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Molly

Lágrimas solo derraman mis ojos, el dolor se instala ahí en mi corazón al oírle hablar así de fuerte. Nunca le había visto tan enfadado ni conmigo, ni con nadie. Sus últimas palabras retumban en mis oídos haciendo eco en todos mis sentidos internos.

"Tú con ese tío y yo con mi mujer"

¿Mujer? ¿Qué mujer?

Mis piernas flaquean por pensarlo con otra, pensaba que no estaba con nadie en específico. Que era soltero y que ningún sexo fememino era algo estable en su vida. ¿Podré soportar el hecho de que comparta su vida con alguien más?

Limpio mis ojos con las manos y veo mi rostro en el gran espejo en una de las paredes de la habitación. Estoy realmente hecha un desastre, mi cara está lo suficientemente roja dando señales de llorar. Restriego con agua y la limpio. Trato de calmarme y dedico unos minutos a limpiar el jacuzzi.

Al rato salgo y las risas de las dos figuras masculinas más importantes de mi vida, resuenan desde el piso superior en el que estoy. Bajo hasta la cocina y los veo en las banquetas sentados, mi pequeño sobre la encimera y Tobhías, sentado en una de las butacas ante él.

Nuestro hijo juega con un gran avión que le regaló Max hace unos meses. Trago seco por recordar eso, recordar que él me hace con otro hombre, y que mi hijo no debe decir por ningún motivo que ese juguete se lo regaló Max, como la gran mayoría que posee.

Sé que reaccionó así por eso anteriormente, pero juro ante dios que esa ropa no es de ningún hombre. Es solo ropa que compré hace años para él mismo, pues lo esperé todo este tiempo. Y es justo lo que él usaría, son unos cortos shors de tela y una camiseta sin mangas. Todo es simple y lo justo para andar en casa. Me acerco a ellos sonriéndo por las muecas y cosas que hace mi pequeño al volar el avión.

Voy hasta los calderos y tomo tres platos. Limpio la lágrima que se deliza por una de mi mejilla, al sacar cosas con ese número, el número tres. Voy hechando los macarrones con queso y voy poniendo los platos en la mesa.

—¿Vas a quedarte a dormir papi? —pregunta nuestro hijo caminando hasta su silla.

Mi mesa de comedor es pequeña, solo es de cuatro sillas. Es de cristal con madera y sus sillas del mismo material. Tohbías se sienta en mi silla sin saberlo y él justo a su lado, donde siempre se sienta. Termino de ordenarlo todo y de poner los vasos con el zumo de naranja. Me siento frente a ellos, sin entender cómo rayos voy a darle de comer al niño.

Ellos están uno al lado del otro y yo al frente.

—Esta es la silla de mamá —aclara Tohb a su padre.

Él me mira y niego sonriendo dejándolo sentarse ahí. Mi pequeño me mira y cierra sus ojitos, hago lo mismo poniendo mis manos unidas sobre la mesa.

—Gracias dios por este alimento, por permitir que esté en nuestra mesa. Ayuda a otros a obtenerlo y te hacemos llegar esta súplica por medio de Cristo, amén.

Escucho el amén por parte de ambos. Al abrir mis ojos siento a su padre que nos mira y sonríe sin enseñar los dientes. Veo a Tohb tomar el tenedor en sus chiquitas manitas. Lo lleva a la boca, pero consigue embarrarse todo, río al verle y su padre hace lo mismo.

—Voy a dártelo cariño —afirmo y me pongo de pie frente a él.

Tomo una porción y la llevo a su boca, limpiando los restos en sus labios.

—Siéntate aquí —pide Tohbías a mí.

Niego pues ya está hasta comiendo, sigo dándole la cena a mi hijo hasta que a él se le ocurre la gran idea.

AtándonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora