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Molly

Lo último que viví con ella aún me persigue y aunque no estaba en todas mis facultades sé que sí pasó. Fue justo la tarde en que abrí mis ojos en el hospital, esa fue la primera a vez que me vistió, luego sus amenzas fueron claras ese otro día.

Flashback

Luego de mi padre decirme que había perdido a mi bebé, no quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Pasé horas llorando, creo que las lágrimas se secaron debido a que no tenía alguna más que derramar. Un dolor profundo estaba abriéndose paso cada vez más en mi interior. El sentido de pérdida hacía estragos en mí, tantos que papá se las tuvo que ingeniar para hacerme comer.

A zancadas se metía en la habitación de hospital ya que yo no quería ver a nadie. Estaba realmente preocupado por mí. Pero yo estaba vacía, no tenía sentido mi vida. Toda mi burbuja se rompió al suceder todo. La vida me mostró de la peor manera que nada es tan fácil.

—Vete padre, déjame sola —pido acostada de lado mirando un punto fijo en la pared.

No tenía animos de nada y el olor a hospital me ponía en peor estado. A veces despertaba teniendo pesadillas con todo lo que viví, con cargar a mi hijo muerto y bañado de sangre en mis brazos, con Dereck golpeándolo y gritándome que no era suyo.

Cuando todo se acumulaba solo tenía fuerzas para llorar.

—Voy a ducharme a casa y luego regreso, no pienso dejarte sola. Ya contacté con la mejor psicóloga de Los Ángeles, es Miriam. ¿Te acuerdas de ella?

Sus palabras sonaban tan lejanas a mis oídos que siquiera podía prestarle atención. La herida en mi muslo aún no sanaba y todavía no tenían fecha para darme de alta. El aborto que me hicieron por poco arrastra mi vida con el.

Mi padre se acerca y deposita un cálido beso en mi mejilla. Se queda por unos instantes parado frente a mí supongo que mirándome y luego se marcha. Desde que abrí los ojos solo hemos sido yo y mi mente.

Las horas pasan y se va haciendo de noche, viene la enfermera y pone los calmantes en el suero, debido a órdenes de mi padre ya que evitan que tenga pesadillas y que grite todo el tiempo. Aborrezco ver la luna tiñendo todo de negro, porque eso me recuerda a él, a sus llegadas nocturas a la casa y todo lo que me hacía sufrir.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que pusieron el calmante, solo sé que ya está comenzando a hacer efecto en mi cuerpo. Siento los párpados pesados y sin embargo, unos tacones comienzan a sonar por el pasillo fuera de la habitación.

Unos tacones que creo saber a quién pertenecen, es la segunda vez que me visita aquí. La puerta se abre y yo comienzo a sollozar con fuerza sobre la cama, me hago un ovillo hasta que ella llega a mi lado.

Una de sus manos peinan mis cabellos hasta atrás.

—Shu, shu, shu cariño no llores, ya pasó —consuela con su timbre de voz tan espeluznante.

Mis párpados pesan pero la adrenalina en mis venas lucha contra quedarme dormida ahora. Siento realmente miedo, de refilón veo su rostro débilmente iluminado por la lámpara. El mismo luce tan exacto al suyo que no dejo de mover las manos de forma inquieta.

—Los médicos dicen que no quieres comer nada cariño, pero tienes que comer, tines que ser fuerte —habla y la malicia que desprende llega hasta mí calando hondo.

De pronto su mano toma mi mentón y me hace girar la cara para verla frente a frente.

—Tienes que vivir y experimentar en carne propia lo que yo siento.

AtándonosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora