran salón. El asombro me llena al ver todo a mi alrededor. La luz es ténue pero solo puedo divisar el enjambre de cuerpos que hay empotrados contra la pared, el suelo y muebles en el sitio. Ya la música es más clara pero casi queda de lado con el intenso sonido de gemidos fememinos y masculinos.

Nadie tiene su rostro descubierto pero todo su cuerpo sí. Todos están completamentes desnudos a merced de lo que hacen. Un calor abrazador me recorre cada fibra del cuerpo y nuevamente algo entre mis piernas surge.

Me enfoco en una mujer que tiene sus piernas completamente abiertas y un hombre tiene su cara metida entre ellas, desvío la vista a otra pareja y en este caso el hombre está acostado en el suelo, una mujer salta sobre su cadera con su rostro arrugado y sus tetas rebotan al compaz de sus movimientos, mientras él le agarra las nalgas con fuerza.

Paso saliva, mis mejillas arden y me siento en un mundo ficticio, mi respiración está dificultosa y me cuesta mantener las manos quitas. Estas personas disfrutan de hacer lo que hacen justo ahora, de eso no cabe duda.

Y yo no sé cómo sentirme, esto es demasiado para mí...

—¿Te perdiste pequeña rubia? —una voz fina me habla a mis espaldas.

Brinco por la sorpresa y me giro, unos ojos azules me miran con suspicacia.

—¿Eres nueva aquí?

No respondo, no puedo hacerlo cuando siento que mi corazón va a dejar de bombear.

Solo asiento a la mujer y ella sonríe de lado.

—Eres muy joven linda —señala como para ella misma, pero se escucha como si estuviese saboreando algo.

Sus ojos bajan a mis pechos cubiertas por la tela. La mujer da varios pasos hasta llegar a mi espacio personal. Sus manos van directas a mi bata y la safa bajándola con rapidez.

No me deja tiempo a nada.

Mi desnudez queda al descubierto pero me giro buscando que no me vean, con mis manos intento cubrirme vagamente.

—¡Qué diablos te pasa! —exclamo molesta.

—Luces muy virginal y yo quisiera saborear ese delicioso cuerpo tuyo...

Cuando sus manos van a tocar mis pechos, una presencia grande e impotente se para justo destrás suyo. Ambas nos volteamos a verle. Lleva el pañuelo sobre su cabeza, su nariz es respingona y sus ojos son de color azúl, son tan claros que aún en la oscuridad resaltan.

La mujer que estaba acosándome ahora la veo huír al ver al hombre parado a su espalda. Solo quedamos él y yo, mi pecho retumba con intensidad, solo con ver todo su torso desnudo, sus brazos llenos de músculos inmenos y cuando fijo la vista en su cadera que tiene una tela curbiéndola.

Paso saliva al sentir su potente mirada en mis pechos, sus ojos me quieren deborar, me ven como mismo ve mi hermana a las bananas que toma en sus manos.

Su elegida por limitar Lo Prohibido IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora