Londres
1706
GabriellaMis piernas se mueven diestras sobre el pulcro mármol del gran salón de baile. Percibo el tiempo paralizado a mi alrededor perdida en los ojos del hombre que sostiene mi cintura. Mis manos se aferran a sus hombros cuando en expertas vueltas me hace danzar.
Tiene que ser él.
El tiempo se ralentiza mientras disfruto del baile del primer baile que no quiero que acabe. Sus ojos azules me transmiten olas arrolladoras de infinitas sensaciones que tan conocidas son para mí.
De pronto sus movimientos cesan y con los suyos me detengo yo también arrugando las cejas. Sin embargo, al instante me doy cuenta que la música paró dando por terminada la pieza.
De nuevo como si fuese una ridícula y virginal adolescente subo la mirada por su cuerpo como si buscara señales de que realmente es él.
—Creo que esas personas son vuestra familia lady Gabriella —añade interrumpiendo mi escaneo indiscreto mientras damos pasos fuera de la pista donde bailan.
Giro mi mirada hacia donde el príncipe me señala.
Madre y mi hermana junto a Meredith nos miran a lo lejos. Los rostros de las tres emanan total orgullo y entusiasmo por la figura que tengo a mi lado, al parecer no pasa desapercibido que a mi lado tengo nada menos que un príncipe.
Odio que las personas midan a las mujeres por los buenos partidos que logran obtener. Como si fuese una lucha o una competencia entre las damas que buscan un cortejo, y todas buscan llevarse el premio gordo en matrimonio. Solo para eso la sociedad entabló que nacimos las mujeres, para casarse y parir una camada de hijos al marido que aceptemos.
Como si estar atado a una persona de por vida fuese solo una cuestión de elección que debes hacer en meses. Como si ese tiempo fuese el justo y necesario para conocer realmente a una persona. Como si después del matrimonio no hubiese nada más. Cuando la parte más dificil no es elegir, es aguantar todo lo que viene después.
Casarte con un tosco, brusco y grosero hombre que solo te eliga para engendrar herederos y llegue a las tantas de la madrugada de los burdeles...
—¿En qué pensáis? —inquiere con voz locuaz.
Mi mirada va a la suya cuando desvío el camino de ir directo a mi familia. No quiero presentar a nadie que puedan elegir o ellas mismas literalmente meterme por los ojos como futuro marido. No deseo casarme tan pronto.
—Nada.
Ríe por lo bajo llendo hasta una de las mesas de limonadas.
—Pues no parecía nada, estabas pensando en algo desagradable pues vuestro rostro hacía una mueca de hastío —agrega con total sinceridad.
Debo reconocer que en algo es diferente a los muchos caballeros que he conocido en estas pomposas fiestas. Aún no me habla de la cantidad de caballos que tiene, de los perros de raza que posee, ni de los metros que mide su gran castillo en Gales.
—Pensaba en la jovenes en sociedad —respondo tomando un vaso de limonada.
Lo noto levantar una ceja, gesto que debería ser ilegal pues envía ondas por todas mis terminanciones nerviosas.
—¿Cómo tú? —cuestiona.
Sonrío de lado.
—Sí, pero no exactamente como yo. No soy de las que ahora mismo mataría por casarse con... —hablo carretilla que no me doy cuenta de todo lo que digo hasta que las palabras se me frenan.
Busco su mirada esperando una reacción, pues definitivamente no es el tipo de conversación que deba tener con él.
—¿Un príncipe? —interroga dándole a un final a mi palabrería.
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Su elegida por limitar Lo Prohibido II
Historical Fiction¿Podría alguien sentir cosas a una persona sin siquiera poder escuchar su voz, o ver su rostro, o tan siquiera ni saber su nombre? Es mi caso. Estoy atraída de un hombre que solo veo en las noches desenfrenadas, por un lado corro el peligro de ser...