Prologo

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-Estas loca. - oí la voz preocupada de mi mejor amiga a mis espaldas.

-Quizás lo esté. - respondí sin quitar los ojos de mi mochila. - Pero no permitiré que esos malditos aristócratas se sigan llenando los bolsillos mientras nuestra sangre es derramada.

Cerré la cremallera del bolso en el momento exacto en el que las manos de mi amiga se posaron sobre mis hombros para darme la vuelta. Su expresión reflejaba su clara angustia y preocupación por mis extremadas ocurrencias.

Deje escapar un suspiro cansado tomando sus frías manos entre las mías. Estaban sucias y llenas de rasguños, su aspecto no era el más alentador, al igual que el de todos los que habitábamos esta ciudad.

-Sabes que no podría quedarme de brazos cruzados ni aunque quisiera. -Le dedique una pequeña sonrisa triste. Sus ojos se llenaron de lágrimas cristalinas y sus brazos me envolvieron en un fuerte abrazo.

La decisión estaba tomada, y ambos sabíamos que una vez que algo se me metía entre ceja y ceja era imposible hacerme cambiar de opinión.

-Debes prometerme que no cometerás ninguna locura.

Me separe lentamente de sus brazos cogiendo mi mochila al hombro, con un pequeño asomo de culpa retorciéndome el estómago. No podía asegurarlo al cien por ciento, pero haría el intento.

-Lo prometo. - Dije lo más seguro que pude. -Apenas notaras mi ausencia.

-Bien. -contesto ella retorciendo los dedos de sus manos con nerviosismo, sin terminar de tragarse mis palabras.

Asentí rápidamente y tomé mis cosas antes de que Ami se arrepintiese de dejarme marchar. Una vez fuera la gente en las calles transitaba con rapidez, algunos chocaban con otros al intentar recorrer los diferentes mercados y tiendas en el menor tiempo posible.

La tarde estaba cayendo y pronto llegaría el momento menos esperado por todos los habitantes, la noche. En cuanto el sol se ocultaba la sangre empezaba al correr en las tierras de nuestro reino, los invasores llegaban, los guardias se ocultaban y los extranjeros arrasaban con todo lo que se interpusiese en su camino con tal de llevarse nuestras riquezas.

Recorrí las calles menos transitadas hasta llegar a mi objetivo, el centro de la ciudad. La gente presente allí pertenecía a otro sector pujante de la sociedad, con diferentes intereses y preocupaciones a las que teníamos los de clase baja.

Todos estaban reunidos al pie del gran palacio de la familia real a la espera del tan aclamado discurso del rey luego de una de las invasiones más grandes que hemos atravesado estos últimos meses. Un evento al que claramente, las personas que habitaban la parte más baja de la ciudad, no estábamos invitadas.

Los ricachones entrajeados y engominados esperaban la llegada del rey con sus doncellas a sus lados vistiendo los vestidos más caros y elegantes que yacían en sus armarios.

Logre escabullirme entre ellos llevándome algunas miradas de desprecio por algunas mujeres que desaprobaban por completo mi vestimenta de plebeya. Hasta que el momento llegó, las campanas resonaron a nuestro alrededor y los aplausos de la gente le dieron la bienvenida al tan aclamado rey Magnus que al parecer no venía solo.

Padre e hijo hicieron acto de presencia en el balcón real, los silbidos y aplausos fueron acallados en cuanto el rey tomo la palabra para emitir su discurso motivacional. Mi momento había llegado y estaba en el lugar indicado para ejecutar mi plan.

Deje la mochila en el suelo guardando su contenido en mis bolsillos, con las piernas temblando de miedo arme mi cuerpo de valor y me escabullí por detrás de los guardias hasta llegar a las escaleras; con un envion de valentía subí por escalinatas hasta quedar completamente de frente al público.

La voz del rey a mis espaldas acallo y tomando una bocanada de aire mi voz salió lo más segura que pude.

- ¡La sangre de nuestro pueblo está siendo derramada! - Tome dos de las pequeñas bolsas rojas de mis bolsillos y derrame su contenido sobre mi cuerpo haciendo alusión a mis palabras. - ¡Nuestros líderes se llenan la boca con su palabrería barata, mientras que los aldeanos morimos!

La sangre falsa se derramo por los blanquecinos escalones del castillo y algunas gotas llegaron a los vestidos y trajes más cercanos. Todos a mi alrededor guardaron un profundo silencio anonadados por mi arrepentido atrevimiento. Sabía que Ami me mataría en cuanto se enterase de esto.

Voltee hacia la familia real en cuanto la orden de arrestarme llego a mis oídos. En un último esfuerzo por no morir en el intento, tome otra bolsita de sangre falsa y la arroje justo sobre el pecho del príncipe William salpicando el rostro de su padre.

- ¡Pero su sangre también correrá por estas tierras!

El silencio de todas aquellas personas era todo el reconocimiento que necesitaba, la advertencia estaba hecha. Aunque la satisfacción no fue del todo duraders.

Enseguida pude sentir las fuertes y musculosas manos de los guardias reales, cerrarse sobre mis brazos y arrástrame escaleras abajo golpeando mis talones. Lo último que supe hasta entonces era que el discurso real se había cancelado y que me encontraba en uno de los problemas más grandes que cualquiera podría tener.

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Nos volvemos a ver 🤫😈

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Mo-

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